Islas Cook
Las Islas Cook son un secreto del Pacífico. 15 preciosas islas de naturaleza volcánica rodeadas de agua cristalina y atolones de coral.
Se dividen en dos grupos. Las islas del norte, de difícil acceso, entre las que se encuentra la famosa Nassau. Las del sur, más accesibles, donde se ubica la isla principal, Rarotonga.
Los historiadores creen que este archipiélago fue poblado hace 1.500 años aproximadamente. Donde se dividieron en seis tribus. Hoy en día, su sociedad actual aún sigue repartida en cada una de esas tribus.
Se cree que el español Álvaro de Mendana fue el primer europeo en ver las Islas Cook cuando en 1595 navegó cerca de la isla de Pukapuka. Años más tarde, el explorador británico James Cook, cruzó la región en sus expediciones de 1773 y 1777. Pero el primer europeo que pisó tierra en una de sus islas fue Philip Goodenough, en 1814.
A partir de 1821 los misionarios ingleses comenzaron a introducir el cristianismo. A pesar de ello, las tribus continuaron con su liderazgo hasta que en 1901 las Islas Cook fueron anexionadas a Nueva Zelanda para compartir su gobierno.
En 1965 los isleños consiguieron su independencia, pero manteniendo algunas relaciones muy directas con los neozelandeses. Estos controlan su política exterior a cambio de tener una doble nacionalidad.
Vuelo y acomodación.
Martes, 17 de marzo. (Lunes, 16 de marzo)
Durante la noche en el aeropuerto de Auckland, observamos extrañados el adelanto de las horas de facturación en los paneles informativos
La pandemia del Covid-19 nos obligaba a tomarnos la temperatura corporal y realizar un control médico previo para poder embarcar.
Por delante tuvimos unas tres horas de vuelo directo hacia Avarua, la capital de Islas Cook, en la isla de Rarotonga. En este desplazamiento cruzaríamos la «línea del tiempo». Os lo intento explicar.
Teniendo en cuenta que en Nueva Zelanda existe un adelanto de 12 horas respecto a España; el adelanto de una hora más en el reloj, implicaba que estaríamos 13 horas por delante respecto de España (u 11 horas por detrás)… O lo que es lo mismo, volver al lunes 16 de marzo.
Este dato resultó decisivo, puesto que el acceso a las islas estaba permitido si 15 días antes no habíamos estado en países marcados como peligrosos por el Covid-19. Y los españoles ya éramos vistos como tal en ese aspecto. Un pequeño e incómodo problema que solventamos en el control de acceso a la isla.
Eran las 13:00 y la isla nos recibía con lluvias. Marzo se sitúa dentro de la temporada húmeda en su clima tropical. A la salida del pequeño aeropuerto nos esperaba una taxista que nos llevaría a nuestro bungalow junto con otro pequeño grupo de turistas. Afri había concertado este tránsfer con el hotel que nos acogería estos días.
Un «Kia Orana», seguido de unos collares de flores y una amable sonrisa, fueron suficientes para confirmar la amabilidad y hospitalidad de sus gentes.
Tan solo fueron unos 15 minutos de trayecto, con breve explicación de posibles actividades a realizar o recomendaciones de lugares a visitar en la isla. Tiempo suficiente para llegar al Muri Beach Hideway.
Allí nos bajamos junto a una pareja de jóvenes neozelandeses. Recibimos una correcta bienvenida por parte de su gerente, que nos expuso toda la información necesaria sobre las instalaciones y facilidades de las que podíamos disfrutar.
Este lugar cuenta con seis bungalows con baño privado, cocina y un generoso porche. Todos giran en torno a la piscina, pero solo uno tiene vistas directas al mar. El nuestro.
Informaciones básicas, preguntas imprescindibles y dos conclusiones. La tarjeta SIM no tiene validez. Y para usar wifi, existen dos opciones. Una económica que consiste en comprar datos en cualquier tienda para usarlos en los puntos indicados en la isla o «hotspots» (hoteles, restaurantes y lugares públicos). O la opción cara, de comprar una tarjeta SIM y disponer de datos en cualquier punto de la isla.
La primera opción nos duró esa misma tarde, al día siguiente optamos por comprar una tarjeta SIM.
El bungalow era espectacular… De película. Las vistas, impresionantes. Pero la acomodación fue rápida ya que teníamos que aprovechar el tiempo para hacer algo de compra para el frigo… y los imprescindibles datos del móvil.
