
Zaragoza y Monasterio de Piedra, con niños.
Seguimos aprovechando cada oportunidad que tenemos para escapar de la rutina diaria. Siempre con India por delante para que, aunque aún no sea consciente de los lugares que visita, perciba la mayor variedad de sensaciones que irán potenciando su desarrollo neuronal. Olores, colores, ambientes… También, dicho sea de paso, para que se acostumbre a los múltiples desplazamientos y lo adquiera como algo normal en su vida.

En esta ocasión, compartimos el puente de Todos los Santos con su primo Martín y sus papás. Viajes activos en familia que enriquecen el tiempo de calidad.
Se presentaban unos días lluviosos por toda la península, concentrándose principalmente en nuestra zona centro. Decidimos escapar hacia el noreste, donde también había previsión de chubascos, pero algo más intermitentes. Aragón, Zaragoza; era nuestro objetivo.
Día 1. Alhama de Aragón.
Establecimos nuestro cuartel general en Alhama de Aragón. Un pequeño pueblecillo en la misma carretera A-2, a las puertas del Sistema Ibérico que nos sorprendió muy gratamente.
Desde casa hay unas dos horas y media en coche de continua estepa y paisaje monótono asomando por la ventanilla. Es lo que se suponía que íbamos a tener al coger el desvío de la autovía hacia nuestro destino. Pero no fue así..
Ubicado en plena falla tectónica, la misma entrada al pueblo nos avisa de que nos ubicamos en un lugar pintoresco. «Laguna termal más grande de Europa», reza una pancarta gigante justo antes de encontrar una pasarela sobre la carretera donde se puede leer «Termas Pallarés». Un edificio de arquitectura del S.XIX da la bienvenida al turista y casi transporta mentalmente a aquella época.

Justo después nos aparece una orografía que parece fuera de lugar, como desubicada, apuntando verticalmente hacia el cielo. El río Jalón y los túneles para el paso del ferrocarril. La antigua carretera nacional. Era evidente que este pueblo resultó en su momento un lugar estratégico de paso.
Antes de llegar a nuestros apartamentos rurales El Rapallo, nos llamó la atención el bullicio de la gente en las terrazas de la localidad, dando un ambiente inusual en un pueblo que, aún sin bajarnos del coche, nos acababa de enamorar.

Y el apartamento; muy recomendable con un guiño al aficionado ciclista. La Vuelta, El Giro y El Tour eran los nombres en los que se dividían las estancias. Fotos en el recibidor de un ciclista profesional que me quería venir su nombre a la cabeza. Resultó ser Ángel Vicioso, que junto a su mujer, invirtieron en el turismo rural de su tierra natal bautizando al negocio con el mismo nombre que la localidad donde consiguió su «única» victoria en las tres grandes vueltas.
Resuelto el enigma, y ubicados todos en este cómodo y coqueto lugar, nos dispusimos a estirar las piernas por el acogedor pueblo.
Entre la trenza que forma el cauce del río, la vía de tren y la antigua nacional se abren paso las calles del pueblo. Su torreón del s.XV se alza vigilante entre los tejados de las casas. Un breve paseo por las afueras nos permite llegar hasta las puertas del lago termal. Allí los hospedados en los hoteles pasean en albornoz blanco entre los jardines… A la vuelta, parada en una de las terrazas de cualquier bar del centro, frente a su iglesia. Charanga que anima aún más el ambiente. Alguna foto. En cuanto cae el sol, directos a la acogedora casa rural.

De camino a ella, un panel informativo bajo el paso de la carretera nacional informa sobre rutas senderistas en torno a la población. Interesantes. Pero que no pudimos llevar a cabo.
Cena tranquila y a descansar.
Día 2. Zaragoza.
Entre Alhama y Zaragoza hay unos 100km por la A-2 que se recorren en una hora.
Visitar Zaragoza con niños es muy sencillo, ya que todo lo turísticamente importante gira en torno a la Plaza del Pilar. Perfecto para un cómodo paseo.
Los coches los dejamos en el Parking Indigo del Ayuntamiento que tiene su salida peatonal por la misma plaza. Allí nos encontramos con una competición de pruebas de atletismo en la misma calle.

