Madeira en 5 días
Viajar en tiempos de Covid… ¿Irresponsabilidad o adaptación a la nueva normalidad? Las circunstancias han querido que fuese en este momento.
Debemos acostumbrarnos a nuevas rutinas en aeropuertos, visitas, restaurantes… Pero con responsabilidad, precaución, respeto y empatía es posible seguir viviendo. Miedo, no; respeto, sí.
Madeira
Madeira, con una población de 270.000 habitantes, está situada en el océano Atlántico, a menos de 600 km de la costa de Marruecos y a unos 400 km al norte de las islas Canarias. De origen volcánico (nos recuerda mucho a nuestra isla de La Palma), se compone de valles recónditos y sobrecogedores acantilados. Su clima oceánico subtropical, con inviernos suaves y veranos poco calurosos, permiten un bello contraste entre la parte norte húmeda y ventosa; con la sur, calurosa y seca. Todo ello acumulado en tan solo 58 km de largo y 23 de ancho.
Madeira significa «madera», y recibe este nombre por los 7 años que se mantuvo ardiendo la isla debido a su enorme masa forestal. Este hecho fue causado en 1420, dos años más tarde de su descubrimiento, por Joao Gonçalves Zarco, con el objetivo de preparar el terreno para nuevos asentamientos.
De flora y fauna muy variada, dispone también de una artesanía de bordados, mimbre y azulejos muy interesante. Respecto a su gastronomía, es especialidad la espetada de carne, el pez espada de preto y el bolo de mel. No debemos dejar de tomar un vino de Madeira con denominación de origen y, para los más atrevidos con el alcohol, una poncha.
La isla no dispone de playas naturales, pero sí de imponentes acantilados. Un paraíso para los excursionistas que pueden disfrutar de sus levadas, canalizaciones entre las escarpadas montañas que distribuyen el agua a toda la isla.
Tiempos de Covid
Como os comentábamos, el viaje se realizó a finales del agosto de este destartalado 2020. Una de las premisas para poder viajar a Madeira en ese momento era presentar un PCR negativo en el aeropuerto antes de las 72 horas de llegada. Y así hicimos. Teníamos la opción de hacer el PCR gratuita en destino, pero con el riesgo de ser positivo y la obligatoriedad de cuarentena. También era obligatorio registrarse en una aplicación donde te pedían una serie de datos sobre tu estancia.
Día 1: Funchal.
A las 11:30 estábamos en la puerta del Aeropuerto Cristiano Ronaldo de Madeira. En un primer vuelo tranquilo con escala en Lisboa (donde solo viajamos 25 pasajeros desde Madrid) y un segundo pasaje que se esperaba divertido en su aterrizaje.
Aeropuerto de Madeira
La aventura comenzaba antes de pisar tierra. La escarpada orografía de la isla obliga a su aeropuerto a tener una pista más corta de lo habitual. Algunos pilotos han llegado a confirmar que tienen la sensación de aterrizar en un portaaviones. En 1922 se realizó el primer vuelo, pero con los años los aviones comenzaron a aumentar su envergadura necesitando más longitud de pista.
En 1958 un accidente provocó la suspensión del servicio. Por lo que durante años, el acceso aéreo solo era factible en hidroavión. En el 2000, una exitosa obra de ingeniería amplió la pista ganando terreno al mar, zanjando por completo esta historia.
Una vez puesto pie en tierra. Una correcta coordinación para entrega de informes PCR y unas fotos junto al busto de Cristiano con mascarilla, fue suficiente para hacer tiempo de cara a la recogida del servicio de Surprice Car Rentals para acercarnos hasta sus oficinas.
Coche de alquiler
Para movernos por la isla es muy aconsejable alquilar un coche (ganarás tiempo a la vez que vivirás tu propia aventura). Y es más aconsejable aún, que no escatimes en la potencia del motor.
Madeira ha hecho una inversión impresionante en su red de carreteras, dando acceso a lugares que hace años era imposible realizar en coche. Creando centenas de viaductos y túneles que permiten reducir exitosamente el tiempo entre ciudades. Pero, a pesar de ello, no estarás a salvo de evitar importantes porcentajes de desnivel en cualquiera de las calles, carreteras o autovías de toda la isla.