Un pequeño paseo nos llevó hasta la primera tienda de «ultramarinos» donde hicimos un pequeño acopio a base de cervezas, leche, galletas y algo de comida para las cenas. Junto a ello, el pequeño pago por los datos de móvil con el que introduciendo una contraseña obteníamos conexión en algunos de los puntos preestablecidos en la isla.
Una vez todo en su lugar, nos dispusimos a tomar las canoas que estaban a disposición de los clientes y remar un rato por la Laguna Natural que creaba el arrecife de coral en esta zona de la isla.
Durante algo más de una hora con las palas en las manos rodeamos la paradisíaca isla de Taakoka. Típica isla de foto postal. Vimos alguna tortuga nadando bajo nuestras canoas y nos aproximamos a la isla de Koromiri. Allí dejamos varadas los kayaks en una de sus playas para realizar un pequeño paseo a pie.
Tras la exploración, volvimos a nuestro bungalow para darnos una merecida ducha y pasear por la blanca playa de la isla. Momento perfecto para tomar nuestro primer cocktel… y ya de paso una merecida cena con vistas a la laguna de Muri Beach. Sails Restaurant fue el elegido. Diversas cervezas artesanas y dos platos de los que quitan el hipo combinando pescado fresco con el hummus, típico de la isla.
Se había echado la noche y el cansancio hizo mella. Un breve paseo por la playa de camino al bungalow para bajar la comida fue el broche perfecto para nuestro primer día de aclimatación a la isla.
Ruta en coche por Rarotonga.
Miércoles, 18 de marzo. (Martes, 17 de marzo)
El día amaneció muy lluvioso. Por esta razón cambiamos la idea del alquiler de una scooter por la de un coche. Para recorrer la isla existen también otras opciones como el alquiler de bicis o el uso del autobús interurbano.
Tras el desayuno en el porche del bungalow, nos dirigimos a una cercana tienda de Vodafone para comprar la tarjeta SIM. Por 49$ (unos 33€) dispusimos de 5Gb de datos que podían ser compartidos. En la misma tienda realizaron la instalación de la tarjeta en el móvil de Afri, eso sí, previa limpieza de manos con gel hidroalcohólico.
La tienda estaba a menos de un kilómetro de distancia, en ese trayecto vimos dos lugares de alquiler de coches, scooters y bicis.
Alquilamos nuestro Toyotita manual, sin necesidad de Carnet Internacional. El precio por un día y seguro de todo riesgo, sin necesidad de rellenar el depósito fue de 70$ (unos 40€).
El objetivo de hoy era conocer los otros rincones de la isla con total libertad. Así pues, nos pusimos al volante y rápido nos familiarizamos con las dimensiones y velocidades.
No fue nada difícil para un coche tan pequeño, cambio automático y con una limitación de velocidad en toda la isla de 30km/h. Respecto a lo de conducir por la izquierda, estaba ya más que superado.
La decisión más difícil fue elegir el sentido de la ruta. Horario o antihorario, ya que solo existe una carretera que circunvala la isla de unos 34 km de longitud total. El interior insular es un denso bosque tropical a modo de reserva natural de imposible tránsito.
Seguimos el sentido horario y la primera parada fueron los jardines Marie Nui Gardens. Allí aparcamos en la misma puerta. El hecho de que estuviese lloviendo nos dio la exclusividad del lugar. Nosotros solos. Aunque tanta soledad nos mosqueó. Hasta en un par de ocasiones llegamos a pensar que pudiera estar cerrado y nos hubiésemos colado sin permiso. Pero no fue el caso.
Una caja en la entrada nos pedía una propina para el mantenimiento del frondoso jardín. Nos adentramos en la densa vegetación que contrastaba con cientos de colores y gran cantidad de especies vegetales.
Un aparente laberinto nos conducía por momentos a lugares sin salida. Cada vez que girábamos un paso, parecía cambiar la decoración. Impresionante.
Casi sin darnos cuenta nos encontramos con un templete al que recurrimos para protegernos de una fina lluvia que no cesaba de precipitar. Allí, vimos un marco para realizar algunas fotos de postureo que utilizamos para la ocasión.
Al salir de este rincón, nos topamos con un bar-cafetería que en estos momentos se encontraba cerrada.
