Comillas: Parque Natural de Oyambre
En esta ocasión, realizaremos una completa ruta por el norte peninsular que combina a la perfección montaña y playa. Una manera plena de disfrutar con nuestra bicicleta de montaña (especialmente para los que viven lejos de la costa).
La ruta propuesta rueda junto al intenso y lineal azul del mar, combinado con el ondulado verdor de los prados y los recortados acantilados. Todo un arma de «doble filo» donde los bellos paisajes servirán de opio para compensar los esfuerzos de los continuos acantilados que deberemos sortear.
Así fue nuestra jornada.
Tranquilamente, después de tomar un ameno y agradable desayuno, nos dispusimos a realizar nuestra interesante jornada por tierras cántabras. En esta ocasión partimos desde Comillas hacia el oeste en busca de su límite territorial con la vecina e idílica Asturias.
Esta ruta la condicionarán las tablas de mareas, ya que es imperante realizar el tramo por la costa durante la bajamar. De esta manera podremos disfrutar de unos bucólicos paseos por las playas de Oyambre y San Vicente de la Barquera.
Pincha aquí para observar el estado de las mareas.
Tramo Costero
En el puerto de Comillas se sitúa el punto de partida para intentar realizar nuestro primer tramo, hasta Unquera, lo más cercano posible a la mar.
De la carretera regional sale un camino asfaltado en ascenso hacia el barrio de Trasvía. Este camino, en perfecto estado, transcurre por la parte trasera de la Universidad Pontificia de Comillas. Esbeltos y nobles edificios que caracterizan la alcurnia de esta localidad.
A la derecha vamos observando continuamente el lineal horizonte azul. Este primer tramo, en ascenso, nos permite un pequeño descanso. Pero seguidamente volveremos a encontrarnos con una nueva subida que golpea a nuestras, aún frías, piernas.
Mientras ponemos a punto nuestro cuerpo respecto a este caprichoso terreno, intentamos disfrutar del paisaje. De frente, y alzando la mirada sobre el ondulado tapete verde que inunda el paisaje, podíamos divisar los recortados y abruptos Picos de Europa.
Este sentimiento de dolor físico nos queda compensado con el primer regalo para nuestra retina de la jornada. Repentinamente los acantilados desaparecen para dar paso a la kilométrica y bellísima playa de Oyambre.
A la misma vez que se nos presenta esta imagen, estaremos llegando a Trasvía. Aquí se dará por concluido este primer y corto ascenso de la jornada. Tocará ahora cruzar esta población para llegar hasta la carretera regional que nos permitirá continuar y cruzar la ría de la Rabia.
A penas transitaremos durante un cómodo kilómetro por esta tranquila carretera. Un desvío por un estrecho camino nos permitirá adentrarnos en la totalidad de la marisma Zapedo producida por el arroyo del Capitán.
En algún momento el camino se acaba cuando se encuentra de bruces con la alambrada del Real Club de Golf de Oyambre. Esta la podemos bordear hacia un lado u otro. El camino hacia la derecha será difícil de encontrar. Nos veremos obligados a tomar la segunda opción que nos envía directamente a la puerta de entrada del Club, la cual pasamos sin ningún problema.
Tras ella, llegaremos sin problemas al parking adecentado para los coches y, consecuentemente, a la playa de Oyambre.
Inmensa, basta y paradisiaca playa. Todos los adjetivos que pueda describir quedarán pequeños para la sensación que nos producirá el rodar sobre su apelmazada arena gracias a la bajamar.
Será la segunda ocasión en la que me encontraba en un paraje similar. Unos años atrás vivimos la misma sensación en la playa de Doñana.
Tras unos intensos minutos y un par de kilómetros, tendremos que volver a la realidad. La playa acaba y debemos salir por una pasarela a modo de escalinata que nos saca de la inmensidad de este lugar.
