
Ruta de Las Xanas
Las xanas son unos de los personajes más conocidos de la mitología asturiana. Bajo este nombre genérico se agrupan varios tipos de hadas difundidos por los diversos rincones de estas idílicas y bellas tierras. Son personajes que, según la mitología local, suelen habitar en lugares de aguas puras y cristalinas.
Así pues, según esta definición, podemos hacernos una idea de lo que nos vamos a encontrar en esta ruta que discurre por el imponente Desfiladero de las Xanas, surcado por el arroyo del mismo nombre. Ruta que se ha ganado, de manera más que justificada, el apodo de «El pequeño Cares».

Para llegar al inicio de la ruta debemos introducirnos hasta el corazón del Principado de Asturias. Exactamente en el valle del río Trubia, por la carretera regional AS-228. Podremos dejar el coche aparcado en la pequeñísima área recreativa de Las Xanas, entre las localidades de Tuñón y Villanueva.

Por este mismo valle del Trubia también podemos realizar la afamada Via Verde de la Senda del Oso, una antigua línea ferroviaria que actualmente está adecentada para realizarla andando o en bici.
Comenzamos
Par iniciar la ruta debemos ascender por la carretera AS-360 durante unos 400m, que asciende al puerto de Tenebredo. A la derecha sale un desvío que nos saca del asfalto donde un cartel, mal cuidado, nos da información variada sobre el enclave que vamos a visitar.

La ruta comienza oficialmente aquí, pero de momento es tan solo un incómodo sendero sin otro objetivo que el de aproximarnos al propio desfiladero tomando relativa altura sobre el fondo del valle. Abajo podemos divisar ya, con cierta altura, la localidad de Villanueva.
Pronto, el camino gira bruscamente y nos introduce de lleno en el cortado. Un pequeño arco excavado sobre la roca hace de puerta natural hacia el espectáculo visual que nos acompañará toda la ruta.

El desfiladero
Paredes verticales a uno y otro lado del cauce del arroyo nos dejan con la boca abierta, tanto si levantábamos la vista, como si la dirigíamos hacia abajo.
El barranco se va estrechando, ambas laderas se aproximan más y más, como si un telón de teatro quisiese cerrarse a nuestro paso para poder contemplar eternamente esta obra maestra de la naturaleza.

El camino se retuerce y se adapta a las vicisitudes del abrupto terreno sobre el difícilmente consigue abrirse paso.
En algunas ocasiones, el abismo bajo nuestros pies se hace más que respetuoso y unas acertadas maromas clavadas en la pared permiten avanzar con algo más de seguridad.

Al fondo consigues oír el agua del arroyo, bastantes metros por debajo de nuestros pies. Se intuyen pequeños o grandes saltos de agua en lo más profundo del tajo.
Pero según avanzamos, el ruido del agua se aproxima a nuestros oídos. Esto es debido a que el curso del arroyo va tomando altura ya que nuestra marcha es en el sentido opuesto a la caída del agua.

Debido a ello, la vegetación, que antes se observaba en lo más profundo del valle, ahora cubre nuestro paso. La pendiente suaviza, lo que nos permite disfrutar aún más si cabe de este bucólico paseo.
El bosque
El paisaje cambia completamente; de una soleada y calurosa mañana rodeado de paredes rocosas e inertes, pasamos a un denso bosque húmedo y ensombrecido con una relativa humedad en el ambiente.
El cauce del río, que minutos antes surcaba el valle decenas de metro bajo nuestros pies, corre ahora a nuestro lado. Este nos ofrece constantemente tentadores rincones para descansar saliendo brevemente de la ruta establecida.

Es aquí donde toma plenamente sentido el nombre de la ruta. Estamos en lo más profundo de un bello bosque que parecía habitado por hadas.
Sus aguas frescas y cristalinas abriéndose paso entre las moldeadas piedras recubiertas de musgo y vegetación, nos hacen sentir un cuasi estado de nirvana.
Tras el breve descanso, proseguimos la ruta. Un poco más adelante, un puente de madera nos facilita el paso de un lado a otro del curso del río.

Continuamos el tranquilo paseo hasta que la ruta nos obliga a ascender por unos escalones de madera, separándonos del arroyo y tomando de nuevo altura sobre este.
En lo alto de esta dura pendiente, nos encontramos una bifurcación de caminos; a la derecha nos indica el paso hasta la pedanía de La Rebollada; a la izquierda nos informa del tramo a seguir hasta Pedroveya, nuestro objetivo.

En descenso cruzaremos un nuevo cauce, en esta ocasión el del arroyo de la Boya, que nos va a dar el acceso al final de la ruta. La densa vegetación se abre ante un extenso prado tupido, que bien podría situarse en cualquier enclave de los Alpes suizos. Presidido por la modesta capilla de San Antonio.

En sus proximidades, unas mesas de granito para recuperar fuerzas a la sombra de fuertes y recios árboles. Pero la tentación del prado es superior, así que disfrutamos del bocadillo dirigiendo nuestra mirada hacia el desfiladero por el que hemos ascendido.
Si queremos, podemos acercarnos hasta la localidad de Pedroveya. Este queda a penas 400m más allá del lugar donde descansamos. Allí podemos comer en uno de sus restaurantes o reponer líquidos en alguno de sus bares.
Toca decidir
En este punto tenemos dos opciones.
Realizar la vuelta por el mismo camino que la ida, mucho más rápido, puesto que el descenso de cotas es evidente. Y pudiendo disfrutar de algunos detalles que en la ida se nos hayan podido escapara a nuestra percepción.
Una pórtela nos obligará a detener el paso para continuar por un camino ahora más roto y estrecho que nos dejará en la carretera del puerto de Tenebredo, apenas un kilómetro más arriba de donde habíamos dejado el coche al inicio de la ruta.
Ruta de 9 km que en condiciones normales nos tomará unas 3 horas de paseo más las paradas.