En resumen, un pequeño, pero intenso rincón de la isla que bien merece la pena visitar. Si la lluvia hubiese dado paso al sol y hubiésemos podido tomar un breve café en su terraza con vistas al jardín, hubiese sido perfecto. O no… Porque seguramente no hubiésemos disfrutado de esta exclusividad.
De nuevo en el coche, en busca del siguiente destino. La paradisiaca playa de Titikaveka. En el extremo sur de la isla. Perfecta para la práctica del snorkel. Sus palmeras jugando con la gravedad, asomando ante las aguas cristalinas y su blanca arena. No muy ancha. Pero perfecta.
El clima no acompañaba para esta actividad, tan solo nos asomamos. La divisamos, y pospusimos su visita posterior en caso de que el tiempo mejorase en algún momento de nuestra estancia en la isla.
Un poco más adelante se ubica la playa Arorangi, en el suroeste de la isla. Otro tesoro, con mismas características que su vecina. Pero idéntica visita exprés.
Tocaba el turno para uno de los puntos más particulares e históricos de la isla. El Black Rock.
Localizado en el extremo oeste de la isla, es un lugar perfecto para ver la puesta de sol. Su arena fina con poca profundidad produce una acumulación de calor agradable para los que evitan las aguas frías del mar abierto.
La leyenda maorí indica que el Tuoro, como llaman los indígenas a esta roca basáltica de unos dos millones de años, es el lugar donde los espíritus muertos abandonan Rarotonga.
Existen evidencias de que este lugar fue explotado desde la época del neolítico, ya que la inexistencia del metal en la isla les hacía depender del basalto para la creación de herramientas.
El viaje continuó, tocaba ahora la visita a la capital, Avarua. Situada en el extremo norte, es el lugar de entrada y salida de turistas mediante mar o aire. Pasamos por el aeropuerto y el muelle mercante, sin ningún otro interés que el de empaparnos del estilo y ritmo de vida de los lugareños.
Realizamos una parada obligatoria en el supermercado para abastecer el bungalow de cara a nuestras estancias vespertinas. Ya que las tardes estaban destinadas al descanso.
Hacer la compra en los lugares que visitamos es algo que nos enriquece mucho. Es como adentrarnos en su verdadera realidad. Una forma de hacer turismo de proximidad total. Carro en mano y recorriendo los pasillos, observábamos sus rutinas alimenticias y sus formas de comerciar. Una experiencia muy interesante.
A la salida, buscamos un lugar para comer. Un take away cercano al puerto fue el lugar elegido. El menú, una hamburguesa, un fish&chips y un pollo frito. Sí, ya… Pero era lo que había… Allá donde fueres, haz lo que vieres…
Un breve paseo por las tiendas cercanas fue suficiente para bajar la comida a la vez que confirmamos la importancia del comercio de joyas, especialmente de perlas, en la isla.
Ya en nuestro humilde resort, dimos buena cuenta al «Trout Valley» durante toda la tarde. Sin movernos del porche escuchábamos la lluvia a la vez que nos bebíamos estas dos botellas de vino blanco que resultaron una buena compra en el mercado. Conversaciones, descanso, paz… El mar de fondo y las palmeras flanqueando la postal perfecta de una «verdadera luna de miel».
Visita al Cross Island Track.
Jueves, 19 de marzo. (Miércoles, 18 de marzo)
Después del día tan nublado y lluvioso de ayer, no teníamos ninguna esperanza de ver el sol en el día de hoy. La intención era realizar la ruta Cross Island Track, pero muchos blogs no recomendaban su visita en épocas de lluvia. Pero no adelantemos acontecimientos…
En su trabajo previo de documentación en casa, Afri encontró que nuestro bungalow tenía uno de los mejores amaneceres de la isla. Pusimos el reloj para despertar y poder disfrutar de ello. Aunque sinceramente no teníamos mucha confianza en que pudiésemos disfrutarlo.
Las lluvias torrenciales nocturnas nos despertaban como si de terremotos se tratasen… Parecía el fin del mundo. Una noche convulsa que no nos permitió dormir profundamente. Tal vez por ello, abrí un ojo mucho antes de que sonase el despertador… Y allí estaban las nubes… Con tonos morados, rosas, naranjas… Me froté los ojos y desperté a Afri. Estaba amaneciendo entre nubes… Se preveía un espectáculo natural desde nuestra propio bungalow. Y así fue.