De cualquier forma, si te gusta conducir y tienes paciencia, creemos que también es interesante experimentar estas carreteras de infarto, estrechas, empinadas y al borde de precipicios, para poder llegar a la Madeira más profunda y auténtica. Es parte del encanto de la isla.
Con un humilde, pero coqueto, Fiat Panda de 70Cv iniciamos nuestra aventura por la isla. En el GPS del móvil la Rúa José da Silva, en el corazón de Funchal donde se ubica un amplio parking privado.
Durante los 20 minutos de trayecto por la autovía tuvimos tiempo de hacernos a la idea de lo «divertido» que sería conducir por estas carreteras. Ojo a las incorporaciones a la autovía, ojo a las pendientes en la autovía… Estábamos conduciendo por la zona más poblada y con tráfico más denso. El acceso a la capital, tampoco fue aburrido.
Paseo por Monte.
Una vez aparcados, nos acercamos a uno de los seis teleféricos que hay repartidos por la isla. A tan solo 100m teníamos la entrada del Funchal-Monte. Con un precio de 11 € por persona, solo el viaje de ida, nos adentramos en el cubículo para disfrutar de un viaje de unos 10 minutos sobre la ciudad de Funchal.
Mientras disfrutábamos de las bonitas vistas panorámicas de la capital con el mar de fondo y el monte a nuestras espaldas, nos llamó mucho la atención los tejados limpios y cuidados de todas las construcciones de la ciudad en particular, y de la isla en general.
La población de Monte, a parte de las vistas sobre la capital, tiene varios atractivos turísticos. Uno de ellos, justo al lado de la cabina de teleféricos, es el Jardim Tropical Monte Palace, con 70.000 m cuadrados repletos de fuentes, estatuas y gran variedad de plantas.
Otra opción es tomar un nuevo teleférico que desciende a media ladera hasta el interesante Jardim Botánico de Madeira. Para promocionar el turismo en estos momentos tan delicados, tuvimos que pagar solo el teleférico 10.20 ida y vuelta por persona, ya que la entrada al jardín nos resultó gratuita.
En este lugar se concentran todas las especies de la isla. Todas con su nombre y ubicación. Se sitúa en terrazas, por lo que si entramos por el acceso del telecabina, en la parte superior, el paseo será liviano en descenso. Puedes hacer una parada en su cafetería, ubicada en la parte baja, y descansar con las preciosas vistas hacia Funchal antes de ascender al punto de salida.
De nuevo en la población de Monte, nos desplazamos para visitar la iglesia de Nuestra Señora de Monte del s. XVIII donde se encuentra la imagen de madera de la patrona de la isla y la tumba del emperador austro-húngaro Carlos I.
A los pies de la iglesia se encuentra el punto de inicio de los singulares Carros de cesto, una especie de trineo de mimbre y madera que conducen calle abajo dos guías ataviados con trajes típicos. A pesar de considerarlo una «turistada», el paseo no deja de ser divertido. Para los diez minutos que dura la actividad, deberemos pagar un precio de 20€ por persona y saber que termina en Livramento. Los dos kilómetros restantes hasta el centro de Funchal lo puedes hacer en taxi (están allí mismo esperando), bus o andando por la empinada calle de Camino de Monte.
Paseo por Funchal
Nosotros bajamos andando y tardamos unos 25 minutos hasta llegar a la Rua do Carmo y tomar un helado en la Gelateria Italiana da Lorenzo. A pesar de ser bajada, cansa un poquito por lo empinado del trayecto.
La calle peatonal Fernao de Ornelas acapara nuestra atención y por ella disfrutamos de un paseo ya en plano. Al final de esta bulliciosa calle se encuentra el Mercado dos Lavradores, a las puertas de la Zona Velha de la ciudad.
Construido en 1941, es un centro bullicioso donde agricultores y pescaderos venidos de todos los puntos de la isla, ofrecen sus productos. El resultado es un colorido, ajetreado y diverso lugar donde merece la pena mezclarse con los lugareños que van a hacer sus compras diarias.
Estaba prevista la visita al corazón de la ciudad. Pero el cansancio del viaje apareció. Por lo que decidimos hacer una pequeña compra y marchar a nuestro apartamento. Aún no habíamos realizado el check-in. Los Apartamentos do Mar, en la cercana y residencial Sao Martinho nos esperaban para descansar.
