VIAJES

Diario de un viaje a Tanzania

Preámbulo

Este ha sido, sin duda alguna, el mejor y más completo viaje que jamás hayamos realizado nunca. Por los lugares visitados, por las gentes conocidas, por las emociones vividas, por los sentimientos encontrados… y, sobre todo, por los aprendizajes recibidos.

Será una tarea complicada, por no decir imposible, la de transmitir y describir lo ocurrido durante estas excepcionales semanas. Tal vez, la única forma de comprender sea viviéndolo en primera persona. No obstante, intentaré describir la experiencia lo más cercana posible a la realidad.

Antes de empezar, debo reconocer que nunca encontraré palabras suficientes de agradecimiento para lo que han hecho por nosotros nuestras tres patronas, que con un gran grupo de personas fuera de su zona de confort, nos han dirigido por tierras africanas haciéndonos sentir queridos, protegidos y cuidados.

ASANTE SANA; Lorena, Nuria y Andrea.

Inicio

Todo comenzó hace tres años cuando el destino de las redes sociales quiso cruzar a Afri y a Paco por mediación de Juntos Mola Más. Paco iniciaba un bonito proyecto en Tanzania y Afri navegaba por la red en busca de su sueño africano.

Tres años más tarde; con donaciones, sorteos, seguimiento de las aventuras y muchas dudas de por medio, se tomó la decisión. Una decisión realizada en nuestra furgo, de camino a las montañas madrileñas, desestimando otras opciones de viaje de las que nunca jamás nos arrepentiremos. Ya tendremos tiempo en el futuro de visitar otros países europeos…

Tocaba pues, organizar esta bella aventura a lo desconocido. Papeles, permisos, vacunas, monedas… y también, algunas decisiones dentro de la flexibilidad del viaje. Todo perfectamente guiado, dirigido y controlado por Paco, y su infinita paciencia, durante los meses previos.

Pocos días antes de la fecha señalada, el grupo de whatsapp terminaba de concretar las últimas dudas y decisiones, así como de organizar una quedada previa para los compañeros que viajaban desde lugares más lejanos a Madrid, ciudad desde la que partiría nuestro vuelo.

Primer encuentro

Un domingo 15 de julio de 2018, en el Mc Donals de la T4 a las 8:00 de la mañana, nos juntamos un grupo de mochileros con ganas de viajar, crecer, ayudar, amar, cooperar… y vivir.

Saludos, presentaciones y montón de ilusiones… Nombres, procedencias, profesiones, gustos… queríamos saber todo de todos. Queríamos empaparnos desde el principio de todo lo nuevo que se nos presentase ante nuestros ojos.

El encuentro

Unas breves y emocionantes palabras de Ana, unidas a las de Andrea y Nuria; daban por iniciado el viaje. Tras el reparto de las tarjetas de embarque y las bolsas con camiseta, pegatinas y una carta con el «Kit del perfecto viajero molón» iniciamos nuestra marcha al primero de los infinitos controles de aeropuerto que nos esperaban por delante.

Y es que, fue en ese mismo instante donde nos dimos cuenta de que la aventura acababa de comenzar. De que la filosofía del viaje era una constante sorpresa tras sorpresa.

Pole, pole. Dejar que las cosas «fluyan». Hakuna Matata… Todo consistía en no preocuparse, en dejarse llevar y en confiar en las patronas. Una forma de viajar a la que no estábamos acostumbrados, pero que sin duda alguna potenciaba las emociones y sentimientos.

Mientras nos hacíamos a la idea de ello, dimos buena cuenta de unos chupitos de vodka que se promocionaban en una tienda del «dutty free». El grupo dejaba una primera muestra de su «problema» con el alcohol…

Día 1 Traslado Madrid – Mto Wa Mbu (Tanzania)

Un primer vuelo a Casablanca resultó corto, las ganas nos ayudaron a ello. La conexión en territorio marroquí nos permitió seguir conociéndonos. Tuvimos la oportunidad de picar algo de comer, pero la prioridad del grupo fue pedir unas cervezas… Esto tenía buena pinta…

Pronto tomamos el segundo vuelo con destino Nairobi, con parada técnica en n´Djamena. Andrea compartía la información de su guía tanzana para ponernos en situación sobre nuestro destino final. Por otro lado, Borja se encargaba de recopilar información sobre el resultado de la final de la copa del mundo de fútbol. El vuelo resultó bastante más largo que el anterior y la noche se echó encima. El grupo en su conjunto durmió.

De madrugada aterrizamos en Kenya. Entre caras de cansancio e ilusión pasamos el control monitorizado de la fiebre amarilla antes de hacer el visado keniata (40€-50$).

Control de fiebre amarilla

Fuera, aún de noche, nos esperaba Lorena, nuestra tercera patrona que venía de dejar al grupo anterior. De nuevo presentaciones ante la que iba a ser nuestra madre protectora del viaje.

A pesar de estar en julio, hacía fresco en la noche keniata. El grupo se dirigió al «Peters», una cafetería donde pudimos tomar algo para desayunar mientras esquivábamos los primeros mosquitos del viaje y dábamos tiempo a que llegase el autobús que nos trasladaría a Mto wa Mbu, ya en tierras tanzanas.

Peter, el contacto en Nairobi, se presentó risueño y amable. El sol ya se había desperezado y la luz se reflejaba en nuestras caras que mostraban ganas y cansancio a la par.

 

Nuestro bus hacia Mto wa Mbu

El bus, privado para nosotros, hizo presencia. Cargamos las mochilas en lo alto y sacamos los transportines de pasillo. Todo listo para hacer el último viaje hacia nuestro destino.

A pesar del cansancio, ojos como platos. Éramos conscientes de que una de las principales causas de muerte en Kenia y Tanzania eran los accidentes de tráfico. Y antes de salir de la ciudad vimos el primer y a la postre «único accidente» del viaje.

Accidente a la salida de Nairobi

Un camión atravesado con la carga sobre el asfalto impedía el paso del tráfico; tráfico que se convertía en un «perfecto caos». Coches por el arcén, coches por la mediana… coches por el carril contrario. Hakuna matata. Todo fluía…

Tras este inquietante espectáculo, el grupo poco a poco comenzó a relajarse. La suma de horas empezaban a pesar, pero Borja y Váler continuaban empapándose de todo lo que ocurría en la carretera.

Causas del largo viaje

Era otra parte del viaje. Gentes cruzándose la carretera, niños apoyados en los quitamiedos, ganados en medio del trazado… Casas y construcciones a los lados… Todo era nuevo para nosotros y no merecía la pena cerrar el ojo.

Llegamos a la frontera tanzana. Parada obligatoria para un nuevo visado (50$) y un nuevo espectáculo con las huellas digitales y preguntas de los policías aduaneros. Lorena luchó por evitar pagar un visado nuevo y lo consiguió. Hay que andar con mil ojos en estos lugares.

Unos plátanos comprados en un mercado cercano nos recargaron de energías mientras nos ofrecían camisetas del equipo nacional tanzano por 25.000 chelines.

Continuamos nuestro viaje ya por tierras tanzanas cuando el Kilimanjaro hizo su presencia en el horizonte, casi escondido en la lejanía; pero sus nieves residuales en lo alto del cráter lo revelaron ante nuestros ojos.

 

El Kilimanjaro

En Arhusa, ciudad principal de la zona, paramos para comprar algo de comida en una gasolinera, pero al no aceptar dólares tuvimos que continuar en busca de un supermercado. Sin mucha demora, preparamos unos bocadillos en el mismo bus ya en marcha. El grupo funcionó a la perfección en su primera prueba de compañerismo. Perfecto.

Estaban resultando muy curiosos los controles policiales con sus barreras atravesadas en medio de la carretera hasta que nuestro chófer dejó de conocer a los guardias de cada uno de ellos… En esta ocasión, la última antes de llegar al destino final, un policía con TPV en mano (sí esa maquinita de cobrar tarjetas) le obligó a parar, abrió la puerta del bus y nos «regañó» por no llevar el cinturón. Tras esta escena, el chófer se vio obligado a bajarse para hacer unas dudosas gestiones económicas que a la postre parecieron ser normales en este tipo de casos.

Día 2 Acomodación.

Estábamos llegando al destino, pero desde el bus todavía podíamos observar a los niños Masai pastoreando su ganado y mostrando sus trajes negros antes de su paso a la madurez. O de como una oriunda, junto con su hija con gallina en mano, echaba a correr debido a una brusca parada del autobús junto a ellas por motivo de una urgencia fisiológica.

Felizmente arribamos al Sunbright Campsite, donde el recibimiento resultó de lo más hospitalario que nos pudiésemos imaginar. Abrazos y gritos de «Loreeena» nos hacían pensar que esta gente estaban más que agradecidos por nuestra llegada a sus humildes instalaciones.

«Cóctel» de bienvenida

El grupo fue reunido en la zona de descanso. Unas cervecitas de bienvenida, reparto de habitaciones con pasaportes de por medio y un breve tiempo de acomodación donde nos sorprendieron muy gratamente las tiendas en las que nos alojaríamos durante toda la semana.

Entrada, con camas y una parte posterior de la que no todo el mundo se hizo idea de lo que escondía.

– ¿Has abierto la segunda cremallera?
– ¿De qué segunda cremallera me hablas, quillo?
– Tú ve, y ábrela.

Habitaciones del campamento

Un baño particular con su ducha, su lavabo y su retrete; junto, al aire libre pero con la intimidad que se requiere. Todo un lujo para la zona.

– ¡Yo pensaban que los baños y las duchas iban a ser comunes! Está genial.

El tiempo para acomodarse concluyó. En la puerta del campamento nos esperaban unos tuc-tuc para llevarnos al orfanato Amani con el que Juntos Mola Más tiene una muy estrecha colaboración.

De camino al orfanato

Estábamos impresionados por este particular medio de transporte, cuando Andrea comentó:
– ¡Tranquilos chicos, si os vais a cansar de montar en ellos esta semana!

Tras unos 10 minutos de traslado, estábamos en el orfanato. Dudosos, cruzamos la puerta con la incertidumbre de no saber cuál sería el recibimiento.

No habíamos dado más de dos pasos cuando las sonrisas de los allí presentes nos comunicaban una noble actitud de bienvenida. Mientras los directores nos enseñaban las instalaciones del orfanato, los niños salían a nuestro encuentro y nos cogían de la mano para ser ellos los que nos mostrasen sus habitaciones, sus baños, su aula de estudio…

Enseñando a los maestros

Tiraban fuerte de nosotros, para ofrecernos orgullosos lo poco que disponían. Llamaba también la atención la confianza con la que nos trataban, como si nos conociesen de toda la vida.