Tal vez fue el amanecer más bonito jamás hayamos visto. Idílico. El agua en calma de la laguna de coral reflejaba la infinidad de tonos cálidos proyectados por el sol sobre las espumosas nubes. Las palmeras creaban un marco a contraluz perfecto para la típica postal del lugar.
Un momento hipnótico. Y aún el sol solo nos presentaba sus rayos. Todavía no había hecho acto de presencia.
Queríamos pausar el momento. Que el mundo se parara. Pero esta magia del amanecer solo dura unos pocos, pero intensos minutos. ¿Sería capar de disfrutar de la efímera realidad con mis propios ojos o lo inmortalizaba a través del objetivo de la cámara? Afri lo tenía claro. Pero yo… no pude resistirme a coger la cámara y poder mostraros alguna imagen que, para nada, hace justicia a la realidad.
El momento pasó y quedará para siempre grabado en nuestra retina.
Era algo más tarde de las seis y media de la mañana; y la temperatura ya resultaba excesivamente agradable. Parecía que el sol quería ganar la partida a las nubes y nos arriesgamos a hacer la ruta. Siempre con sensatez, tendríamos la opción de dar la vuelta en el momento que no nos sintiésemos seguros.
Desayunamos en el porche. Y mientras Afri preparaba la mochila, aproveché para devolver el coche de alquiler. Hoy usaríamos el transporte público. Otra forma de realizar el turismo de proximidad que tanto nos gusta.
Existen dos únicos autobuses. Cada uno circula en sentido opuesto al otro. Toda la info de paradas y precios venían bien indicados en una libreta de información que cogimos en el aeropuerto.
La ruta lineal que íbamos a patear comenzaba en el norte y terminaba en el sur. Por lo que debíamos comprar dos tickets de doble uso. Por esa razón no nos servía el coche para realizar esta ruta.
Con algo de retraso según la info que disponíamos (esto ya no es Nueva Zelanda como tal), llegó el bus. El mismo chófer nos cobró los tickets y nos preguntó en qué parada nos íbamos a bajar. ¿Se acordaría de las paradas de todos los que íbamos en el bus? Pues sí.
En la estación de Avarua nos apeamos y con GPS en mano callejeamos hasta llegar al punto de salida. Eran casi las 11:00 de la mañana y la humedad resultaba fulminante.
Poco a poco comenzamos a abandonar el asfalto para dar paso a un camino ancho por el que aún había algo de tráfico. Unos carteles muy básicos nos confirmaban que nuestra marcha era correcta.
Algunas casas de nueva construcción con estructura de madera en medio de la selva se dejaban ver antes de llegar al punto donde el tránsito motorizado quedó restringido definitivamente.
Un cartel informativo de los kilómetros y desnivel, que ya traíamos estudiado desde casa, dejó paso a otro de alerta que indicaba el corte del track debido a corrimientos de tierras por las intensas lluvias. Decidimos seguir. De momento no percibíamos peligro.
Poco más adelante vimos como una familia venía de vuelta. Era posible que estuviesen haciendo el camino al contrario… Pero… ¿no estaba cortado? Continuamos.
El camino, pasó a transformarse en senda. Y la senda comenzó a adentrarse en un túnel vegetal de tal densidad que dejamos de ver el cielo.
Las raíces comenzaron a conquistar de lleno el suelo, creando un piso resbaladizo e inestable. Es aquí cuando recordamos lo leído en otros blogs respecto al peligro de épocas húmedas.
En este mismo momento, vimos como un guía acompañaba a una chica en sentido opuesto al nuestro, y que poco más tarde retomaba nuestro rumbo y nos adelantaba.
La pendiente se ponía sería. Creíamos que de manera momentánea… pero no… Debimos trepar con cuatro apoyos para poder continuar la marcha.
La vegetación era exuberante. Jamás nos habíamos adentrado en una selva tropical como esta. La humedad manaba por cada rincón.
Un vistazo de vez en cuando al GPS confirmar que íbamos en buena dirección. Aunque sinceramente, no había posibilidad de perderse ya que no había opción de salir de la senda.
El sudor era constante. Encerrados en lo profundo del valle, a penas soplaba ninguna brisa que nos pudiese refrescar.
La pendiente no cedía. Parábamos de vez en cuando para recuperar el aliento. Confirmado, no es una ruta apta para «dar un paseo». Debes estar, al menos, acostumbrado a hacer ejercicio físico con asiduidad. Y es muy aconsejable, casi obligatorio llevar botas de montaña; o al menos, con suela que agarre bien y antideslizante.