De nuevo en la carretera, giramos a la derecha para realizar un nuevo ascenso de tan solo un kilómetro. Un tranquilo tramo de asfalto hasta llegar al barrio de Gerra. Habremos ascendido la pequeña sierra de Uriambre que proporciona un pequeño entrante en la mar a modo de cabo. Esta zona lleva el mismo nombre que el parque natural por el que rodamos.
Nuestra salida a la derecha de esta carretera nos va a permitir observar uno de los mayores espectáculos visuales que jamás hayas podido ver sobre la bicicleta. Seguro.
En un primer plano, las vacas pastando en el verde prado junto al mar. En un segundo plano, la kilométrica playa de San Vicente de la Barquera vista desde la parte opuesta. El pueblo de San Vicente escondido entre la nieblina que provoca la humedad de las olas. Al fondo, los imponentes Picos de Europa donde a simple vista se podía observar su afamado Naranjo de Bulnes.
Un ancho camino con una pendiente un poco pronunciada nos sitúa de frente y nos da paso a esta kilométrica playa (justo por el lado opuesto al que comúnmente suele utilizar la gente). Si bien es cierto, existe un pequeño parking adecentado en un prado. Es un rincón escondido de la costa cantábrica que merece la pena visitar, aunque sea de paso. Y el acceso en coche es completamente factible.
El acceso a la playa es un tanto técnico, pero de apenas unos 20 metros. Tiene unos cantos rodados que lo hacen muy divertido y pondrán a prueba nuestra pericia sobre la bicicleta. Pero si no quisiésemos poner en riesgo nuestros huesos, bien podemos bajarnos sin problema. Es un tramo evidentemente corto.
Una vez a nivel del mar, la sensación de grandeza de nuestra Madre Naturaleza vuelve a apoderarse de nuestros cuerpos. Rotos acantilados a nuestra izquierda, el infinito mar a nuestra derecha y los recortados Picos de Europa al frente.
El piso con la arena compactada por la humedad de la bajamar hace que el tramo sea muy cómodo y rodador. La humedad de las olas vista en la lejanía produce una nieblina que engrandecerá el momento. El sonido de las olas retumba en los acantilados produciendo una sensación acústica. Si cierras los ojos, parecás tener el mar a ambos lados.
Todo un sueño. Un sueño del que no querrás despertar.
Seguro que se te marcará una sonrisa de oreja a oreja- Disfrutando de un momento casi de Nirvana. La playa solitaria en esta punta, poco a poco irá llenándose a medida que nos acercábamos al extremo opuesto. Justo donde se halla San Vicente. Mientras, cruzáremos perpendicularmente algunos arroyos que desembocan en la mar.
Pero todo sueño tiene su fin.
Saldremos por el acceso de San Vicente, cerca de su camping. Tres kilómetros habremos recorrido por este espectacular paraíso.
Llegáremos a la característica ría de San Andrés en San Vicente de la Barquera. Su lineal y prolongado puente que comparte trazado con la N-634 nos permitirá salvar esta otra obra de arte de la naturaleza.
Un breve paso por su paseo marítimo y sus conocidas calles de los restaurantes nos situará de nuevo ante el puente nuevo que salva el otro brazo de la ría de San Vicente.
Un giro a derechas nos separará del trazado de la nacional y nos invitará a pasar junto al puerto pesquero. Aquí comienza de nuevo un leve ascenso. Las vistas que se nos ofrecerá desde este barrio hacia su afamada ría y puente son espectaculares.
El camino se desvía hacia la derecha para coger un escondido sendero sitiado entre una valla alambrada de una propiedad privada, a la derecha, y un pequeño muro vegetal, a la izquierda. Pasaremos muy cerca de las ruinas de la ermita de Sta Catalina en la loma del monte Boria. Un tramo en ascenso, pero corto y bonito.
El trazado nos saca de nuevo a un carreterín asfaltado que se dirige hacia Santillán. Aunque antes de llegar nos obligará a desviarnos a la derecha, en descenso, para hacer un doble zigzag por un camino casi desaparecido. La segunda curva a izquierdas, ahora en ascenso, se mantiene visible gracias al piso con algunas lanchas de piedra que evita que la vegetación entre en el trazado.