Día 2: Levada do Caldeirao Verde.
El segundo día lo teníamos reservado para realizar una de los cientos de levadas que se reparten por toda la isla. Existe gran variedad de ellas según longitud, desnivel y paisajes según su ubicación. Nosotros decidimos hacer la del Caldeirao Verde que, según las recomendaciones, es una de las más bonitas de la isla. Su inicio está próximo a la localidad de Santana, y dentro del Parque Forestal das Queimadas, al norte de la isla.
Personalmente, nos gusta madrugar para llegar al destino pronto y evitar aglomeraciones. No obstante la situación excepcional del Covid nos estaba permitiendo disfruta de la isla sin grandes cantidades de gente.
Sobre las nueve de la mañana estábamos en el punto de partida, no sin antes haber disfrutado de las excepcionales conexiones de la isla, para posteriormente sufrir las duras pendientes de la carretera de acceso al Parque Forestal.
Calzado cómodo, agua, algo de comida, luz frontal y, chubasquero por si acaso, es lo necesario para afrontar esta ruta.
En la zona de recepción de visitantes se encuentran una casas de construcción típica de la zona. En ese momento con cafetería y caseta de información cerradas.
Levada do Caldeirao Verde.
La humedad era evidente. Estábamos a la misma altura que las nubes. Iniciamos la ruta solos en el monte por un tramo ancho que poco a poco comienza a estrecharse. El canal de agua que nos guiará durante los 7 km siguientes, se hace presente a nuestra izquierda.
Un túnel vegetal cubre nuestras vistas que, ayudado por las nubes, nos impiden disfrutar del paisaje. Pero no lo echamos en falta. El camino en sí es espectacular. El aire se siente puro.
La humedad y densidad de vegetación nos recuerda a los bosques de laurisilva canarios. Y la canalización nos transporta por momento a los famosos «nacientes» de la isla de La Palma. En realidad es la misma obra de ingeniería y con el mismo objetivo. Trasladar las aguas de la zona norte, al resto de la isla.
En lugares puntuales el trayecto se estrecha tanto, que debemos andar sobre el propio dique que dirige el agua. La pendiente es suficiente para que circule el agua y nosotros no tengamos percepción de ascenso.
Un pequeño puente colgante da paso a una pequeña caldera, en este momento seca pero llena de humedad. Y más adelante una pequeña cascada salta sobre la pared dejando sus aguas en el canal.
Las nubes están perezosas, pero poco a poco comienzan a tomar altura y el paisaje comienza a poder disfrutarse- Una bifurcación de caminos nos obliga a tomar la opción izquierda donde se divisa un túnel en el que se adentra la canalización y deja hueco para nuestro paso.
Llegando a la Caldera Verde.
Pasamos a una zona donde se alternan una serie de túneles. El más largo de ellos rozando los 200m de longitud. Será necesario frontal para poder cruzarlo. O con la simple linterna del móvil será suficiente. Eso sí forzando las lumbares para no chocarnos con el techo.
Las recomendaciones empezaban a quedarse cortas. Estaba resultando un paseo brutalmente precioso y completo, sin ningún tipo de dificultad física más allá de la ligera irregularidad del piso y la longitud del trazado. La soledad ayudaba también a potenciar el disfrute de este lugar.
Durante todo el recorrido los precipicios se hacen presentes. Existe unas protecciones para evitar caer al vacío, pero siempre debemos estar alerta. Por momentos, era tal la verticalidad del lugar, que para dar paso al trazado, se había esculpido la roca para crear unos impresionantes balcones naturales.
Sobre las dos horas de recorrido, habíamos andado los 7 kilómetros largos. Un nuevo desvío, permitía continuar el recorrido hasta la Caldera del Infierno. Pero para nosotros era suficiente, giramos a la izquierda y ascendimos unos 100 m para llegar a la joya natural de la Caldera Verde.
Una caída de agua de unos 100 metros de altura deposita sus aguas en un pequeño estanque que distribuye sus aguas a la levada. Un lugar mágico que disfrutamos solos. Reposición de líquidos, algo de comida y unos minutos de relajación escuchado la caída de agua. Pero es un lugar húmedo y fresco. Y es fácil quedarse frío. Así que, tras unos 15 minutos de nirvana, nos disponíamos a volver.