El grupo observaba atento a todo lo que allí se estaba mostrando. Sensaciones y sentimientos a flor de piel. El aprendizaje global del viaje se acababa de hacer presente en tan solo cinco minutos con los chicos del orfanato. Qué feliz se puede ser, con tan poco. Y qué malo es el prejuicio hacia las personas. Solo con esto ya había merecido la pena el viaje.

Patio del orfanato

Uno de los más pequeños cogió mi mano y me llevó directo al campo donde tenían dos porterías. Allí empezamos a jugar a tirar penaltis, alternando los roles. Con una piedra a modo de pelota. Llamaba la atención los punterazos que daba a la piedra sin queja alguna.

Preámbulo del partido

Pronto llegó el resto de compañeros y nos propusieron un partido. Grandes contra pequeños, así lo decidieron ellos, y así lo hicimos.

La tierra fina, cual ceniza, creaba una polvareda en el terreno de juego que casi impedía ver al resto de los componentes. Pero daba igual. Allí nadie se quejaba y todo eran sonrisas.

Compartiendo

No hizo falta dejarse perder, su ímpetu les puso por delante en el marcador, incluso siendo los más pequeños y con calzados con los que nosotros ni si quiera podríamos dar un paso. Alguno destacaba por encima de los demás, se notaba que le gustaba el fútbol y era habilidoso con la pelota, pero jugaba con los compañeros sin ser egoísta.

De nuevo, un aprendizaje; las ganas y la unión de un grupo siempre están por encima de cualquier excusa o individualidad.

Llevábamos media hora en el orfanato y las lecciones de humanidad que indirectamente nos estaban dando estos niños no tenían precio alguno. De nuevo las emociones se hacían presentes. Necesité un momento de desconexión en el partido para asimilar lo que estábamos viviendo.

Volví a la realidad cuando escuché un:

– «Farta, penarty» que repetían a nuestras palabras. Se les veía felices.

Familia africana

Incluso mostraron dotes de fisioterapeuta, cuando uno de ellos pareció hacerse daño en un pie y todos nos preocupamos por su estado. Lo que allí ocurrió en el corrillo entorno al lesionado y el amigo «fisio» fue todo un espectáculo de compañerismo y camaradería.

El tiempo se acabó y debimos despedirnos hasta el día siguiente. La vuelta a pie hasta la carretera continuaba llenándonos de vida.

En la carretera nos esperaban los tuc-tuc para llevarnos al campamento. Una ducha rápida en nuestros particulares baños y preparados para ir a cenar al pueblo. Puestos de ccomida, saludos de niños a nuestro paso y un ofrecimiento a una partida de billar en la misma calle, con certero golpe azaroso. Gente sana. Gente amable. Nunca me hubiese imaginado una África de esta manera. Gracias Juntos Mola Más.

Tenía razón Andrea, de nuevo tomamos este popular medio de transporte para ir al centro de Mto Wa Mbu. Ya de noche, luces muy tenues. Oscuridad en las calles. Apenas visibilidad en la carretera.
Pero curiosamente, la supuesta desconfianza que ello debía acarrear, no aparecían dentro de nuestras sensaciones.

Acomodados en el patio trasero del restaurante «Micasa» esperábamos a uno de los tuc-tuc que no llegaba. Un pequeño percance, que no llegó a más que un buen susto y un golpe fuerte en el costado de la gran Tere, nos puso sobre aviso para el resto de los desplazamientos con este medio. No sabía este conductor la que le esperaba en los siguientes días…

La cena; a base de tortilla de patatas, ensalada y arroz con habichuelas. De beber, cerveza. Esa que no faltase. No sea que el agua fuese a ser de grifo…

Al lado un grupo jugaba al billar y un masai se mezclaba entre ellos. Luz muy tenue para dar al lugar un ambiente particular.

Tras la cena, un breve paseo por la calle hasta llegar a la carretera nos permitió observar por primera vez la realidad del poblado en particular, y de Tanzania en general. Calles sin asfaltar, casas bajas, austeridad… No tenían más medios, pero tampoco les hacía falta más.

Los tuc-tuc nos esperaban para llevarnos de nuevo al campamento, pero en esta ocasión «pole, pole» no queríamos más sustos, pues acabábamos de iniciar nuestro viaje y aún nos quedaba mucho por conocer.

Reventados de esta jornada y media, no queríamos que acabase. Alguien propuso tomar la última cerveza antes de ir a acostar…

Día 3 Visita al poblado Masai y taller de pintura.

«Pocos nos quedaremos», pensé para mí mismo. Error. Tres cuartas partes del grupo. Y más error aún, dejarnos que nosotros mismos nos auto sirviésemos de la nevera. Serenguetis, Safaris y Kilimanjaros… La noche de las 109 cervezas. Lo que allí ocurrió, allí quedó. Incluso con amenaza de guiri y respuesta instantánea de Borja con amago de disfraz Masai. Llevábamos juntos día y medio, y ya parecía que nos conociésemos de toda la vida.

La mañana amaneció entre resacas cerveceras y peleas con la mosquitera. En el desayuno las voces roncas se alternaban con comentarios jocosos sobre la noche anterior. El buen ambiente reinaba a pesar de que los cuerpos no estaban recuperados por completo.

En la mesa se nos ofrecía café, leche en polvo y termos con agua hirviendo. Algo a lo que nos tendíamos que acostumbrar para el resto del viaje. También algunas piezas de fruta y tortillas con verdura junto con tostadas y crepes. Todo un lujo para recuperar las energías necesarias de cara a la jornada de hoy.

En el día anterior los grupos fueron divididos según el azar de los pasaportes. Grupos con nombre propio, Kilimanjaro y Serengueti. Unos visitarían el poblado Masai, otros el Lago Manyara. Andrea y Nuria respectivamente, serían las encargadas de guiarnos. Mientras, Lorena gestionaría todos los cambios de moneda del grupo.

De camino al poblado Masai

El traslado en moto del equipo Kilimanjaro hasta el poblado Masai no fue divertido hasta que nos adentramos en los caminos, donde Jonhy luchaba por no salirse de la moto mientras que los demás tratábamos de inmortalizar el momento.

Cuarto de hora más tarde nos encontrábamos en medio de una llanura, con las montañas de fondo y casetas de adobe y paja a nuestro alrededor.

El baile de bienvenida captó por completo nuestra atención. Saltos, gritos y un conjunto de movimientos rítmicos creaban un ambiente entre mágico y belicoso. Incluso, desafiante.

Recibimiento Masai

Pero lejos de querer incomodarnos; los Masai, con sus mantos rojos, su machete en la cintura y sus zapatillas «estilo Bridgestone», nos invitaban a participar en su ritual. Eso sí, los hombres por un lado y las mujeres por otro.

De reojo veía como a Afri la ofrecían un collar para ponérselo en el cuello y bailar junto a las mujeres. No pude detener la mirada en su nuevo atuendo, cuando alguien me cogió del antebrazo y me puso un bastón en mi mano. Sin darme cuenta estaba junto a los Masai saltando, cantando y bailando a su ritmo. Unidos en una mezcla donde solo nos diferenciaba el color de piel.

Afri Masai

Matheu controlaba todo, los tiempos, las órdenes; tanto a los Masai como a los invitados. Se notaba que era el líder. Me resultaba curioso como controlaba perfectamente el idioma inglés.

Tras el baile-ritual a modo de bienvenida, tocaba mostrarnos sus costumbres. Empezamos por el rebaño de vacas que ubicado en un redil creado con unas ramas específicas que evitaban la salida de las reses y la entrada de los depredadores. Allí, Andrea se animó a ordeñar mientras nos explicaban el provecho de su leche, sus pieles, sus excrementos y su sangre.

Cabaña Masai

Tocó el turno de las casas masai, de adobe y paja. En su interior nos mostraron su distribución. En ella se percibía una considerable disminución de temperatura. Una clase magistral en inglés de todas sus costumbres, creencias y métodos de vida. Seguidamente una ronda de interesantes preguntas fueron amablemente respondidas. Un momento mágico donde pudimos sentirnos unos auténticos masais.

Hospitalidad

También pudimos vivir un momento completamente descontextualizado cuando Matheu sacó un móvil del bolsillo para pedir nuestro contacto de facebook. Se notaba que era una tribu masai abierta al progreso, pero sin perder sus raíces, como bien nos habían explicado con anterioridad.

Una demostración de como crear fuego a base de fricción, habilidad, paja y excrementos dio paso a la visita del mercado masai. Caro y duros de regateo. El conjunto de la experiencia resultó muy positiva.

Poblado Masai

Tocaba volver a las motos y dirigirnos de nuevo al orfanato. Allí nos esperaban para ponernos manos a la obra y ayudarles a pintar parte del muro exterior que había sido recientemente levantado. Color verde y negro. Brochas a las manos y en grupo a pintar.

Pintura del muro

Rápido, quedó completamente cubierto de pintura, con una actitud positiva y colaborativa el trabajo fue realizado con eficiencia. La ayuda de los más grandes del orfanato fue agradecida.

Una vez acabados con los tres cubos de pintura, era el tiempo de ver a los más pequeños trabajar en su aula. Con el permiso de la Mama, interrumpimos en la clase donde se nos ofreció una canción de bienvenida. Fue un momento realmente auténtico.

Aula del orfanato

Debíamos volver al poblado para comer. Mientras andábamos, unos compañeros que marchaban por delante pidieron al conductor de una moto con remolque que nos aproximara a la carretera. Amablemente accedió a la petición y allí que nos subimos el grupo entero, inconscientes del peligro que ello acarreaba.

Una vez en la carretera, agradecimos el trato y el conductor inició su marcha sin pedir nada a cambio. Pero un pequeña propina le iluminó los ojos como luceros.

Los tuc-tuc nos esperaban para ir de nuevo al bar «Micasa». Se comentaba entre ellos, que el gremio había abroncado al culpable del accidente del día anterior y que incluso le habían penalizado con no conducir de nuevo el tuc-tuc.

Entrábamos  en el mismo lugar de la cena del día anterior, ahora a plena luz, lo que nos permitía disfrutarlo desde otro punto de vista. La comida resultó ser la misma y es que allí la dieta no es nada variada, todo a base de arroz, judías, huevos y patatas.

Lorena apareció, y mientras se confirmaban los cálculos, disfrutábamos de unas cervezas antes de continuar con la actividad de la tarde.

Paseo para bajar la comida por Mto wa Mbu

Un paseo por la travesía de la carretera nos permitió disfrutar en primera persona del poblado, de sus gentes, sus casas, sus negocios. Nos empapábamos de una realidad completamente diferente a la que estamos acostumbrados. Con gente feliz a pesar de todas las «deficiencias» con las que contaban.

