Castañar de Santa María del Tiétar, con niños.
Introducción.
Estamos en otoño (este año más tardío de lo habitual), y no podemos dejar pasar estas fechas sin publicar nuestra ya clásica escapada de octubre (noviembre en este caso) por los castañares de la zona.
Además, desde que India está con nosotros, nos acompaña la coletilla «con niños». Ya vamos a por el tercer año consecutivo; desde el primero por Casillas, con porteo; el segundo por Las Rozas de Puerto Real, con mochila; y este tercero por Santa María del Tiétar, por su propio pie. ¡Qué bonito, y triste a la vez, disfrutar de esta evolución!
Siempre con el objetivo de evitar aglomeraciones. No nos gustan. Entendemos que el monte es de todos, que estas fechas son muy señaladas por su belleza y, además, esta se concentra en solo dos o tres fines de semana al año.
Es por ello que evitamos el clásico de El Tiemblo, donde ya hay un control de acceso mediante pago. Y también Casillas; donde de seguir este ritmo de visitas, en breve tomarán las mismas medidas que sus vecinos.
Por tanto, buscamos alternativas por la misma zona, del mismo bosque, pero de accesos más complejos y, por tanto, más desconocidos. Mi afición por la bicicleta de montaña, junto a mi «frikismo» por los mapas, facilita el conocimiento de ciertas zonas «escondidas» como esta.
Otra opción para evitar coincidir con muchos excursionistas es visitar el monte en horas impopulares; esta era la que utilizábamos antes de que India estuviese con nosotros. Un buen madrugón o pernoctar con la furgo en el mismo inicio de ruta nos facilitaba este objetivo. O escapadas en días laborables…
Dicho lo cual, me planteo seriamente si compartir este rinconcito con vosotros… no sea que en unos años se convierta en el «nuevo» Tiemblo…
No obstante, este humilde blog no tiene la capacidad, ni el efecto llamada tan amplio como para que esto suceda… Así que, ahí va. Pero que no salga de aquí. Shhhh…
¿Cómo llegar?
Los dicho, ruta con castañas, con poca gente en temporada alta y adaptado a una niña de dos años y medio. Aquí os presento la ruta de Los Molinos de Santa María del Tiétar.
Esta localidad, perteneciente a Ávila, hace de límite provincial con la Comunidad de Madrid. Para llegar a ella, debemos buscar la carretera CL/M-501, la conocida como la de «los pantanos» por todos los madrileños. Una vez en la travesía, tenemos que cruzar el pueblo, ascendiendo por sus empinadas cuestas y con algún que otro quiebro de necesaria habilidad al volante. Siempre en busca de la base de la Presa del Pajarero. El terreno siempre es asfaltado, aunque a veces algo desgarrado. Si tenéis dos coches en casa, escoged el más corto para ir.
Creo que hay otra posibilidad de acceso para llegar a la misma presa, aunque a la parte alta de esta, siguiendo el camino de la ermita de San Marcos. Este tramo, aunque lo valoramos, decidimos partir desde abajo. Podéis considerarlo siempre y cuando queráis evitar el desnivel inicial de la ruta que salva todo el murallón de hormigón de la presa. Un tramo este que, aunque sea de subida con vistas a la artificialidad del hormigón, también resulta interesante.
Dicho lo cual, en torno a las 11:30 estábamos en el punto de partida. Coche aparcado junto con, tan solo, otros dos vehículos más. Panel informativo de la ruta, fuente de agua, barbacoa de piedra, varias mesas de picnic y un gimnasio para tercera edad. Todo ello vigilado muy de cerca por la presa de Pajarero, que soltaba agua a raudales tras estos días de intensas lluvias… Esto nos hacía presuponer que cuando ascendiésemos, nos encontraríamos el pequeño embalse completamente lleno.
La ruta oficial es básicamente circular al pantano. Con la única dificultad física del desnivel inicial de ascenso desde la base de la presa. Y unos 4km de longitud. Pero nosotros quisimos adaptarla con el objetivo de que India hiciese íntegro el camino andando, recortando a 2 km la distancia y haciéndola lineal de ida y vuelta.
Comenzamos.