Camino de vuelta.
El camino de vuelta es por el mismo lugar, pero las nubes habían ascendido bastante, lo que permitía unas infinitas vistas al fondo del valle y en la lejanía el azul del mar. Unas vistas brutales.
Así que a pesar de repetir tramo, la perspectiva cambió y permitió que no se tornase monótono. Ahora sí, empezamos a cruzarnos con otros senderistas teniendo que ceder el paso en este trayecto tan estrecho.
No terminó de salir el sol. Pero las vistas ahora resultaban completamente excelsas. En total, unos 15 km de ruta casi lineales que nos llevó aproximadamente unas 4 horas.
Vuelta a Funchal
Una vez en el coche, tenemos dos opciones. Por la zona se encuentra Achada do Teixeira, un bello mirador que en el peor de los casos permite disfrutar de preciosos mares de nubes. En caso de que no las hubiere, las vistas hacia el mar desde la montaña son impresionantes también. También en este mismo lugar se encuentran los Homem em Pé, que no son otra cosa que una serie de columnas de basalto
Y desde aquí sale un sendero de casi tres km que asciende hasta el pico Ruivo que son sus 1862m es la cota más alta de la isla.
Nosotros decidimos bajar hasta Santana y dar un corto paseo por la población para disfrutar de sus palheiros; las arquitecturas populares tan peculiares y bonitas. Cabañas de vivos colores, techumbre de paja y forma triangular.
A su vez aprovechamos para comprar comida en un supermercado próximo y marchar hacia el apartamento para descansar y continuar con la visita a Funchal que dejamos a medias el día de ayer.
De camino a Sao Martinho tenemos la opción de volver por la autovía bordeando la isla y ganando tiempo, pero perdiendo vistas. O tomar la carretera que cruza la isla, ganando vistas y perdiendo tiempo.
Si escogéis esta segunda opción, es muy interesante hacer dos paradas en los miradores Do Curtado o Nossa Senhora dos Bons Caminhos. Ambos sobre la localidad de Faial y con la espectacular Peña del Águila dominando el entorno.
En Madeira existen cientos de miradores, hay que saber escoger donde parar, de lo contrario el camino puede alargarse en exceso.
Funchal por la tarde-noche.
Tras la comida y una breve siesta, nos dispusimos a continuar nuestra visita a Funchal. De camino, una breve parada en el Pico dos Barcelos, a 355 metros de altura, para obtener una de las mejores panorámicas de la capital. Debido a su entorno montañoso, existen muchos miradores a su alrededor; siendo el mirador del Pináculo el más afamado de todos ellos. Nosotros elegimos el de Barcelos, por su proximidad a nuestros apartamentos.
Una vez aparcado el coche, nos introdujimos en la rua Sta María para disfrutar del ambiente de esta calle que se la considera el corazón de la capital, la Zona Velha. Calles estrechas, con cafés, restaurantes y abundantes tiendas de artesanía. Curiosas expresiones artísticas son las puertas de cada una de las casas, pintadas a mano con variedad de colores y temática.
Llegamos hasta el Fuerte de Sao Tiago que asoma sus amarillas paredes al mar y que actualmente acoge un museo de arte contemporáneo. Siguiendo el paseo llegaremos hasta la playa de Barreirinha presidida por la iglesia de Santiago el Mayor.
De vuelta al centro, pasearemos junto a las calles peatonales que nos dirigen hacia una coqueta plaza donde se sitúa la Capilla do Corpo Santo. Las terrazas a su alrededor, sus palmeras y la música ambiente de artistas callejeros, le dan un aurea muy interesante.
Era el momento de elegir mesa en cualquiera de los múltiples restaurantes. La Taberna Ruel nos llamó la atención y allí decidimos cenar. Una cerveza Coral (clásica de Madeira), un vino de Madeira y una espetada de carne para uno y pez prieto para el otro. Trato correcto y agradable.
Otras opciones.
Empezaba a chispear. El paseo hasta el coche fue suficiente para bajar la cena y terminar de tener una idea global del casco histórico de la ciudad.