Sumergidos en estos pensamientos llegamos a la tienda de pintura de Sulemani. Allí nos esperaba con una sonrisa en la boca. Hospitalario y acogedor nos abrió su tienda a la vez que preparó el taller donde realizaríamos nuestro propio cuadro masai.

Unas pautas básicas para hacer un fondo con el atardecer o la noche, y la silueta del Kilimanjaro. Y otras para dibujar a un elefante o grupo masai, fueron suficientes para iniciarnos en la pintura al óleo.

Clase magistral de Sule

Previamente debimos preparar la paleta de colores con sus correspondientes mezclas. Jonhy tiró de su tierra para hacer un «rojo vino», que le costó, pero que después fue muy socorrido. También creó el pico San Lorenzo (el de su pueblo) que a la postre resultó ser muy similar al Pico Sagrado de los masai…

Todos concentrados en nuestras obras, algunos proponían hacer negocio con sus pinturas, e incluso otros con sus hojas de maría…

Nuestras obras de arte

Tras la creación de nuestras «obras de arte», tocaba el turno de compras. Afri y María peleaban por saber si el elefante, era un tigre o un león mientras que el que escribe asentía a cada uno de los disparates. Clientes españoles entraban interesados en la actividad mientras que nos decidíamos por un bello cuadro multicolor de un León.

La noche se echaba encima y tocaba volver andando al campamento. Sule, amablemente nos acompañó e incluso nos protegió en el regateo de la compra de algunas cervezas y provisiones en una tienda que pillaba de camino.

Botellas de whisky y ron nos tentaban, pero la falta de hielo nos desanimaba. Así, llegamos al campamento donde nos esperaban el resto de compañeros para compartir las experiencias de este primer día en Mto wa Mbú.

Pero la noche no había terminado. Era el cumpleaños de Manu y nos invitó a una ronda de cervezas. Acababa de encender la mecha. La nevera llena nos esperaba para después de cenar (aprendían rápido estos tanzanos)

En definitiva una noche llena de camaradería, buen rollo e intensa amistad. La que unió al grupo. La que nos permitía conocernos un poquito más a fondo entre nosotros. La magia. La cerveza. La buena gente. Surgió lo inevitable. La noche de las 129 cervezas, del guiri que volvía a quejarse por partida doble, del cambio de lugar de la cena a la zona de descanso. Del escondite de Afri bajo la mesa. Del nuevo intercambio a la piscina vacía. Del fallo en la instalación eléctrica que nos dejó el regalo más bonito que pudimos tener, la verdadera noche de las 10.000 estrellas. De la luz sospechosa que se acercaba a nosotros y resultó ser el Masai-segurata al que Antonio le agradeció el alivio con un enorme abrazo. La del cocinero del guiri que se unió a la fiesta para enseñarnos la canción de bienvenida a los extranjeros.

Día 4 Safari en bici al lago Manyara.

Un nuevo día. Allí nos esperaba Franki que nos cuidaba a todas horas. Tanto en la madrugada con los botellines como en los despertares con los desayunos. Era el encargado del campamento y a la vez el encargado de que no nos faltase de nada.

Entre voces roncas y deseos de buenos días, el grupo iba desperezándose de cara a una nueva jornada. Intercambio de actividades, en esta ocasión al grupo de Andrea le tocaba la bici.

Allí nos esperaban ya preparadas junto al gran José Masai, un tipo tan risueño como amable. Un auténtico crack que nos iba a tratar «de lujo».

De camino al lago Manyara

Un breve paseo por las calles de Mto wa Mbu fue suficiente para hacer desaparecer la resaca de nuestros cuerpos. Enfilando el camino hacia el lago Manyara, cruzamos por una fértil plantación platanera. Pepe nos iba explicando el mercado del plátano, las canalizaciones y algunos datos más que quería puntualizar a la vuelta del recorrido.

Comercio platanero

El trazado fue muy ameno, disfrutando de todo lo que nuestros ojos percibían. Saludos infinitos de los niños. Trabajos de porteo. Y la presentación del lugar de apuestas donde Pepe vio la final de la copa del mundo de fútbol.

Pronto el paisaje cambió, nos adentramos en un denso bosque de acacias que, nos explicaba, servía de barrera natural para los animales que convivían en el hábitat del lago.

Bosque de acacias

Una humilde barrera nos cortaba el paso a la vez que Pepe se dirigía a los guardas del parque para acceder con permiso.

Tras cruzar el bosque, una inmensa llanura se abría ante nuestros ojos, y al fondo la tranquilidad del lago Manyara.

Llanura de Manyara

Un grupo de pescadoras y pescaderas limpiaban las tripas de los peces conseguidos en su jornada de pesca. Las cigüeñas marabú, carroñeras, se acercaban a comerse las tripas de los pescados. Un cayuco en la orilla fangosa que es utilizado para las labores de pesca fue transformado en un momentáneo photocall.

Cayuco en Manyara

Pepe continuaba con sus interesantes explicaciones, cogimos las bicis y rodamos bordeando el lago. Al fondo parecía divisarse una manada de búfalos y entre ellos Andrea divisó un León.

Grupo Kilimanjaro

Muy tranquilo estaba Pepe para que eso fuera cierto. Nos aproximamos con cautela pero los búfalos empezaron a levantarse, lo que significaba que debíamos detenerla marcha.

Atentos a las explicaciones de Pepe

Giramos la mirada para ver las aves que sobrevolaban el gran lago. Las montañas del fondo pertenecían al gran Rift africano. Toda una foto de postal. Idílica.

De vuelta a las bicis unos huevos camuflados en el suelo llamaron la atención de Pepe, que nos advertía del hallazgo mientras la madre revoloteaba a nuestro alrededor.

Pescaderas de Manyara

Tocaba el turno de adentrarnos en el bosque de acacias para divisar a los macacos. Móvil en mano en conversación con Andrea reconocí mi problema de querer guardar todo en la cámara, hecho que me impedía disfrutar del directo.

Un toque por la espalda y una pregunta fueron suficientes:

– David, ¿si hago una cosa no te enfadas?
– No, Andrea, dime.
– Dame tu móvil.

Fue el momento del día que más disfruté, centrando mi atención solo y exclusivamente en lo que Pepe nos mostraba.

– Existen unos monos que tienen los huevos azules…
– ¿ Y cómo se llaman?
– Monos de los huevos azules…

Obvio. Y por allí parecieron, en lo alto de las copas. Un azul turquesa que rodeaba su zona genital.

Tocaba volver por el mismo camino, cruzar la barrera natural del bosque de acacias y dirigirnos hacia la plantación platanera.

Los niños saludaban alegres a nuestro paso. Salían de las casas para chocar las manos en un gesto inigualable de hospitalidad.

– ¡Jambo!
– ¡Mambo!
– ¡Poa!

Los niños, lo mejor de Tanzania.

Detuvimos las bicis y, a pie, nos adentramos entre los plataneros. Pepe explicaba orgulloso de sus costumbres y su tierra, daba gusto escucharle con ese tono amable y jocoso.

Canalizaciones del río compartidas por las familias, tipos de recolección, plantación… El agua que guardaba los troncos de las plataneras. Y la búsqueda del plátano rojo, con sabor más dulce que el amarillo. Todos marchábamos entre las palmeras sigilosos atentos a sus recomendaciones.

Disfrutábamos al cobijo de las palmeras pero se nos hacía tarde. Directos a dejar las bicis a la tienda para reagruparnos con el otro grupo en el bar de un amigo de nuestro guía.  Cata de plátano rojo (muy dulce) y cerveza de plátano (horrorosa). Un pantaloncillo para Afri y una cebra para la casa. Un poco de jamón serrano envasado que sacó Andrea para que Pepe se pusiese las botas con ello (no lo había comido nunca, y pareció que no le disgustó)

Afri probando el plátano rojo

Tocaba ahora ir a comer a casa de Buba, el de la gorra del PSOE de Medina. En tuc-tuc llegamos a una terraza en la misma carretera. Con retraso. Pero hakuna matata. Arroz, en esta ocasión un arroz especial, tostado, con sabor. También arroz blanco, judias, pan de pita y algo de ensalada.

Los niños salían del cole, y saludaban. Alguno se acercaba y aprovechábamos para ver sus cuadernos. Curiosos sus trabajos escolares.

Cuadernos escolares

Pero llegó el momento del día. Uno de estos niños, se aproximó por la espalda y metió el brazo entre nosotros, abrió la mano y sacó una moneda que aparentaron ser 20 chelines (no sé si existe esta moneda). Nos hizo un gesto inequívoco de querer devolvernos la moneda que él suponía nuestra. Silencio en el grupo.

Le cerramos la mano y le asentimos que no era nuestro. Se dio la vuelta y se fue con una sonrisa que no le cabía en su bonita cara de amabilidad.

Emociones a flor de piel. Nuevo aprendizaje. Materialmente no son gente rica, pero en valores nos superan a todos con creces. Tras este nuevo momento único. Tomamos rumbo al orfanato, a pie. Los niños nos acompañaban, jugando con una pelota creada con bolsas de plástico. Manuel aprovechó para comprar dos humildes balones en una tienda, uno para ellos que salieron corriendo agradecidos, el otro para los chicos del orfanato.

De camino a nuestro siguiente objetivo pasamos de nuevo por la zona de billar donde nos volvieron a invitar a su partida. Son gente que rebosa amabilidad y hospitalidad. Es un hecho evidente. En esta ocasión no fue posible la carambola. Pero daba igual, varios choques de manos y unas cuantas sonrisas fueron suficientes para ganar vida.

Estábamos ya en el orfanato. El objetivo de hoy era seguir pintando el muro por la parte posterior. Ahora con ayuda de todos los niños. No tres, sino cinco botes de pintura nos esperaban para ponernos manos a la obra.

¡A pintar!

Niños en los hombros, niños agarrados por la cintura, niños revoloteando a nuestro alrededor. Con ayuda, sin ayuda. Uno inquieto que no paraba de pintar y pintarse. Necesitaba un momento de quietud para divisar lo que estaba ocurriendo. Todos, todos, todos. Participaban en la misma obra. Un nuevo momento único. Ayuda, camaradería, trabajo en equipo. Sentimientos difíciles de expresar.

Equipo

La música de Afri animaba a seguir pintando sobre lo ya pintado, bailando, riendo, jugando. No queríamos terminar de pintar porque supondría terminar un momento mágico. Pero los cinco cubos terminaron por agotarse.