Poco a poco la brisa comenzaba a aparecer entre los pocos huecos que dejaba traspasar la vegetación. Estábamos en el punto donde aparecía una bifurcación. O comenzábamos el descenso o hacíamos un breve apéndice hasta The Dodle, una roca casi cilíndrica de granito creada por una antigua erupción.
Fue aquí donde nos encontramos el corte en el sendero que prohibía descender por la vertiente sur debido a los corrimientos de tierra en esta época de lluvias. Toda una lástima, por que en su parte final, nos esperaba una refrescante ducha en su cascada para terminar la ruta.
No quedaba otra opción que aproximarnos a la base de The Dodle, donde la vegetación se abría y nos permitió una visión panorámica de 360º de toda la isla. Un lugar espectacular, desde el que controlar toda la costa de la isla; norte o sur.
La mole granítica a nuestras espaldas, la selva tropical en primara línea y el mar al fondo fusionándose en el horizonte con las nubes. Increíble momento para descansar y recuperar energías.
Un grupo de ingleses descendían de un punto superior en la mole granítica. El paso era resbaladizo, con vuelo y una cadena para «facilitar» la ascensión. Junto a el un cartel advirtiendo de la peligrosidad. Un simple vistazo fue suficiente… ¿Para qué arriesgar?
El guía que nos había adelantado, bajaba con ellos. Muy amable nos ofreció fruta fresca que guardaba en su tupper. Preguntó si éramos recién casados y nos pidió que disfrutásemos de la isla. Gentes muy amables.
Tras el descanso y la breve charla, era el momento de descender. Primero hasta la bifurcación y luego por el único camino accesible a este punto.
Volvimos sobre nuestros pasos con especial precaución y habilidad. Resultó casi más estresante el descenso que el ascenso, ya que en todo momento debíamos decidir muy bien donde apoyar el pie en cada paso. El tramo empinado fue difícil de gestionar, parando cada cierto tiempo para poder levantar la mirada y alucinar con el lugar.
Poco a poco fuimos llegando a un desnivel más asequible, en el que la concentración comenzó a dispersarse para poder disfrutar de lleno del paisaje.
El sendero se convirtió en camino y el camino en asfalto. Estábamos de vuelta en Avarua. Un vistazo en el GPS fue suficiente para situar el puesto de comida rápida que visitamos ayer.
El sol picaba con rabia. La humedad, el sudor, el barro… Llamadnos tontos, pero nos sentimos realizados. Felices. Sobre todo ahora, con una hamburguesa completa que no nos cabía en las manos y dos latas de Coca-Cola casi de trago.
Bajo la sombra se me escapó un «Si llego a ser yo quien plantea esta ruta, no me hablas en dos años…» La sonrisa de Afri confirmó la afirmación… La conversación siguió con anécdotas de estas casi cuatro horas por el interior de la selva tropical. Con el preciosos regalo de las vistas en lo alto de The Dodle.
Quedaba planificar la tarde. Estaba claro. Sobre todo al ver que el sol había ganado por completo la batallas a las nubes.
Nos acercamos al mismo supermercado que visitamos ayer, compramos unos snaks, dos botellas de vino blanco Trout Valley de las viñas neocelandesas de Nelson… y algo para cenar junto a algunas cervezas, por si a caso.
Esperamos el bus, ahora en sentido horario pero con el mismo retraso. Mientras llegaba, estuvimos a punto de coger un al vuelo un avión que estaba tomando tierra en el cercano aeropuerto de Rarotonga.
Tras media hora de trayecto, llegamos al bungalow. Afri abrió la botella de vino, pero no en el Porche Nupcial… Si no en la tumbona con vistas infinitas a la laguna de coral. Libro en mano, copa en el lateral, pies cruzados… Vida.
Mientras Afri disfrutaba de su tarde… Yo no paraba de mirar de reojo a los kayak… Tras la primera copa de vino, tomé uno de ellos y me dispuse a recorrer la laguna al completo.
Éramos conscientes de que se nos acababa la libertad. En España llevaban varios días en estado de alarma confinados en casa por culpa del Covid-19… y suponíamos que nos esperaba una larga temporada encerrados en casa.
Mientras disfrutaba de esa libertad, las corrientes de la laguna me jugaron una mala pasada que obtuvieron como resultado una pequeña ampolla en el dedo anular de la mano derecha, sí la del anillo.