Si tuviésemos más tiempo, podríamos visitar la parte nueva de la ciudad, más al oeste. La zona vertebrada por la avenida Arriaga guarda, entre otros lugares de interés, la catedral de Sé, el Fuerte de Sao Lourenzo, la Asamblea Legislativa, la estatua a Joao Gonçalvez Arriaga, el jardín municipal, el parque de Sta Catarina, algunos museos… Y si anduviésemos por la apacible marina junto al mar, podríamos llegar hasta el Museo de Cristiano Ronaldo.
Día 3: Miradores de Madeira.
Hoy tocaba abusar del coche para recorrer la mitad occidental de la isla. Como dijimos en el inicio, circular por sus intrincadas carreteras es parte del atractivo de la isla. Si eres perezoso en la conducción, siempre podrás contratar algunas de las empresas que te hacen recorridos 4×4 por el interior de la isla.
Nuestro día comienza fuerte, con la visita al Cabo Girao. Uno de los acantilados más altos de Europa. Son 580 metros perfectamente verticales sobre el nivel del mar. Desde aquí podemos obtener una de las mejores panorámicas de la isla.
Una plataforma transparente pondrá a prueba tu vértigo. Quedando todo el abismo bajo tus pies. Abajo, junto al mar, podrás observar los pequeños campos de cultivo que valientes agricultores han conseguido ubicar en las fajas de este cabo tan espectacular.
Desde el 2003 existe la posibilidad de descender hasta ellos gracias al teleférico de Rancho, que tiene un trayecto casi vertical.
Muy cerquita del Cabo Girao, se encuentra la Faja dos Padres, situado a los pies de otro acantilado de unos 250 metros de altura. Hasta 1998 solo era accesible por mar. Ahora existe un elevador que se toma en Quinta Grande y en cuatro minutos desciende a esta pintoresca aldea con pequeños hoteles instalados en casas rehabilitadas y un interesante restaurante donde cenar (o comer).
Abandonaremos la parte sur de la isla para desplazarnos a la costa norte. Desde Ribeira Brava hasta Sao Vicente se abre camino la carretera VE4, claro ejemplo de la inauguración de autovías a finales del s.XX que abrió nuevas expectativas de desarrollo para la isla. De esta manera se mejoró el acceso a zonas en la que hasta hace poco tiempo tenían un acceso muy complicado.
Paso a la costa norte.
Lo que hasta hace pocos años sería un camino de más de una hora, en unos quince minutos ya lo habíamos completado.
En Sao Vicente, se hallan unas grutas creadas por la última erupción volcánica y la lava que penetró en el subsuelo trazó varios senderos internos que pueden ser recorridos.
La costa norte de Madeira es abrupta y exuberante de vegetación debido a las abundantes lluvias producidas por los vientos húmedos septentrionales. La dificultad de su acceso hasta hace pocos años, ha permitido que se conserve en un estado más puro.
Tomaremos rumbo oeste por la carretera costera VE2 que sustituye a la clausurada ER101. Grandes desprendimientos cortaban constantemente esta vieja carretera que hoy en día solo está abierta en kms puntuales. Estos tramos podéis recorrerlos bajo vuestra propia responsabilidad.
Llegamos al mirador de Veu da Noiva. Una cascada natural que sale de entre las rocas del acantilado directo al mar creando una imagen similar al velo de una novia, de ahí su nombre. Para que seáis conscientes del peligro de la carretera ER101, esta cascada atraviesa literalmente este antiguo trazado.
Muy cerca se halla Seixal, población con dimensiones muy reducidas debido al poco espacio libre que prestan los acantilados. En ella podemos encontrar una bonita playa de arena negra rodeada de una extensa plantación de palmeras y unas bonitas vistas hacia los acantilados verdes (aunque el dique de su puerto lo estropee en parte). También cuenta con una humilde piscina natural, pero gratuita.
Islote de Janela
Siguiendo hacia el oeste llegaremos hasta Ribeira da Janela. En una de las salidas de la autopista, nos desviaremos hacia la antigua carretera para descubrir uno de los parajes más sobrecogedores de la isla, el islote de Janela. Una pared vertical que juega con el equilibrio entre las bravas olas del mar. Impresiona como aparece su imagen tomada desde un mirador al que se accede por un pequeño paso excavado sobre la roca.