Iniciamos el camino vadeando el propio arroyo Pajarero y aquí comenzaba la primera aventura de India con sus botas katiuskas. No llevábamos ni 50 m y ya estábamos «bautizados» para el resto de la ruta.
El giro a derechas nos ofrece varias alternativas para ascender; no hay pérdida, siempre en zig zag, hasta la arista de la presa por su parte izquierda (según la vemos de frente). India y Kenya se los pasaban pipa; una cogiendo hojas «marillas» y la otra correteando de un lado para otro.
Algunos momentos por pista, otros por estrecho sendero y a veces por escalones de piedra. Algún pino atravesado que saltar y varias retamas que esquivar. Una «cueva vegetal» estrechaba el paso, ¡qué divertido! El sonido de la caída del agua siempre nos acompañaba a la derecha de nuestro sentido.
A mitad de subida pudimos tocar la propia mole de hormigón con nuestras manos. Una puerta cerrada de «astillo» (castillo) evitaba el acceso a la entrañas de la presa.
Daba gusto ver disfrutar a la pequeña con tanta imaginación, pero a este ritmo no llegaríamos a hacer ni la ruta adaptada. Así que, enana a los hombros para llegar a lo más alto de la presa.
Ya en la parte alta.
Arriba, más charcos. A la derecha la presa, que permite el paso hasta el otro lado, donde se hubiese iniciado la ruta de haber accedido por la ermita. De frente, una pista ancha nos invitaba a continuar el camino.
Entre carreras, saltos y abrazos íbamos adentrándonos en el frondoso bosque. Algún que otro charco embarrado ponía a prueba el equilibrio de toda la familia. De momento, castaños pocos, pero experiencias infinitas.
La bolsa azul para recoger castañas ya iba medio llena de diferentes tipos, formas y colores de hojas. Era también los deberes de la «guarde» de su profe «Anesa».
Poco a poco comenzaron a aparecer los castaños con sus correspondientes frutos por el suelo. Increíble, cientos de castañas sin haber sido recogidas… No hacía falta salir del camino para acceder a ellas. Pero ojo… que las castañas «viven en unas casitas con pinchos«. La mayoría están fuera, pero otras aún están dentro.
India escuchaba atentamente la historia que Afri le contaba, y a la vez miraba con intensidad cómo había que sacar las castañas de sus «casitas». Poco después se lanzaba a coger las castañas con cuidado, con más sufrimiento por parte de sus padres que ella.
El suelo estaba lleno de «casitas con pinchos» y acercar la mano era casi motivo de pinchazo. Pero no. Es increíble como nos sorprenden estos enanos dejándoles hacer. Siempre estando atentos, y mordiéndonos la lengua para evitar asustarla, y no crear un miedo sin necesidad… Alucinante como ella misma gestionaba la situación particular de cada castaña para no pincharse… y una vez entre sus dedos, a la bolsa.
Paredes con musgo… húmedas «como pañal» y suaves «como osito»… Podemos coger un poco para el «Belén»… No mucho, que hay que respetar la Naturaleza. Ay, si está sobre un muro… «altar»… pues a saltar. ¡Y una cueva, mira ahí!
Más castañas y un susto… un abejorro que nos quiso acompañar… No pasa nada, pero hay que tener respeto y cuidado ante lo desconocido.
Desvío del recorrido original.
En el primer claro de vegetación nos encontramos a los únicos senderistas que vimos en toda la jornada. Bajaban por una bifurcación a la izquierda marcada con una baliza amarilla. Baliza que indicaba el recorrido oficial. Una breve conversación con ellos seguida de una pequeña inspección de pocos metros por donde descendían nos dio buena sensación. A pesar de sus advertencias técnicas, parecía un sendero sin mucha dificultad que se adentraba de nuevo en el bosque. Decidimos seguir nuestra ruta adaptada, bordeando el embalse si tomar más desnivel…
Poco más adelante una nueva bifurcación, esta vez con una valla a la izquierda, impedía el paso motorizado, ¿pero quien va a venir hasta aquí con coche? En esta ocasión sí tomamos el desvío a la izquierda en leve ascenso.