Nos estaremos dirigiendo hacia la escondida ensenada de Fuentes con su peculiar Hoya del río Pozo.
Es aquí donde nos encontramos con el único «problema» de toda la ruta. Pero deberemos sortear un muro con una gruesa tubería para poder continuar nuestro camino en la zona de Peñaforada.
La sensación que tendrás será la de rodar por un lugar privado, pero según el catastro oficial, debería existir un camino público que apenas podremos apreciar a forma de sendero particular. Solo serán 500m de «prado a través» hasta volver a encontrar otro marcado camino. Eso sí, previo paso por una alambrera sin candado que obstaculizará nuestro camino.
De frente a nosotros, nos encontraremos la localidad de Prellezo, a los pies de la Sierra de Jerra. En esta localidad nos encontraremos con las flechas amarillas del Camino de Santiago del Norte. El tránsito por sus calles nos situará a los pies del monte que la domina y dispuestos a luchar contra sus lomas.
Un nuevo ascenso se nos presenta a nuestras piernas, que ya empezarán a notar el cansancio que produce esta ondulada costa cantábrica. Un continuo sube y baja, divertido pero machacón.
Una vez arriba tocará disfrutar del descenso por un impecable bosque de eucalipos. Cada cual más alto uno que otro. Elevar la mirada hacia arriba será como buscar el infinito en el cielo guiado por los delgados y rectilíneos troncos de estos árboles. Una nueva estampa para nuestra jornada.
La bajada nos dejará de nuevo a nivel del mar, justo a la altura de la ría de la Tina Menor. Deberemos ahora bordearla, tierra adentro, para poder cruzarla con la ayuda del puente de la N-634. Un breve tramo que nos hará volver al tráfico y la muchedumbre.
Antes de llegar a la localidad de Pesués, nos desviamos para adentrarnos de nuevo hasta la costa y seguir perimetrando la ría hasta su muerte en la mar. Las vistas que se nos presentaban desde tierra adentro son espectaculares.
El desvío hacia Pechón, para seguir bordeando la ría por su vertiente izquierda, nos obligará a realizar un ascenso por carretera por un denso bosque que nos protegía del sol. Las vistas que nos se nos ofrece a nuestra derecha serán cada vez más espectaculares. Llegaremos al mirador. En su punto más alto podremos observar la unión de las aguas dulces del río Nansa y saladas del Cantábrico, que se mezclaban entre dos contundentes lomas que les abren paso.
Tocará ahora descender hasta Pechón. Localidad sitiada por el mar al norte, la loma de la Canalona al sur, la ría de la Tina Menor al este y la ría de la Tina Mayor al Oeste. Una peculiar tierra escondida del resto, que alberga unos de los paisajes más bonitos de la costa cantábrica.
Al llegar a la población nos desviamos para aproximarnos lo máximo posible a la línea de costa, por el paraje de La Hoya. Un camino adecentado con hormigón nos llevará junto a las peculiares playas de Mío (con su isla unida por un istmo que aparece y desaparece según la marea) y su bonita playa de Arama.
El camino hormigonado nos devolverá a Pechón, pero nos resistiremos a ello. Buscamos un desvío en busca de la proximidad del mar. Ahora por el paraje de La Eria nos desplazaremos por un sendero que se introducirá en un denso bosque a modo de túnel. Tramo técnico y muy divertido en descenso que nos dirige, sin contemplación, a la playa de las Arenas.
Debemos tener cuidado en este punto puesto que si seguimos nuestra intuición terminaremos directos en el mar. La única salida que tenemos, si no queremos dar la vuelta por donde hemos venido, es «colarnos» en el camping por su puerta trasera que está abierta para el acceso de los campistas a la playa.
Nadie sabría si somos clientes o no, y nadie nos parará para preguntarnos si nuestro comportamiento es cívico. Así que accederemos al camping para salir por su puerta principal sin ningún otro problema que no fuese la dura rampa en subida dentro del recinto.