La previsiones de lluvia no se harían efectivas hasta por la tarde, por lo que aprovechamos la mañana a pasear y conocer los lugares previstos.
Comenzamos por la Basílica del Pilar, de acceso libre y gratuito. Mediante un breve paseo por una de sus galerías, la patrona de la hispanidad guarda entre sus muros la pequeña talla. Custodiado por enormes banderas de todos los países que alguna vez tuvieron relación histórica con España. Es posible la opción de subir hasta lo alto de una de sus torres (la ubicada al noroeste) por un módico precio de 3€. Las vistas desde arriba deben ser impresionantes, pero no lo vimos factible con los dos pequeñajos de la casa. También podemos acceder al Museo Pilarista, pagando una pequeña entrada.

En la propia plaza, desplazándonos hacia el oeste podemos encontrar la Bola del Mundo, la Fuente de la Hispanidad, y la Iglesia de San Juan Bautista. Cierra el perímetro peatonal uno de los pocos vestigios que restan de la antigua cuidad romana de Caesar Augusta, su muralla romana.
Nos dirigimos hacia el cauce del río más caudalosos de España. El Ebro baña por su orilla derecha la imponente basílica. Cruzamos la gran masa de agua por el Puente de Piedra hacia el mirador de San Lázaro. Desde allí se realiza la «foto postal» de la ciudad. Preciosa perspectiva.

Para volver, podemos hacerlo por el moderno puente de El Pilar, o desandar nuestros propios pasos, como así hicimos para regresar al entorno de la plaza.
Ahora por el extremo este cierra su perímetro la Catedral del Salvador, levantada sobre los restos del antiguo Foro Romano.
Muy próximos se encuentran el edificio de La Lonja y el Ayuntamiento. El primero, de acceso gratuito, bien merece un paseo por su interior para disfrutar de su bella arquitectura renacentista. Ahora hace las veces de sala de exposiciones. El segundo, con cierto aire mudéjar, no es visitable, pero ya que está ahí…
Salimos del entorno de la Plaza del Pilar por la avenida Don Jaime I hacia la Plaza de España. Pero poco antes de llegar a ella, nos desviamos hacia la derecha por la calle Estébanes.

Estamos llegando a la zona de El Tubo. Lugar de calles estrechas con decenas de cervecerías y restaurantes donde hacer un alto en la jornada. Pasea y déjate llevar por esta laberíntica zona de Zaragoza con muy buen ambiente. Nosotros hicimos dos paradas. Una primera en El Champi, para tomar su mítica tapa de champiñones. Paralelismo perfecto con la calle Laurel de Logroño. La segunda parada, en El Truco. Aquí unas cuantas raciones nos detuvo para disfrutar del ambiente y el tránsito de personas mientras dábamos buena cuenta de la comida sobre la estrecha y alta mesa pegada a la pared de este angosto, pero cómodo, lugar.
La plaza del Sas desahoga la zona e invita a tomar un dulce como postre en cualquiera de sus terrazas, estas ya con mesa baja.
Un paseo por la comercial calle de Alfonso I nos permite bajar la comida y volver de regreso a la plaza del Pilar con bonitas vistas y perspectiva de la Basílica. Pero quedaba por tomar el café. Para ello nos adentramos en el Pasaje del Ciclón, a la derecha de la calle justo antes de desembocar en la plaza.

Las previsiones de lluvia comenzaban a confirmarse, por lo que nos sentamos en una terraza dentro de esta bella galería de estilo industrial para resguardarnos del agua. En el interior hay varias opciones de cafés. Recomendación de visita al Café Botánico.
La jornada quedó aquí. Pendiente de visitar los museos romanos de Cesaraugusta. Un paseo por el casco que conecta el Teatro, las Termas, el Foro y el Puerto Fluvial. Existe una entrada conjunta para la visita de los cuatro espacios romanos por 7€. Perfecto para completar la jornada.
El palacio de Aljafería era otro de los puntos a visitar muy recomendables. Pero este se ubica algo más alejado del centro urbano. Una gran obra de la época musulmana que completa el podio junto con la Alhambra de Granada y la Mezquita-Catedral de Córdoba.