Fue entonces cuando tocó el momento de recreo. Juegos al pañuelo, a las luchas, en los toboganes, en los columpios. Los chicos querían jugar a todo con todos. Llamadas de atención, tirones de manos… Por aquí, por allá.

Jugando con Samimi

Risas y más risas. Todos eran felices. Estaba siendo un momento único. Samimi demandaba mi atención constantemente. Agradecida, risueña, activa. Un cielo de niña. En ese momento algo nos unió. Como cada compañero con cada uno de los chicos del orfanato. Fue un momento de hermanamiento con los niños, de cierto apadrinamiento lúdico. La tarde se prolongó. Fue especial.

Afri disfrutando de los niños.

Pero teníamos que volver al campamento. Andando vimos el bonito atardecer mientras Jonhy descubría los filtros de su móvil y los niños gritaban desde lo lejos un incómodo «msungu» («hombre blanco» en swahili).

Ya en la carretera los tuc-tuc nos llevaron al campamento donde esperamos al otro grupo que llegó poco después de pintar los cuadros. Pablo y Antonio aparecieron cuadro en mano cortesía de Sulemani, que a la postre resultaron casi un martirio en los infinitos traslados del viaje…

Tocaba salir a cenar al Scorpion. Una discoteca transformada en restaurante para la ocasión. De nuevo el menú estrella. Tortilla y arroz con carne en salsa. Todo seguía igual, incluso las ropas de noche.

Con el pollo colgando en la espalda cenamos a base de cervezas. Laura rompía el hielo en la pista de baile mientras Antonio llamaba su atención. Risas y buen ambiente.

Pronto terminamos todos en la pista de baile. «Musho betis, Sevilla caca» aprendieron algunos mientras otros se fotografiaban con el machete de un masai. Alguno se sintió ofendido por esa foto al no querer que en España se relacionase a Tanzania con los Masai.

África haciendo amigos con Tanzania. En definitiva cada uno con su rollo, mezclándonos con la población local en medio de una peculiar discoteca con unos salones traseros a modos de cine.

Discoteca Scorpion

Llegó la hora de volver, en moto, en la oscuridad de la carretera con el cielo estrellado. Y tomar las últimas cervezas, esta vez con más cordura puesto que al día siguiente tocaban los safaris.

– Para mañana echad lo básico en la mochila, como mucho una chaquetita por si refresca por la noche.
– Si queréis no hace falta ni la toalla.
– Mañana salimos pronto, a las 8:00 están los coches aquí.

Como buenos alumnos, hicimos caso a nuestras patronas. Una bolsita de cuerdas para Afri y para mí con una chaqueta, la bolsa de aseo, el pijama y los sacos de dormir.

Debíamos preparar una pequeña mochila para los dos días siguientes, puesto que realizaríamos dos safaris con noche intermedia fuera de nuestro «cuartel general».

Día 6 Safari en Taranguire.

Fueron los gallos los que coincidieron en esta ocasión con la hora del despertador. La posición de nuestra tienda favorecía la vista de la salida del sol. Todo un lujo el poder disfrutar desde la misma cama de este modesto amanecer, a pesar de que la mosquitera se empeñaba en estropear el bucólico momento.

La mochila había quedado preparada la noche anterior puesto que existía cierta celeridad para el desayuno y la llegada de los todoterreno.

Una buena carga de energías en el desayuno y listos para la marcha. Pero los coches se retrasan. Pole, pole.

Casi una hora más tarde se inició nuestra expedición por carretera hacia el Parque Nacional de Taranguire. Durante este tiempo aprovechamos a charlar con nuestro guía que estaba más interesado en la polémica de la independencia catalana que de explicar lo que nos íbamos a encontrar a lo largo del día.

Las sensaciones de que no controla mucho nuestro idioma lo confirmó Jonhy con una simple pregunta:

– ¿Qué vamos a ver hoy?
– Sí, cosas.
– ¿Vamos a ver jirafas?
– Sí.
– ¿Vamos a ver elefantes?
– Sí
– ¿Y dinosaurios?
– Sí, sí…
– (ay mi madre)

Salimos de la carretera para adentrarnos en un pista polvorienta que nos aproximaba a la entrada del parque. Niños Masai se asomaban a nuestra llegada, vestidos con sus peculiares atuendos y esquivos con las fotografías.

Un espectacular baobab nos dio la bienvenida. Nos hicimos fotos con él mientras se realizaban las gestiones de acceso.

Pero el tiempo empezó a alargarse en demasía. Coches que llegaban después de nosotros, entraban con más rapidez. No sabíamos qué pasaba.

Problemas con la gestión de acceso nos impedían entrar, pero no había problema. Hakuna matata. Cervezas y a dar un paseo por la zona.

Al rato el problema fue solucionado. Pero cuál fue nuestro asombro cuando uno de los tres coches con los que viajábamos no arrancaba. Todos alrededor del motor buscando una solución. Empujones hacia atrás, hacia adelante, nada. Los turistas nos fotografiaban como si fuésemos una animación más.

De pronto uno de los conductores absorbe gasolina para que llegase al depósito. Esa fue la solución. Ya pudimos empezar a disfrutar del safari aunque las horas frescas de la mañana, y por lo tanto las de más facilidad de ver animales, ya se habían pasado.

Nuestro guía poco explicaba y casi teníamos que indicar donde había animales. Ñus y cebras por doquier. A un lado y otro de la pista se cruzaban con total tranquilidad, solitarios y en manada.

Empezaron a aparecer las jirafas. Llamaba mucho la atención su fisonomía. Con un caminar lento, pausado. Se acercaban a las copas de los árboles para comer. Todo un espectáculo para la vista.

El parque es conocido por la cantidad de elefantes que conviven allí, pero no habíamos conseguido ver ninguno hasta el momento. Pronto empezaron a asomar en la lejanía, casi imperceptibles a la vista y un poco con ayuda de los prismáticos.

Afrí tenía urgencias fisiológicas y en una rápida maniobra bajó del coche para esconderse tras un arbusto y regresar con otro semblante en la cara, a pesar de la prohibición de abandonar los coches durante los safaris.

Pronto llegamos a la zona de pic-nic, la primera parte había sido corta debido a todos los imprevistos.

Bajamos del coche y a disfrutar de la comida y las bonitas vistas que se nos ofrecían desde el mirador. La única norma era clara. No dar de comer a los chimpancé que por allí deambulaban. Eran unos auténticos ladrones de comida.

Ernesto fue el primero en tener un encontronazo con un guía que estaba junto a nuestra mesa por esa razón. Una actitud un tanto violenta que nos puso en alerta. Después, fue todo protagonismo para los monos, robando paquetes de galletas y quitando de la misma mano de Afri el brick de zumo, con un susto que tardó unos minutos en pasarse.

Realmente los avisos eran ciertos. Si los dábamos de comer, a parte de interferir en su dieta, les estábamos incitando a que arrasasen con toda la comida que llevábamos encima sin importarles nuestra integridad física.

Debíamos continuar con el safari, ahora  descendiendo hasta el río para perseguir unos elefantes que habían bajado al cauce para refrescarse. De camino a ellos, unos buitres, alguna gacela y unos simpáticos suricatos.

Los tres coches marchan juntos, lo que aprovechamos para fotografiarnos entre nosotros y gastar alguna que otra broma. En un despiste de nuestro chófer nos separamos del grupo, pero es aprovechado para divisar de muy cerca un par de elefantes. Y un poco más adelante otro que se nos cruzó justo por delante y que parecía enfadado. Hay que tener especial respeto por ellos porque pueden ser muy violentos independientemente de la parsimonia con la que aparecen desplazarse.

Un intento de comunicación con los compañeros y un rodeo por el mismo lugar en varias ocasiones les obligó a los guías a preguntarnos si era suficiente safari por hoy para nosotros. Entre dudas y viendo que poco más podíamos aprovechar, decidimos tomar el camino hacia la salida.

Es en esta ocasión, en una parada brusca para ver de nuevo a una jirafa, el coche no consigue arrancar. Tras varios intentos, tenemos la suerte de que aparece uno de nuestros coches por detrás para ayudarnos con su morro y poder arrancar.

Mismo problema, poco más adelante. Y por tercera vez antes de llegar a la salida, por lo que decidimos terminar el safari a pie.

Insistentes problemas mecánicos con el coche nos obligan a bajarnos de él para intentar arreglarlo en un taller del poblado más cercano, incluyendo un cambio de chófer, que no solventa el problema, pero si mejora la conducción.

Mientras se intenta solucionar, el sol cae, pero una bar de carretera cercano nos ameniza la espera. Cervecitas por doquier.

Tras varias propuestas y opciones. Llegamos a la solución final, reparto de compañeros entre los otros dos coches. Algo menos de dos horas tardamos en llegar al Panorama Campsite donde dormiríamos esa noche. Poco antes de llegar, uno de los dos coches se quedó sin gasolina. De nuevo el único coche que quedaba sano debía volver a por nosotros con la ayuda de otro que pasaba por la carretera. Todo un despropósito de día.

Pero esto es África, y es algo con lo que contábamos. Sabíamos a los que veníamos. Así que, «Pole, pole». Hakuna matata. Sin prisa, al final todo solucionado, dejamos fluir. La aventura siempre es divertida aunque en esta ocasión nos impidiese ver el atardecer. Nuevo aprendizaje; vive el momento, disfruta el ahora. No hagas planes; tendrás menos preocupaciones.

Una vez en el nuevo campamento, tuvimos tiempo justo para acomodarnos en unas casetas tipo huevo, cenar, disfrutar de un espectáculo indígena y marchar a la cama. Algunas quejas por el resultado del día de hoy fueron contestadas con unas caras de preocupación y circunstancia por parte de las tres patronas. No había sido un día fácil ni para nosotros ni para ellas. Pero, afortunadamente, todo había terminado por hoy.

El cuerpo no daba para más y el día siguiente nos esperaba un nuevo madrugón para visitar el segundo de los safaris del viaje.

Día 7 Safari de Ngorongoro.

El despertador sonó antes de que el sol se hubiese levantado. Una salamanquesa nos daba los buenos días desde el techo. El desayuno estaba preparado, pero aún quedaba la sorpresa de despedida. El amanecer desde el mirador del camping creaba un momento mágico en el grupo. Toda la llanura y el lago Manyara quedaban a los pies y los rayos de un sol enorme, que comenzaban a desperezarse desde el horizonte, iluminaba con mimo este bello paisaje africano.

No había tiempo para más. Los coches esperaban para partir hacia el segundo safari del viaje. Andrea apresuraba certeramente la salida, mientras nos pedían propina para el cocinero y nos despedíamos de nuestro guía del día anterior.