En la puerta del camping estaremos en lo más alto y dispuestos a volver al asfalto. Descenderemos bordeando la ría de la Tina Mayor, desembocadura del río Deva. Al otro lado del cauce podremos divisar ya tierra asturiana.
Una vez que llegamos a la rotonda de acceso a la autovía, podremos desviarnos a Unquera para tomar un refresco, descansar nuestras piernas y hacer un poco de turismo culinario comiendo una de sus dulces, ricas y famosas «Corbatas de Unquera«. Una discusión sobre Unquera, Bustio y su pertenencia a Cantabria y/o Asturias será interesante con los lugareños. Lo que parece ser un mismo pueblo, son dos separados por el río. Bustio de Asturias y Unquera de Cantabria.
Tramo Interior
La vuelta hasta Pesués la recomiendo hacer sin seguir el track del GPS. Son a penas 2 kilómetros de nacional que nos permitirán evitar el punto más incómodo de la jornada. Un tramo por la ladera de la Canalona en ascenso por un sendero conquistado por las zarzas que consumió la paciencia de los tres que por allí arrastrábamos con nuestras bicis; arañazos y raspones incluidos. Un tramo corto de unos 500m que no mereció la pena a pesar de introducirnos por el «bonito» bosque, en esta ocasión, con excesiva densidad vegetal.
Al llegar a Pesués, lo cruzaremos para rodar por un carreterín que nos dejará en la carretera regional CA-181, y nos permitirá cruzar de nuevo el río Nansa e introdujo levemente en en interior.
Pronto saldremos de esta carretera para afrontar un feo ascenso de solo tres kilómetros hasta Serdio por una carretera local muy transitada. Los culpables, los camiones que trabajan en la cantera situada en esta misma carretera.
A partir de Serdio tomaremos un entramado de carretera y carreterines, todos por asfalto, que ondulean y zigzaguean por los verdes campos habitados por sus ganados que nos ofrecerán unas relajantes estampas a nuestro pasar.
Un definitivo desvío de la zona asfaltada, nos sacará a un camino que irrumpirá en nuestro tranquilo navegar terrestre con un rotundo ascenso a la loma de La Jilguera. Loma que nos permitirá volver a retomar contacto visual con el azul del mar.
Un repentino descenso nos situará en la localidad de La Acebosa. El paso sobre la autovía del cantábrico nos permite aproximarnos de nuevo a San Vicente. La cresta de una nueva loma nos ofrece unas inolvidables vistas del mar, de la ría y de las nobles construcciones de esta villa.
Ayudándonos de nuevo del puente que salva la ría, cruzamos para tomar en ascenso a la carretera comarcal y tomar un desvío por un camino. Este continúa en ascenso hasta La Revilla. Será el primero de los tres últimos ascensos de la jornada.
Cruzamos la carretera local para iniciar un entretenido descenso por Sta Marina y rodearnos del Club de Golf que lleva el mismo nombre.
Una bifurcación de caminos nos obligará a detener nuestra marcha para confirmar la ruta correcta y observar la peculiar ermita de Santa Marina. En auténtico estado de abandono y con un pino que milagrosamente ha conseguido crecer en lo alto de su campanario.
Cruzaremos un arroyo. Unas serpenteantes curvas nos obligarán a ganar altura. El camino pasará a ser de asfalto para no dejar de ascender hasta llegar a la torre de El Tejo, situado en lo más alto de estas onduladas tierras. Por zona de nuevo urbanizada iniciaremos el segundo descenso por un peligroso camino debido a la velocidad, las pronunciadas curvas y a la gravilla suelta del firme.
Habremos llegado a la zona de las marisma de la ría de la Rabia, punto más bajo de la ruta. Desde ella afrontaremos el definitivo ascenso hasta la loma de Rubarcena donde definitivamente poremos observar Comillas y su Universidad Pontificia.
La ruta estará hecha, solo quedará descender por un bonito paseo en medio de un sombreado bosque que nos llevará directos al prado de los palacios. Allí disfrutaremos de su tapete verde donde poder descansar brevemente contando las anécdotas de la ruta.