En este mismo enclave, asciende una carretera hasta el pueblo del mismo nombre. Emplazado en la cabecera de un barranco que nos ofrece unas espectaculares vistas de la costa que estamos recorriendo. El mirador Eira da Achada es el punto perfecto para detenerse y descubrir la magnitud de la isla.
Porto Moniz
Retomando el viaje, llegamos hasta Porto Moniz. La localidad más turística de la zona debido a sus afamadas piscinas naturales labradas en la roca volcánica. Dicen que tienen efectos reparadores. Existen dos piscinas; unas públicas y otras privadas. Unas más naturales que las otras. Unas con más servicios que las otras. Nosotros elegimos el baño en las naturales, gratuitas y con menos servicios. Pero con el pequeño Café Poças al lado donde tomar el almuerzo.
Desde la piscinas públicas se observan las privadas, algo más expuestas al mar. Ambas separadas por pocos metros de distancia.
En esta localidad se aloja desde 2004 en Acuario de Madeira donde observas hasta 70 especies marinas. También de interés es la visita al Forte Sao Joao Baptista construido con el objetivo de proteger la isla de antiguos ataques piratas.
Todo ello envuelto en pequeñas terrazas de cultivo que le dan al entorno un aspecto original, el cual podemos observar desde el Mirador da Santa.
Aprovechando el ascenso hasta dicho mirador, continuaremos nuestro camino hacia Santa María Madalena por la parte más occidental de la isla. Obviaremos el paso por Achadas da Cruz y Punta do Pargo, en beneficio de la carretera que asciende hasta lo alto de la isla.
En la parte más top, si la nubes nos permiten disfrutar de ello, podremos divisar el mar tanto de la costa norte como la sur, a la vez que circulamos entre pastos de reses que acechan el asfalto. Un trazado sinuoso que debemos tomar con paciencia en la conducción.
Paso hacia la costa sur.
El descenso hacia la costa sur se hace evidente cuando las nubes comienzan a disiparse y el sol radiante hace su presencia. En Prazeres daremos por concluido este trazado por la carreteras ER110 y ER210 que nos han permitido conocer las dos vertientes de la isla en un puñado de kilómetros.
Nos desplazaremos hasta el mirador de la Faja Ovelha para tener consciencia de la ubicación de los pequeños pueblos de tradición pesquera muy conocidos por los amantes del surf. Paul do Mar y Jardim do Mar son dos ejemplo de localidades que han sabido conservar su personalidad y aspecto tranquilo. Todo ello gracias a que hasta 1960 la única vía de acceso a ellas era por mar.
Por la carretera VE7 tendremos acceso a ambas localidades y algunos de sus miradores.
El cuerpo pedía ya descanso y nos desplazamos hasta Calheta para disfrutar de su recién estrenada playa artificial. Una de las pocas de la isla en la que poder darse un baño tranquilo, protegido del mar bravo que la rodea.
Y antes de que el sol se despidiese hoy de nosotros, terminamos nuestro intenso día en Ponta do Sol. Un bonito enclave donde tomar una Brisa (bebida carbonatada con sabor a maracuyá) y una Coral (cerveza típica de la isla) en alguno de los chiringuitos de la playa mientras hacemos tiempo para que el sol descienda.
Antes de la caída, debemos desplazarnos hasta el espigón o puntal natural que se adentra en el mar para disfrutar del reflejo del sol sobre las casas de primera línea de costa a la vez que termina de esconderse en el horizonte. Un bonito atardecer.
Ya de noche nos desplazamos al apartamento para cenar y descansar de este intenso, pero aprovechado día por los miradores de la isla.
Día 4. Alrededores de Funchal.
Este último día lo teníamos planificado para realizar una excursión para ver ballenas y nadar con delfines, pero fue anulado por las malas previsiones de la mar.
Es recomendable que, si queréis hacer este tipo de actividades, lo programéis para hacerlo el primer día de vuestra estancia… Así si no se pudiera ese día, podríais cambiarlo para alguno del resto del viaje. Nosotros al organizarlo para el último día, no pudimos cambiarlo para otra fecha.
Por tanto aprovechamos para conocer los alrededores de Funchal.