Nos dio pena, pero las quejas y las eficientes gestiones de las patronas, permitieron un certero cambio de coches y de guía para la jornada de hoy.

De camino a la reserva de Ngorongoro observamos el evidente cambio de orografía. Más montañoso, más volcánico. Con tierras más rojizas y vegetación más abundante.

En la entrada del parque nos detuvimos para hacer las gestiones de acceso, mucho más diligentes que las del día anterior y que sirvieron para una breve explicación en la sala de exposición.

Los macacos que por allí rondaban, no terminaban de dar la confianza necesaria a Afri. Aún tenía muy reciente el ataque sufrido el día anterior.

Pasamos el arco de entrada y el aspecto cambió completamente. Nos recordaba a Canarias, una zona volcánica y con mucha vegetación, cubierto de unas nubes perennes.

Ngorongoro es un cráter de unos 26 km de diámetro que crea una barrera natural para todos los animales que allí viven. Un espacio singular, relativamente pequeño donde podemos encontrar diversos hábitat. Lagunas, bosques, sabanas y montañas. Ello permite una concentración de animales de muy diversas especies en un espacio relativamente reducido.

El segundo control de acceso, justo en lo alto de la cresta del volcán, nos hace replantearnos si habíamos acertado con la indumentaria. Frío era poco lo que estábamos sufriendo.

En el descenso hacia el cráter pudimos divisar la basta llanura. Nuestro objetivo de hoy era encontrar leones y rinocerontes, entre otros mucho más animales.

A las primeras de cambio, un conjunto de coches se amontonan en una de las pistas… Nos acercamos… Sí, eran tres leones comiendo lo que parecía un búfalo. De nuevo echamos de menos la cámara réflex y en esta ocasión, también unos prismáticos que nuestro equipo no disponía. El cruce con los coches de los compañeros permitió tomar uno de ellos para poder confirmar nuestras sospechas.

Seguimos el safari, en busca de hipopótamos. De camino a la zona pantanosa debimos vadear algún arroyo. Manadas de cebras, búfalos y ñus aparecían por doquier. Grupos de flamencos y alguna hiena, junto con avestruces y suricatos. No hacía falta buscarlos. Los veíamos con asombrosa facilidad.

Llegamos a la zona pantanosa donde pudimos observar con mucha facilidad una familia grande de hipopótamos. Espectacular.

Seguimos nuestra marcha disfrutando de las manadas a un lado y otro de la pista. El chófer observó unas hienas e hizo un comentario, junto con un giro brusco y cambio de camino.

– Donde hay hienas, cerca hay un león.

Certera afirmación. Un león paseaba en la lejanía junto al cauce de un río. Al lado contrario, unas desconfiadas mandas de búfalos y cebras dirigían sus cabezas hacia el cauce donde se encontraba el león. Mientras, las hienas esperaban su turno a una distancia prudencial del gran depredador. Todo un espectáculo digno de National Geografic.

Esperando una supuesta caza, el león se hizo de rogar, se tumbó y decidió que no era el momento. Por lo que decidimos seguir nuestro camino rumbo a la zona de pic-nic.

Un precioso lago con hipopótamos en el interior nos invitaba a descansar fuera del coche. Unos baños adecentados y el picnic en la mano. Pero Afri no estaba muy convencida. El guía aviso de la peligrosidad de las águilas, que en esta ocasión harían las veces de los macacos de Tarangire,  lanzándose en picado para obtener una presa fácil a modo de picnic.

Así pues decidimos comer en el interior del coche para posteriormente salir y disfrutar con el resto de los compañeros, no sin antes observar como una de esas rapaces hacía un picado tal cual nos habían avisado a las manos de un guiri cercano a nosotros.

El cuaderno de apuntes del guía del día anterior apareció entre los papeles del coche. Momento que fue utilizado para tomar toda la info que no pudimos obtener en su momento.

Nos quedaba poner rumbo ahora hacia la búsqueda del rinoceronte. Surcando las pistas nos acercábamos hacia el bosque donde se suponía podíamos observarlo. De camino allí, unos coches paraban en la pista. Al fondo se divisaba lo que podía ser un rinoceronte. Pero tras varias verificaciones la respuesta fue negativa.

Era curioso como de estar en una sabana, y después en una zona lagunar; podíamos, en menos de 10 minutos, estar en el interior de un frondoso bosque donde la altura de las acacias casi impedían divisar el cielo.

Dimos algunas vueltas pero el rinoceronte no apareció. Cuando ya tomábamos el camino de salida, tuvimos el regalo más impresionante de la jornada. Un espectacular elefante pastaba muy cerca de la pista. La astucia y habilidad del chófer nos permitió acercarnos a un distancia casi mínima con él. Tomando la misma pista e incluso siguiéndolo tras sus pasos.

Todo un regalo que nos dejó con un espectacular sabor de boca para terminar este safari que de lejos había sido mucho mejor que el del día anterior.

Tocaba ahora salir del cráter, la zona montañosa, de nuevo en cuestión de pocos minutos habíamos cambiado de hábitat. Increíble. Curvas y más curvas para ganar un paso en la cuerda que nos sacase de este espectacular cráter de Ngorongoro.

Unos búfalos nos cortaban el paso antes de llegar a la zona del mirador y despedirnos definitivamente del safari de hoy. En la puerta de salida, mientras se gestionaba la salida, unos macacos consiguieron su objetivo entrando en los coches y llevándose como recompensa las sobras de los picnic.

Una foto final del grupo, con Antonio saltando por los aires ponía el punto y final a dos días intensos de safaris.

En el camino de vuelta, una parada técnica para comprar y otra a la altura del camping de la noche anterior donde se nos habían olvidado algunas cosas en la habitación. Mientras esperábamos a que nos lo bajasen, vimos como unos niños esperaban en la entrada del camino. Se nos ocurrió darles la comida que habían dejado los macacos. Vinieron, lo cogieron, lo agradecieron y lo repartieron entre todos, incluido con el que parecía más desfavorecido.

Algo similar hicieron los de otro coche, pero el gran José Masai les recriminó el acto porque eso provocaba una facilidad de consumo y favorecía el asentismo en los colegios en busca de comida fácil y peligrosa en la misma carretea. Opiniones varias en iguales circunstancias.

Llegamos de nuevo a nuestro cuartel general. Allí nos esperaban nuestras patronas con vino y dos botellas de Jager… Y las apuestas del desplazamiento a Zanzíbar.

La cena de despedida del Sunbright fue por todo lo alto. Y hasta altas horas de la madrugada. Con los chupitos haciendo estragos en sillas que hacían caerse a algunos compañeros. Búsqueda de whisky y ron por medio del masai/segurata que nunca llegó. Música con altavoces y el desplazamiento a la piscina (vacía) para terminar una jornada que había salido redonda.

Día 8 Paseo y compras.

Hoy sería un día tranquilo. Dedicado a las compras por la mañana y la fiesta de despedida del orfanato por la tarde.

La sobremesa del desayuno estuvo ocupada por los ajustes de cuentas de esta semana que estaba terminando y la previsión de gastos para la que estaba a punto de llegar.

Esto suponía una visita a los cajeros para sacar mas dinero o cambiar divisas de cara a lo establecido para cada uno.

Andando llegamos a la casa de cambios para deshacernos de los euros que teníamos en beneficio de los chelines. El cambio 2.260 chelines por cada euro. Una barbaridad.

Seguidamente llegamos al cajero del banco para sacar el dinero que presuponíamos gastar en Zanzíbar. Un máximo de 400.000 chelines era lo permitido sacar (unos 160 €). Varias tandas tuvimos que hacer para sacar el dinero estimado.

De allí salimos con un fajo de billetes que nunca jamás había tenido en mis manos. En esta misma situación se encontraron todos los compañeros que allí nos hallábamos. Curioso como la gente observaba con impecable respeto. Muy lejos de sentirnos inseguros. Tan solo algún vendedor ambulante se acercó para ofrecernos algo de lo que disponía, pero sin ningún tipo de agobio.

No me imagino en España como podría haber terminado esta misma situación.

Andando llegamos al mercado. Pablo decidió comprar unos plátanos que compartió amablemente con los compañeros. El grupo andaba disperso entrando y saliendo en unas y otras tiendas.

Pronto establecimos una hora y un punto de quedada. La puerta del mercado.

Calles estrechas, repartidas como los antiguos gremios. Textil y suvenir en una primera calle de locales abiertos. Verdulería y frutería en otras calles aledañas bajo casetas creadas para tal efecto. Las carnicerías al fondo con sus piezas colgando dentro de unos pequeños locales.

Bien merecía la pena solo el paseo por este ajetreado lugar. Lleno de colores y vida. Mezclados con los oriundos nunca nos sentimos fuera de lugar. Es más, bienvenidos. Sobre todo en la calle de textil y souvenir donde se ofrecían en todo momento a atenderte.

La técnica del regateo funcionaba a la perfección. Frutas para saborearlas en el momento, recuerdos para familiares y algunos textiles para nosotros.

De un lado para otro, bajando ofertas. Proponiendo cambios. El polo del Atleti triunfó por lo grande.

– Te lo cambio por lo que quieras de la tienda.
– Es un regalo, no puedo dártelo.
– Da igual, luego te compras otra en España igual…

En todo momento comercializando.

Era un error preguntar un precio solo por curiosidad, parecía que ya tendrías que entrar en el regateo para comprarlo.

Por allí estaba «Tanzania», el amigo de Afri  en la noche del Scorpion. También se dedicaba al comercio… Allí todo el mundo hacía de todo. Incluso el vendedor de la tienda del campamento al que le habíamos comprado unas 15 camisetas del equipo nacional de fútbol la noche anterior previo encargo; también apareció por allí.

Un último pedido de una nueva camiseta me sirvió para darme cuenta del arte de esta gente. Me metió en una tienda que no tenía camisetas, me dijo que esperase, salió corriendo y llegó a los dos minutos con el pedido metido en una mochila. No contento con eso, quiso liármela con la vuelta en la falta de algún billete, que también pidió a algún colega que pasaba por allí.

Cada compañero centrado en sus propias compras con historias cada una diversa en los regateos. Todo un arte. Oí como uno de ellos agradecía a Lorena la ayuda que dábamos al comercio local, preguntando por el siguiente grupo que traerían un par de semanas más tarde.

Era la hora del reencuentro, la gente todavía andaba regateando, ofreciéndose. Un pantalón por aquí, unas telas por allí… Nos teníamos que ir.

Un aperitivo en el bar donde probé la soda de Stoney a base de jengibre. Cervezas, brindis, algún vendedor que insistía y nos marchamos.

Pasó rápido con el tuc-tuc al Campamento para dejar las compras y directos a la comida en casa del gran Buba, el de la gorra del PSOE (¿de dónde la sacaría?)