Estábamos en la cola del pantano y esta pequeña subida nos permitió verlo con una perspectiva espectacular. Mirada atrás para descansar momentáneamente mientras seguíamos disfrutando. El verde que brotaba del suelo, el marrón acompañaba por los laterales y al fondo, el recortado horizonte de los montes de Toledo. En el centro, la pausa de la linealidad del agua de un embalse lleno hasta sus topes.
Bosque de castaños.
Pero debíamos seguir, ahora adentrándonos definitivamente en el verdadero rincón y objetivo de la ruta. Un frondoso bosque de castaños que creaba una perfecta cúpula evitando todo paso de luz solar. El pausado pantano se había transformado en unas nerviosas aguas que creaban una relajante banda sonora.
Casi sin darnos cuenta nos encontramos en un camino completamente tapizado por los erizos de las castañas. Kenya, ya no correteaba tanto como antes; a penas había huecos libres donde no pincharse. Increíble. Marrones, naranjas y amarillos habían ganado la partida a los verdes.
Una temperatura perfecta, y puntuales brisas producían breves lluvias de hojas.
«Otoño llegó, marrón y amarillo,
otoño llegó, hojas secas nos dejó…
Para la lluvia saca tu paraguas,
y no te olvides las botas de agua.
Otoño llegó, marrón y amarillo,
otoño llegó, hojas secas nos dejó.
Si el viento sopla, no le tengas miedo,
escucha su canto, quiere ser tu amigo.
Otoño llegó, marrón y amarillo,
otoño llegó, hojas secas nos dejó…
India cantaba una de sus canciones preferidas, y nosotros con ella. Era el momento perfecto.
Si poco antes teníamos vistas infinitas hacia el horizonte, ahora estamos completamente inmersos en un denso bosque donde solo se pueden ver castaños mirases hacia donde mirases… Bueno, y agua… El camino llegaba a su fin justo cuando el cauce del arrollo Pajarero se cruzaba en nuestro camino.
Punto de vuelta.
Se nos presentaba alegre, saltarín y enérgico. Tal vez en otra época del año pudiese vadearse, a pesar de que no se percibiese continuación alguna al otro lado del arrollo. Sea como fuere, para nosotros era más que suficiente. Bonita guinda para este delicioso pastel.
Descansamos un rato, escuchando los sonidos del bosque. Algunas castañas más para la bolsa. Setas; pero sin tocar, que no tenemos ni el más mínimo conocimiento micológico.
Algo más de una hora nos había tomado llegar hasta aquí. Tan solo un kilómetro, pero con tantas experiencias que parecía que llevábamos toda la mañana haciendo kilómetros.
Tocaba desandar nuestros pasos. Ahora con paso un poco más ligero, alguna que otra parada para hacer juegos con hojas, las correspondientes fotos y perder de vista durante unos segundos a Kenya. Intuíamos que habría bajado a mojarse al pantano, pero estaba todo su perímetro completamente vallado… Excepto por una tímida puerta que daba acceso.
Allí descendimos todos hasta la orilla para disfrutar de una nueva perspectiva. No sabemos a quien le gusta más el agua, si a Kenya o a India. Si nuestra perrita ya volvía empapada de su ansiado chapuzón, la peque de la casa amenazaba con quitarse la ropa para meterse en el agua… Le costó a su madre hacerla razonar que estaba fría y no se podía bañar.
Descenso.
De vuelta al camino, paso de los anteriores puntos embarrados hasta llegar a la presa. El descenso mucho más cómodo pero sin relajar la tensión, zarzas y escalones húmedos nos esperaban con ganas de fiesta. La inmensa pared de hormigón nos advertía que estábamos llegando a nuestro final.
Allí se podía ver el coche, ya solitario. Con las mesas de picnic para poder elegir. Agua fresquita de la fuente y una barbacoa que en esta ocasión no utilizamos.
A India aún le quedaban fuerzas y energía para probar todas las estaciones de ejercicio para tercera edad, que por allí se ubican.
Al final un paseo de 2,2 km. 85 m de desnivel positivo y algo más de dos horas de intensas experiencias para India. Que se lo pasó genial mientras aprendía y desarrollaba múltiples habilidades cognitivas, físicas y sociales.
Ya lo proponía J.J. Rousseu en El Emilio, la educación en la naturaleza. De las asignaturas de Magisterio, a la realidad más cercana.
Gracias.