Después de algo más de una hora regresé sano y salvo.
Afri seguía disfrutando de su lectura… Pero un frente oscuro amenazaba por finiquitar este día perfecto.
Preparamos la cena, y la disfrutamos en el porche junto al aluvión de agua que comenzó a caer estrepitosamente. Estaba siendo nuestra despedida.
Despedida y viaje de vuelta.
Viernes, 20 de marzo. (Jueves, 19 de marzo)
Amanecimos sin despertador. Preparamos las mochilas. Nos despedimos de los jóvenes y simpáticos vecinos neozelandeses. Y marchamos a desayunar a una cafetería cercana.
Podría haber sido el día de la visita de un día a la paradisiaca y cercana isla de Aitutaki. Muchas agencias lo ofertaban. Con vuelo de ida y vuelta el mismo día y actividades en la isla creada por un arrecife de coral. Si tenéis tiempo y dinero, es muy aconsejable.
Pero la realidad es que el día volvió a amanecer nublado y lluvioso. A las 11:30 concertamos el check-out. Entrega de llaves y tránsfer al aeropuerto.
Sabíamos de la situación de emergencia mundial y aprovechamos a comprar algunos guantes en una farmacia cercana.
Ya en el aeropuerto, unos turistas australianos nos informaban de que ese mismo día, a las 21:00, se cerrarían las fronteras aéreas autralianas. Y que, casualmente, estábamos cogiendo el último vuelo que entraría en Sydney desde Islas Cook. Un leve retraso nos inquietó.
A la llegada a Sydney, una vez aparcado el avión entró un señor repartiendo unos documentos donde debíamos indicar los 14 días de confinamiento obligatorio en Autralia o en su defecto comprometernos a no salir del aeropuerto.
En la misma escala en Sydney nos confirmaron que el último vuelo Doha-Madrid estaba cancelado y que debíamos volar a Barcelona. Al menos podríamos entrar en España.
La escala en Doha fue rápida gracias a las tarjetas de embarque tomadas en Sydney.
A Barcelona llegamos 39 horas más tarde desde que salimos del bungalow en Rarotonga.
El paso por el control de aduanas… como si con España no fuera la cosa. Eso sí, un absurdo «debéis respetar la distancia de seguridad de un metro» por parte de la policía nacional, tras haber estado como sardinas en lata en el bus del aeropuerto.
Las maletas perdidas; hicimos la reclamación. Y dos taxis para desplazarnos hasta la estación de tren de Sants; no podíamos ir los dos en el mismo taxi… En fin.
Impactante la imagen de Barcelona vacía. Era sábado, 21 de marzo. Y nadie por las calles. Conseguimos comprar dos mascarillas en la farmacia de la estación y a las 16:00 salió puntual el AVE a Madrid, donde llegamos poco más tarde de la 19:30
Ni nuestros padres pudieron venir a recogernos a la capital, ni un taxista pasar de Comunidad Autónoma. Por tanto en Atocha tuvimos la suerte de poder tomar un regional que nos llevase a Torrijos.
Hasta las 21:00 que tomaba salida, estuvimos por Atocha alucinando. Dos horas en uno de los lugares con más tránsito de la capital con unas imágenes desoladoras. Nadie.
Una vez en el tren, nos obligaron a sentarnos separados. Los dos solos en un vagón… cada uno en una punta.
Llegamos a Torrijos, sin mochilas, en pantalón corto… Y nadie por la calle, un sábado a las 22:30. Paseo por las calles para saludar a los familiares desde el balcón, con los billetes del viaje en la mano por si nos paraba la policía.
A las 23:00 del sábado 21 de marzo, y tras 46 horas de viaje, estábamos en casa. Y lo celebramos como se merecía, con dos buenos copazos.
2 Comentarios
Polinesia
Muy interesante y práctico el diario de viaje. La parte final un poco estresante por todo lo del covid, pero por suerte, pudisteis volver.
admin
Muchas gracias por escribirnos. Intentamos plasmar con toda la humildad y naturalidad posible nuestro viaje. Y si podemos ayudar a alguien a organizar su viaje, mucho mejor.
Respecto a la vuelta… Pues toda una aventura!!! Podremos contar a nuestros hijos que el famoso año de la pandemia donde nos obligaron a estar dos meses encerrados en casa, notros pudimos estar en las antípodas del planeta. Nos sentimos completamente afortunados…
Un saludo.