Una gran comida similar a la del día que ya visitamos su casa. Todo excepcional. Con la visita del gran Frankie y sonrisa permanente. Era increíble el buen rollo que desprendían solo con su presencia. Una Fanta y algo de comida.

Llegamos al orfanato con toda la tarde por delante. Samimi nos esperaba con entusiasmo. La sonrisa de su cara no se borró en toda la tarde.

diario de un viaje a tanzania

Unos ayudaban en la cocina, otros jugaban con los chicos y las matronas marchaban a por los refrescos.

La confianza entre los chicos y nosotros era más que evidente. Selfies, fotos con los móviles. Incluso a Afri empezaron a ver su galería de fotos para ver nuestro viaje. Un corro de chicos se juntaron junto al móvil mientras deslizaban las fotos.

Trabajos de peluquería, intento de conversación, bromas, cosquillas. Todo fluía. Sin darnos cuenta la noche se echó encima. Los chicos desaparecían por turnos y volvían al rato aseados y con ropas de «fiesta».

La música empezó a sonar. Bailes tradicionales mezclados con congas y pasos de zumba. Una canción llamó la atención por encima de todas. Los chicos la cantaban y la bailaban como si de su himno se tratase. Y allí los seguíamos todos sin saber lo que se decía, pero saltando como los que más. Daba igual, la cuestión era disfrutar de la noche y la fiesta. Todos. Juntos. Momento único.

La cena estaba preparada. Una perfecta coordinación permitió que los chicos tuviesen su comida en la mesa con celeridad. A los más peques les tapaba la montaña de comida por encima de sus cabezas. Reparto de refrescos. Y todos esperando el turno para comer. Increíble demostración de educación y saber estar. Samimi solo nos buscaba para sentarnos juntos, cada uno en la punta de sus respectivas mesas.

Tocaba el turno a los mayores. Cada uno se sirvió a modo bufet. La cena fue amena entre conversaciones sobre una posible teoría de que los chicos aprendiesen también castellano, lo que les facilitaría el trabajo en esta zona donde los safaris y el kilimanjaro potencian la entrada de turistas de todo tipo de nacionalidades.

Mientras, Lorena daba la espalda a su cena para ver, lágrimas en los ojos, como los niños disfrutaban del banquete

Con posibles intercambios con la ONG de españoles que viniesen al orfanato con ese objetivo de enseñar castellano, lo estimábamos sería abrir una ventana laboral a todos los chicos del orfanato.

Ese fue el tema de conversación hasta que el director pidió la palabra para agradecer todo lo que estábamos haciendo por ellos. A lo que se le correspondió reconociéndoles  el gran y excelente trabajo de ellos el orfanato. Turnos de palabras entre unos y otros que acabaron en infinitos abrazos y una foto final de familia.

Los tuc-tuc esperaban para llevarnos de vuelta al campamento. Lo que allí sucedió en ese momento es inexplicable. Ojos llorosos, caras de tristeza. Emociones contenidas. Abrazos.

No queríamos irnos. Fue el único momento en el que se borró la sonrisa a Samimi en toda la semana. Pero no solo a ella. A todos. No podía ser cierto. Teníamos que separarnos.

Montados en el tuc-tuc asomados por la ventana sin soltar la mano de Samimi… Se puso en marcha, nos soltamos y oí un «¡David!» que me rompió el corazón.

Fue el momento más duro del viaje.

En los tuc-tuc, silencio. En todos los tuc-tuc silencio. En el campamento silencio. Pensamientos profundos personales. No fue fácil.

Pero había que dormir. Dejar las mochilas hechas. A las 6:00 pasaba el bus público que nos llevaría hasta la costa para iniciar la segunda parte del viaje.

No había tiempo para más.

Día 9 Traslado a la costa.

A las 5:00 sonaba el despertador. A las 5:20 debíamos estar todos preparados para esperar el bus en la carretera que pasaría sobre las 6:00.

Bús público, pero con los ticket reservados por las matronas que fueron repartidos esa misma mañana.

Destino, la costa, Bagamoyo. 670 km en unas 12 horas de viaje. De sol a sol. Tal vez pesado, pero de todo se puede sacar partes positivas. Y las hubo.

Horas de sueño, muchas. Horas de lectura, muchas. Pero también, horas de observación. De lo que el autobús mostraba a través de sus ventanillas. Carreteras, poblados. TRÁFICO.

¡Ojo como conducen allí! Pero estábamos tranquilos por que después de unas cuantas acciones temerarias y otras tantas manos a la cabeza, llegamos a la conclusión de que allí tiene preferencia el vehículo más grande. Y en eso ganábamos nosotros.

Adelantamientos, giros. Era todo un espectáculo.

También era un espectáculo ver como se nos ofrecían frutas y frutos secos a través de las ventanillas o incluso subiendo al bus.

Las matronas compraron para el grupo unas magdalenas que repartieron para el desayuno. A lo que el gran Antonio exclamó

– ¡El autobús, vale; pero esto..!

Risas y más risas.

Un par de paradas fueron suficientes para los choferes del autobús, en doce horas…

Pero todo se olvidó en el momento que bajamos del bus y entramos en el hotel donde pasaríamos la noche y… vimos la playa.

No pudimos disfrutarla mucho, pero en Zanzíbar nos íbamos a cansar de ella.

Distribución de habitaciones vía pasaportes. Pedida de la carta para cenar. Algunas cervezas y acomodación.

Por allí estaban esperando nuestros tres ángeles de la guarda. Los amigos de Zanzibar que desde ese mismo momento nos acompañarían lo que quedaba de viaje.

El wifi funcionaba a la perfección lo que aprovecharías para pedirnos amistades por rrss mientras llegaba el resto del grupo.

La cena estuvo genial, con discusiones sobre la polémica apuesta. Pero lo mejor llegó junto a la candela que el gran Borja preparó en un sitio adecentado para ello. De las cerves, algunos pasaron a copitas. Esto ya era otra cosa. El viaje. ¿Qué viaje de 12 horas? Olvidado y completamente compensado.

Conversaciones mil con las cervezas de por medio, pero había que despertar pronto, al amanecer, para terminar este viaje de dos días de desplazamiento que acabaría en Zanzibar.

Día 10 Llegada a Zanzíbar.

Nuevamente el despertador se adelantaba a la salida del sol. Todo estaba preparado para hacer un ligero desayuno y embarcar en el Kilimanjaro 2.

El solo empieza a asomar por el horizonte y la estampa que nos regala es digna de hipnosis. Al fondo nos esperaba nuestro barco. Fotos y más fotos.

Mientras disfrutábamos del momento, nuestros amigos se encargaban de transportar las mochilas hasta el barco aprovechando la marea baja. No queríamos salir del lugar, pero sabíamos que nos esperaba algo mejor al otro lado de la playa. El problema era que tampoco sabíamos la duración del viaje. No nos importaba mucho puesto que teníamos una reserva de más de 200 botellines de cerveza.

Una vez embarcado en la misma playa, comenzó el viaje con un despliegue de vela a la vez que se nos ofrecía otro desayuno a modo de pan dulce y frutas. Todo iba «viento en popa». La música ayudaba a desperezarse de estas primeras horas de la mañana.

La cerveza empezó a rondar desde las 8 de la mañana… Apetecía y punto.

Durante un par de horas fuimos disfrutando de diversas conversaciones en lo alto de la embarcación. Pero fue cuando el mar se picó cuando algunos compañeros empezaron a marearse. Unos más y otros un poco menos.

La cerveza empezaba a hacer efecto justo cuando se decidió hacer una breve parada técnica junto a una isla para dar un breve chapuzón. El agua estaba cristalina y a una temperatura ideal. Momento de relax que fue roto por la mala suerte de David a toparse con un erizo de mar en su pie.

Rápidamente subimos al barco para interesarnos por su media centena de pinchos clavados. Las enfermeras, pinzas en mano se dispusieron a curar cuando nuestros amigos echaron el alto para indicar el remedio local. Papaya y queroseno; y en tres días las púas estaban fuera.

Reiniciamos la ruta con preocupación. Pero David aguantaba sin rechistar. Algo peor se encontraba el gran Ernesto con su mareo extremo. Nuria se preocupaba por el constantemente. Alguno más nos sentimos removidos y debimos bajar a la cubierta para detener el malestar mientras el resto del grupo disfrutaba del viaje.

Lo del baño era de broma, sobre todo para las chicas. Un zulo tapado con toalla en la parte inferior con un cubo como retrete. Todo un show cada vez que se debía visitar.

Así llegamos a tener contacto visual con la isla de Zanzíbar, parecía que estaba cerca el fin del viaje. Nada más lejos de la realidad…

Tocaba ahora navegar paralelo a la costa. El puerto de Stonetown se veía a media distancia a la par que observábamos a un ferry arribar a sus puertas. No teníamos prisa y nos íbamos mentalizando de que el viaje en barco iba para largo.

Una nueva ronda de comida a base de frutas y unos aguacates exageradamente deliciosos. Algunos empezábamos a recuperarnos del mareo. El agua, próxima a la costa, ayudaba a estabilizar el barco.

La cerveza no paraba de rular. El baño cambió de ubicación, ahora en la escalera posterior. Era más práctico, aunque menos íntimo. Tere dio el punto gracioso a este momento del día.

Afri casi pierde la compostura en el baño y Antonio decidió que era momento de darse un nuevo chapuzón… Momentos únicos que nos hacían olvidar las casi 10 horas que llevábamos navegando.

Cuando el sol se preparaba para desaparecer en el horizonte, llegamos a la playa de nuestra nueva residencia. Allí mismo atracamos y allí mismo desembarcamos. Todo un lujo. De hotel a hotel.

Era el momento de nuevos sorteos de habitaciones. Acomodaciones y seguir con el día antes de que cayese el sol definitivamente.

Mientras algunos se daban un baño. Afri y yo buscamos a las patronas para comentar sobre la fiesta nupcial. Todo estaba pensado. Todo estaba organizado. Solo teníamos que dejarnos llevar.

La cerveza dio paso al mojito. Y el hambre apareció de golpe. Todo el día bebiendo y sin echar nada sólido al cuerpo iba a pasar factura. En una esquina tomamos un tentempié a modo de arroz con habichuelas. Daba igual, solo apetecía comer. Tiempo de descanso antes de ir a cenar al italiano.

Afri decide que es suficiente por hoy, mientras el resto del grupo cenamos. No hay fuerza para más. Al día siguiente seguiríamos disfrutando.

Día 11 Baño con delfines.