Oeste de Funchal
A 8 kilómetros al oeste de la capital se encuentra Camara dos Lobos. Una de las imágenes más características de esta población es el colorido proporcionado por las barcas de pescadores varadas durante el día en el puerto, esperando la noche para salir a la pesca de los espadas preto. Al amanecer, el puerto es un claro ejemplo de frenética actividad comercial. Es uno de los más importantes de la isla.
Lugar de refugio de Zarco en lo años que duró el incendio de Madeira, y de retiro de Winston Churchill, exprimer ministro británico.
A parte de su puerto, es recomendable pasear por sus calles y visitar su capilla, iglesia y convento. Todo ello lo podemos hacer de manera panorámica desde el Pico da Torre.
Si el día es tranquilo, puedes aparcar en la misma explanada del puerto pagando la zona azul.
Norte de Funchal
Tras la visita a esta bella localidad nos desplazamos hasta Eira do Serrado, un imponente mirador de Curral das Freiras, de incuestionable belleza. Esta localidad escondida en medio de la montaña fue fundada por monjas clarisas que huían de los ataques piratas. Asentado en el cráter de un volcán y envuelta por impresionantes montañas de afiladas cumbres y generosa vegetación. Nos recuerda de alguna manera al PN de Taburiente en la isla de La Palma.
Hasta 1959 el acceso a la localidad se hacía por un estrecho y difícil sendero, aún practicable. El mirador del Ninho de Águia, ofrece la mejor vista de este enclave. Es un accesible paseo de 200 metros que sale desde el centro turístico de Eira do Serrado.
Paciencia con el coche para llegar hasta allí.
Este de Funchal
Y hacia el este, nos quedaría por visitar el mirador del Pináculo, del que dicen es el mejor para observar Funchal, pero que nosotros no visitamos por la cantidad de perspectivas que ya habíamos disfrutado de la capital.
Pero sí que nos acercamos hasta la figura de Cristo Rey, en Garajau. Situado sobre un acantilado de 200m se yergue una estatua de Cristo con los brazos extendidos a imagen y semenjanza de las que existen en Lisboa y Río de Janeiro. Esta, la de Madeira, preside el paisaje desde 1927.
Nos quedaba por visitar la Península de San Lorenzo. Nos dejaríamos en el camino poblaciones como Caniço, conocido por sus aguas para bucear. Camacha, con su artesanía de mimbre más importante de la isla. Machico, lugar del primer desembarco por los descubridores y primera capital de la isla.
En Caniçal comienza dicha península. Población conocida por su pasado ballenero. Nosotros hicimos una breve parada para comer en el Bar Muralha; rápido y humilde.
Puntal de San Lorenzo.
De camino al puntal de San Lorenzo se encuentra la playa de Prainha, muy distinta al resto de playas de la isla, con arena fina y de paisaje árido. Desde ella se observa en la alto la capilla de Ntra. Sra. de la Piedad.
Un poco más adelante Azul Diving Center, en un nuevo puerto junto a un resort turístico, donde teníamos previsto tomar el barco para disfrutar de ballenas y delfines.
Y al final de la carretera, en el punto más oriental de la isla, la punta de San Lorenzo. Uno de los pocos espacios naturales de la isla sin vegetación. Los colores ocre ganan espacio a los verdes. Un conjunto de calas, islotes y rocas de formas curiosas se suceden hasta configurar un entorno que nada nos recuerda a todo lo que hemos visto en la isla.
Desde aquí parte un sendero de unos 9km ida y vuelta que recorre este lugar tan peculiar. Es el mejor lugar para divisar las Islas desiertas, separadas unos 20 km de la costa de Madeira.
Si no queremos realizar el sendero, podemos desplazarnos hasta el mirador de la Punta do Rostro para hacernos una idea del lugar en el que estamos sin necesidad de andar ni un solo km.
Día 5: Vuelta a casa.
Solo quedaba recoger la maleta y poner dirección al aeropuerto. Dejar el coche de alquiler, y esperar al despegue de nuestro avión en una sala de espera casi vacía. Rara es la sensación de viajar en estos momentos.
Esto es Madeira y esta ha sido nuestra forma de conocerla. Nuestro primer viaje internacional en era covid. Y el primer viaje de India en la barriguita de su mamá. Con algo más de tres meses de gestación se ha portado genial.
Esperamos que os haya servido de ayuda para crear vuestro propio viaje en vuestra futura visita a Madeira.