Hoy tocaba disfrutar del mar por completo. Tras el desayuno, cogimos las cajas de cerveza y nos dirigimos directos a las tres lanchas que nos esperaban para hacer snorkel junto a la isla privada de Pemba.

Los problemas con una de las tres embarcaciones nos traen recuerdos cercanos. Pero ya sabemos. Hakuna matata. Repartimos a los compañeros entre las otras dos embarcaciones y continuamos bordeando la isla hacia el norte.

Las imágenes que se nos presentan son idílicas. Se postal o película. Playas blancas con palmeras y un azul cristalino.

Una parada técnica para dejar la comida en una de estas playas. Comida que se iría haciendo mientras nosotros disfrutábamos de nuestra experiencia marina.

En el camino al sitio adecuado, Manu se entera de la realidad del viaje. Vamos a nadar con delfines. Su cara demuestra todo. Y la de los demás también. Increíble experiencia la que nos espera por delante.

Tras la proximidad a la isla privada de Pemba, unos agentes nos llaman la atención. 500€ cuesta pasar el día o 1.500€ la noche. Nos alejamos ayudados por otros «cazadelfines» que nos indican el lugar correcto donde se encuentran estos bellos mamíferos marinos.

Un conjunto de embarcaciones nos indican el lugar donde se les está avistando. Sus aletas se les observa a ras del nivel del mar. Preparados todos con aletas y gafas. ¡Abajo!

Todos nerviosos, más chapoteo que disfrute. Conseguimos verlos muy cerca pero pronto desaparecen.  Nos metemos una paliza para intentar seguirlos, pero nada. De nuevo nos recogen en las lanchas para aproximarnos a su nueva ubicación. Ahora no hay que pensárselo. Rápido al agua.

Ahora sí, un grupo de unos 7 delfines nadan por el fondo del mar. Unos 4-5 metros con agua cristalina. Les seguimos y se separan. Decidimos seguir a dos de ellos. Antonio nada a mi par. Parece que suben. Suben. Antonio casi los toca. Podemos ver hasta las cicatrices de la piel. Están a un metro de nosotros. Espectacular.

Sacamos los dos la cabeza del agua y nos chocamos la mano excitados por el momento vivido. Increíble.

De nuevo nos recoge la lancha. El grupo reunido; es el momento de volver a las proximidades de Pomba y disfrutar ahora sí del snorkel. Mucho más tranquilo y relajado que la vista de delfines.

Infinidad de peces y corales. Increíble el lugar. Las GoPros no daban a basto con fotos y vídeos. Estrellas de mar. Selfies. Un baño completamente idílico. Los minutos pasaban sin darnos cuenta.

Tocaba volver a la playa donde la comida nos esperaba. Cerveza en mano, las lanchas ponen rumbo a la comida. El fresco en la cara nos hace sentir muy bien.

Desembarcamos en la playa de arena blanca y fina. El arroz y el atún nos espera junto a más cervezas. Había hambre y se notó. Dando buena cuenta del almuerzo.

Tiempo de relax, paseos, siestas y tomar el sol. Apetecía un rato de relax. No muy largo. Había que volver a Nungwi antes de que la marea picase el mar.

Las gafas de Jonhy también deciden tomarse un baño, pero el agua que empezaba a picarse hizo que no volviesen a aparecer.

Foto de familia y todos a las lanchas para disfrutar del viaje de vuelta.

Ya en la playa de Nungwi. Teníamos la tarde libre. Unas cerves en el bar de la playa, gestiones para la actividad de buceo para el día siguiente y algún paseo por la playa. Cada uno decidió en que disponer del tiempo libre. Eso sí, tras ello. Todos juntos de nuevo en el bar para coordinar el día siguiente. mientras disfrutábamos de la puesta de sol.

Para entonces ya teníamos decidido las personas que nos acompañarían en el día especial.

En el hotel nos arreglamos para ir a cenar. Antes de ello, nos reunimos las patronas con las personas elegidas para darles la noticia. Entre bromas y caras de asombro salimos todos de la habitación dispuestos a cenar junto con nuestros tres amigos.

Gran cena a base de pulpo y calamares. Cervezas y vuelta a casa por las calles oscuras, protegidos en todo momento por nuestros ángeles de la guarda. Porque borrachos hay en todos los sitios.

Pero no podíamos ir a dormir aún, así que unas charlas en los balcones del hotel sirven para seguir haciendo un grupo que ya está más que hermanado.

Día 12 Paseo en bici por Nungwi.

Hoy era el día del buceo. Fue esta una actividad que no fue realizada por el completo de la expedición. Unos decidieron tomarse la mañana libre para pasear por la playa y otros decidimos alquilar unas bicis para recorrer las zonas aledañas.

La tarde anterior, Andrea gestionó con Sule, la posibilidad de conseguir tres bicicletas para el día de hoy. Sin problema. A la hora que quisiésemos y para disponer de ellas todo el día. Daba gusto con esta gente. Te resolvían todos los problemas o proposiciones realizadas.

Los del grupo de buceo madrugaron un poco más. Debían trasladarse en bus y posteriormente en barco. Diego, Borja y yo teníamos a las 9 en punto las tres bicis preparadas para «trastear» por los alrededores. El resto, con más tranquilidad saldrían a su paseo un poco después.

Tras las pruebas mecánicas de la bici salimos directos por la calle del comercio hacia la playa que en estas horas de la mañana se encontraba en bajamar. Giramos hacia la derecha para seguir por la blanca arena en busca de la zona local que el día anterior nos habían mostrado con las barcas de regreso del snorkel.

La brisa en la cara, el mar a la izquierda. Y a la derecha los hoteles iban dejando paso a construcciones más humildes, lo que nos indicaba que nos estábamos acercando a la zona local.

Las vacas en medio de la playa creaban una estampa peculiar. Puestos artesanos daban paso a la lonja y el mercado donde se subastaban las pescas traídas por unos cayucos que estaban fondeados en frente de la misma instalación.

Un colegio musulmán confirmaba que la isla tenía tendencias musulmanas por encima de las cristianas.

Seguimos el camino hasta llegar al imponente malecón del gran hotel. Lo cruzamos por debajo para rodar junto a instalaciones más lujosas. La playa comenzaba a estrecharse, pero levantando la mirada, veíamos una línea recta blanca infinita.

Borja, que de esto de playas sabe más que el toledano del centro peninsular proponía dar la vuelta puesto que la marea parecía empezar a subir.

A la derecha teníamos un pequeño acantilado que impediría una posible escapada en caso de que el agua nos comiese el terreno. Así que media vuelta, pero aún quedaba tiempo para que Diego se hiciese una espectacular foto en una lengua de agua que salía cual puntal sobre el mar.

Tras cruzar de nuevo el malecón, llegamos al faro norte y nos introducimos en el interior de la isla.

Un modesto acuario daba paso a otro humilde zoológico. Para después pasar por las puertas de los lujosos hoteles por los que habíamos rodado minutos antes.

Nos adentrábamos en los camino que llevaban a campos sin cultivas hasta que un desvío nos introdujo de nuevo en la zona urbana. Entre charcos, gallinas y algo de basura llegamos a la carretera principal.

Decidimos tomar el desvío a la derecha en descenso mientras recordábamos el sentido y la peligrosidad de conducción por las carreteras. Llegamos pues al final del asfalto y una rotonda nos indicaba varias opciones. Giramos a la izquierda para adentrarnos en el verdadero ambiente de Nungwi. Los ojos como platos para observar la verdadera realidad a espaldas de los resort.

Un cartel invitaba a respetar las costumbres de la zona tachando un bañador y un bikini. Casi sin darnos cuenta habíamos llegado a la puerta trasera de nuestro hotel.

Pero no queríamos acabar, así que tomamos rumbo hacia el interior de nuevo por el mismo camino que la noche anterior habíamos ido a cenar. Fue aquí donde Diego compró agua a la vez que Borja reventaba su rueda trasera. Demasiada potencia para la bici.

De nuevo en la carretera principal, repetimos el sentido de hacía unos minutos para llegar a la misma rotonda pero ahora tomar el sentido opuesto y seguir disfrutando del ambiente de esta localidad. Callejeando llegamos al mercado y lonja.

Allí aún se subastaban los pescados. Y al lado se destripaban algunos de ellos, todo un espectáculo.

Aquí mismo coincidimos con las chicas que habían decidido dar un paseo por la costa acompañados de un masai.

La rueda de Borja no daba para más y volvimos al hotel. Allí dejamos las bicis y fuimos a la playa. Un rato relajado dio paso a una pequeña siesta. El grupo de buceo se retrasaba y decidimos comer en el bar de la playa.

A pesar de la parsimonia del servicio, terminamos y los del buceo sin llegar. Empezamos a preocuparnos porque se estaban retrasando por encima del tiempo establecido y… teníamos que ir de ceremonia.

Fuimos de una playa a otra hasta que vimos a Sule y nos dio una pista de lo que ocurriría por la noche. Pero por suerte el barco apareció con los buceadores y despistó a ratilla de sus pensamientos.

Malas sensaciones en el buceo para una parte de la expedición. Pero no había tiempo para reclamaciones, todo se pospondría para el siguiente día puesto que ahora tocaba arreglarse para el gran momento.

A regañadientes todos fueron conducidos, tras ponerse sus mejores galas, a un restaurante donde todo estaba preparado.

Mientras. Afri fue secuestrada por Andrea. Jonhy y Antonio por un lado. Y yo por otro.

– No te muevas de la habitación hasta que te avise- me indicó Andrea.

Y llegó la hora.

Andrea, preciosa como ella misma llegó a la habitación a recogerme junto con Antonio y Jonhy. Los tres seguimos sus pasos hasta una puerta de un resort. Allí me hicieron esperar. Allí estaba Afri.

Seguimos al lugar de la ceremonia donde todos esperaban sentados en un lugar maravilloso de cara al mar con un altar creado por nuestro grandes amigos. Todo estaba preparado, solo faltaba la novia y su padrino.

Emoción. Sentimientos. Alegría. Esperando entre tragos de cerveza para pasar el momento de la espera.

Pablo haría de reportero oficial. Todo estaba perfectamente organizado. No me lo podía creer.

Y llegó. Preciosa como ella sola. Con esa sonrisa que lo dice todo.

Y allí la recibí. Y allí nos sentamos. En ese marco inigualable. Con el Índico de fondo y el altar con hojas de palmera. La corona de flores.

Y Antonio empezó la ceremonia. Grande Antonio. GRACIAS y perdón. Fuiste el mejor indicado y lo hiciste de lujo. Gran momento para nosotros y para todos. Grandes palabras.

Los padrinos, Andrea y Jonhy. Y las padrinas Nuria y Lorena. Todo perfectamente organizado en cuestión de un día lo que en España se tarda un año. Y gracias a todos por asistir a una ceremonia única y especial. Por que Juntos Mola Más. GRACIAS.

Y el toque final con la fruta india que hacía las veces de pintalabios que el gran Kombo preparó para la ocasión. GRACIAS.

Lanzamiento de ramo (también preparado). Y a disfrutar. Cerveza y cóctel a modo de pringels y mojitos. Sin falta de detalle. Increíbles.

La cena especial bajo la luz de las candelas. Especial. Y los regalos de boda a modo de pulseras. No faltaba detalle.

Tocaba abrir el baile y la tarta. Una tarta deliciosa con un sable por espada. Y fotos de otros allí presentes. Espectacular.

Y el buen ambiente. La música. Las copas. Los bailes. Y todo surgió. Y «Lloverá y yo veré». Y todos hermanados.

Llegó la hora del cierre. Pero la fiesta seguía. Unas botellas, unos refrescos y a la playa. Con invitados italianos. Y allí seguimos en la playa, mientras nuestros ángeles de la guarda gestionaban unos flecos de la boda. Y así surgió la mejor ceremonia de la que podíamos imaginar.

Pero quedaba un detalle final. La suit nupcial. No nos la merecíamos. Pero es que nuestras patronas son excepcionales. No habrá jamás palabras de agradecimiento para vosotras; Lorena, Nuria y Andrea. Y tampoco para el resto de invitados. Aunque Valer debió ser el único en agradecernos a nosotros el no ser él el protagonista de la noche.

GRACIAS.

Día 13 Anochecer con ritmos africanos.

El día siguiente amaneció pronto, con un balcón que se introducía en el mar. Con un desayuno que incluía la fruta del amor. Pero que echábamos de menos a nuestros compañeros y pronto volvimos a nuestro estatus original.

Era el día libre. Un paseo por la playa, seguido de un baño y comida en el mismo restaurante donde habíamos desayunado. Más tiempo de relax pero con cambio de ropa que quedaba una última visita al Kilimanjaro 2. En esta ocasión para una fiesta de despedida con timbales y paseo para ver la puesta de sol mientras navegábamos paralelos a la costa.

Tras ello. Rato de baño que Afri y yo dedicamos a compras de agradecimiento y cambiarnos para la cena de despedida.

Cena en la playa. Lejos de los resort. Donde nos hicieron sentirnos especiales. Nos cuidaban como hermanos. Nos cocinaban como hermanos. Y nos traían cerveza como hermanos. Bajo la luz de las estrellas. Con las candelas como única luz. Una cena especial. La mejor de todas.

Y tocaba fiesta. En la discoteca para los que aún tuviesen fuerzas. En mi caso una cerveza y poco más. Para la mayoría aún les quedaba cuerpo para alguna copa más. Retirada a tiempo que tocaba despedida al día siguiente.

Día 14 Vuelta a casa.

El viaje estaba terminando. El viernes 27 de julio era la fecha señalada para iniciar el regreso a casa.

En el desayuno, caras tristes. Habían sido unos días muy intensos donde unos desconocidos habíamos llegado a establecer unos lazos de unión completamente fraternales. Y todos éramos conscientes de que esto se acababa…

El autobús nos esperaba en la puerta del hotel. Nuria y Andrea se despedían de todo el grupo junto con Pablo, al que nos encontraríamos en Nairobi a la tarde. Allí también estaban Kombo y Sule. La despedida dolió.

El bus se puso en marcha y transitó por las rotas calles de Nungwi hasta llegar a la carrera principal. Allí, un control del policía nos entretiene en demasía y es Lorena la que tiene que salir para agilizar un traslado que ya nos sabíamos justos de tiempo.

Llegamos a Stonetown, disfrutando de un viaje que nos hacía ver la realidad de la isla a través de los ventanales.

Un primer control en la misma puerta del aeropuerto ya nos pone las cosas algo más complicadas impidiendo el paso a parte de la expedición. La petición de ayuda ofrecida por Borja y Andrea en el mostrador de la línea con la que volábamos solucionó este primer contratiempo.

Muy justos llegamos a la puerta de embarque tras los controles de aduanas y papeleos de migración.

El vuelo resultó ser relativamente corto, sobre la hora ya estábamos en suelo keniata. De nuevo control de pasaporte con el visado que ya teníamos sacado al inicio del viaje.

Pero es allí, en el mismo aeropuerto de Nairobi donde se nos informa de la última noticia. El vuelo Nairobi-Casablanca se retrasa, por lo que no podemos coger el correspondiente Casablanca-Madrid, lo que conllevaría hacer una noche en Nairobi y otra en Casablanca, para llegar a Madrid un día más tarde; el domingo.

Aprovechamos para sacar dinero de un cajero, ahora en chelines keniatas para posteriormente cambiarlo a dólares.

El grupo espera en el bar de Peter´s, el mismo donde desayunamos cuando llegamos hacía ya casi dos semanas. Allí el grupo decidía si ir a visitar la ciudad de Nairobi o el orfanato de jirafas.

Mientras esperábamos la llegada de Natalia que venía de Stonetown, vía Mombasa; Lorena de nuevo discutía con el chófer del bus que nos quería cobrar más de lo estimado inicialmente. A la vez que solventaba el problema de alojamiento con la inestimable ayuda de Ernesto.

Ya de camino a Nairobi, nos encontramos con la cruda realidad de la capital keniata. Al caos de tráfico para entrar se unía las recomendaciones del chófer de no sacar nada por la ventanilla. La delincuencia era muy alta en esta ciudad.

No nos recomienda salir solos a pasear a lo que le proponemos una paseo turístico en bus al que accede.

Debido al atasco, Lorena debe abandonar el bus para entrar en un taxi en la misma carretera para ir a buscar a Pablo que llega al otro aeropuerto de la ciudad. Increíble lo de esta chica. Insisto, mejor que una madre con sus polluelos.

Son Ernesto y Andrea los que toman el mando de la situación gracias a su fluido inglés. El chófer nos lleva a un mirador donde poder disfrutar de unas vistas panorámicas de la ciudad. Tras un gran atasco donde estamos casi una hora para recorrer 100 m, llegamos al susodicho balcón donde nos bajamos para justificar fotográficamente nuestra estancia en suelo keniata.

Sin prisa pero sin pausa, volvemos al bus que nos dirigirá directos a los apartamentos donde pasaremos la noche. Las calles son un auténtico estercolero pero las fincas de los edificios están perfectamente cuidadas. Eso sí, con unas tapias altas y con espinos en lo alto que parecen trincheras.

Llegamos a nuestros apartamentos, edificio del mismo estilo que hemos visto en el bus. Dentro de la tapia una realidad completamente diferente a la de la calle.

Allí repartimos las habitaciones y nos acomodamos en el salón común para utilizar un wifi que va de maravilla mientras charlamos entre todos.

Lorena llega con Pablo, ya tiene a todos sus pollitos juntos y aprovechamos a ducharnos mientras hacemos el pedido a domicilio de pizza y cervezas. Las primeras llegan con polémica debido a su tamaño y las segundas son complicadas de obtener.

Mientras la luna comenzaba el eclipse, donde se vería a la perfección en estas latitudes, el grupo disfrutaba de las canciones de Violet. Algunos incluso aprovechaban a charlar con otros inquilinos y compartir las aventuras de unos y otros.

Incluso una recena fue bienvenida para los más glotones a base de huevos y pan. Quedaba poca batería en el cuerpo, así que poco a poco nos fuimos a dormir.

A las 6:00 estábamos todos ya en el bus de camino al aeropuerto. Un bonito amanecer en la carretera queda detenido por un control de acceso al aeropuerto donde debemos bajar del bus.

Ya dentro, nuevos controles y desayuno en los pasillos. Para entonces no sabíamos que la compañía había preparado un buffet en la sala de embarque. Larga espera para tomar el avión a Casablanca. Y más largo el viaje, con parada técnica en una n´Djamena que ahora sí pudimos disfrutar de sus vistas completamente anegada de agua.

Lecturas de libros, conversaciones, juegos en el móvil, siestas y comida tras comida. Ese es el resumen del viaje del sábado.

Tras aterrizar en Casablanca, debimos gestionar la reclamación. Se nos dio un taxi para ir y venir al hotel. El hotel y la cena.

Pero el carácter viajero del grupo no le impidió tomar unos taxis para aprovechar la oportunidad de visitar la mezquita de Hassan II iluminada por la noche. A la cual llegamos justo a tiempo para las fotografías. A las 23:00 la iluminación se apagó y la plaza se desalojó.

Vuelta al hotel para dormir y descansar de cara al último día de viaje.

El domingo 29, nos esperaba un vuelo de tan solo dos horas para llegar a Madrid. El taxi nos esperaba a las 6:00 para partir hacia el aeropuerto y despedirnos de suelo marroquí. El desayuno en el avión y algo de lectura fue suficiente para pasar el viaje.

Ahora sí, tocábamos suelo español. Sentimientos encontrados de alegría por estar en casa pero de enorme tristeza por la despedida del grupo. Abrazos y más abrazos. Ojos llorosos. Emociones a flor de piel.

Y allí nos esperaba Paco, a la salida. Conversaciones infinitas. Esto había llegado a su fin. O no.

Simplemente era un bonito inicio de una gran amistad. De un grupo de amigos que seguro seguirá en contacto. De nueva familia repartida por toda la geografía nacional. Ávidos de nuevas aventuras juntos.

Esto no es un punto final. Es solo un bello inicio de una bonita historia que aún está por escribir. Nos vemos pronto hermanos porque JUNTOS MOLA MÁS.

5 Comentarios

  • Montse

    Uau!
    Cuantos recuerdos revividos. Creo que yo fui justo despues de vosotros… (Los de 140 cervezas al dia ?) La verdad es que tienes razón, es muy difícil explicar lo vivido. No es un simple viaje, es experiencia y vida. Yo ya estoy esperando que llegue agosto para volver otra vez a la aventura! Esta vez, Mozambique. Y es que Africa enamora.
    Nos vemos por el mundo, rafiki

    • admin

      Buenas noches, Montse.
      Antes de nada, muchas gracias por escribirnos. La verdad que, como bien dices, es experiencia y vida. Es la riqueza que nos vamos a llevar de esta vida. Y gracias a Juntos Mola Más, todos hemos podido «enriquecernos». Nos resultó muy difícil expresar las emociones allí vividas. Pero eso es una gran señal que nos indica que fue un viaje brutal en todos los aspectos.

      Nos vemos por el mundo (mientras tomamos una cerveza) 😉

Dejar una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.