Es una visita muy interesante por su belleza interior. Alberga las Cortes de Aragón, y es visitable por el precio de 5€.
Así pues, tanto la temática romana como la musulmana, quedaron pendientes para una segunda visita.
De regreso a Alhama, pasamos la tarde-noche celebrando Halloween con los dos pequeños de la casa. Aún quedaba un día por disfrutar.
Día 3. Monasterio de Piedra.
El día de regreso nos levantamos pronto para desayunar tranquilamente, recoger la casa y cargar los coches al ritmo que dos bebés nos lo permitían.
El objetivo era visitar el Monasterio de Piedra, ubicado en la población de Nuévalos, a tan solo 14 km de Alhama.
En 20 minutos de desplazamiento pasamos de una zona de páramo al entorno del embalse de la Tranquera. Las rectas del asfalto se transformaron en curvas que bordeaban el pantano ayudado de algunos túneles y puentes.

Era una pequeña tarjeta de presentación de lo que nos íbamos a encontrar poco más a delante culpa del río Piedra.
Para acceder al Monasterio de Piedra se debe comprar entradas anticipadas vía on-line por el precio de 15€ por persona. Un precio que parece caro, pero que merece la pena. Bien saben ellos la joya que tienen. Un impresionante vergel que, a pesar de la explotación turística, merece muchísimo la pena. Más aún si la visita es en época otoñal y tras varios días de lluvias previos.

Aparcados los coches en las explanadas preparadas para ello (también hay anexo una zona exclusiva para autocaravanas), entramos en el recinto. A la derecha queda el monasterio cisterciense donde la entrada también va incluida en el precio, pero lo dejamos para después.
Entrada por los tornos y primera experiencia turística que «rechina», fotos todos juntos, por parejas, con los peques… «A la salida pueden ver sus fotos y si les gusta, adquirirlas por un módico precio».
Plano digital en el móvil para seguir la ruta de unos 4-5 km y no perdernos ninguno de los rincones de este espectacular lugar. Siguiendo las flechas azules, no habrá perdida en el camino. Las rojas, solo en caso de emergencia para buscar la salida.

Un segundo momento turístico… La foto con la mascota del parque. Un búho real… Mismas palabras que minutos atrás. Desde la amabilidad y la simpatía… Pero el inicio estaba resultando un poco espeso.
Descendemos hasta el Vergel de Juan Federico Muntadas, precioso en esta época del año. Hojas en el suelo, hojas en las copas de los árboles, hojas en transito entre ambos lugares cual lluvia de colores… Ahora sí, comenzaba el agradable paseo entre la exuberante naturaleza.
El Baño de Diana borraba ipso facto el amarguillo sabor turístico de la entrada. El río Piedra se presentaba con un órdago a la belleza. La base de una bonita cascada que mana agua por allá donde dirijas la mirada.

A la izquierda el tímido Lago de los Patos y siguiendo el trayecto, la Cascada Trinidad, que no es otra cosa que un escape de agua de lo que veremos a continuación.
Un pequeño tránsito por una serie de grutas nos deja en la base de la Cascada La Caprichosa. Como una cortina homogénea, derrama un constante y abundante caudal sobre el Baño de Diana que vimos previamente. No llevábamos ni 15 minutos en el parque y todo lo que habíamos visto ya merecía la pena… No sabíamos todo lo que aún nos esperaba por disfrutar.
Tocaba ascender la caída de agua hasta la zona de Los Vadillos y el Parque de La Pradilla. Un remanso de aguas tranquilas que esperan su turno para caer por la impresionante Caprichosa. Un puente nos permite el vadeo al lado opuesto de la corriente de agua. El bosque selecciona los rayos de sol que calientan de forma irregular con el permisos de las sombras. Posiblemente estábamos en el lugar más alto de todo el parque.

Ahora tocaba descender con mucha precaución por la umbría de los Fresnos Altos, y luego Bajos, hasta el cruce de la Cascada Iris. Este punto es el lazo de unión de esta ruta en forma de «8». Podemos volver al inicio o seguir la visita hacia la parte más baja de este espectacular entorno.
Dejamos la silla de Martín aparcada para poder adentrarnos en la Gruta Iris. Un paso angosto, empinado, oscuro y húmedo que nos regala algún respiro a modo de oquedad en la pared para ser conscientes del lugar en el que nos hallamos. Las entrañas de la cascada Cola de Caballo.
Estábamos en la parte posterior de esta impresionante caída de agua. La humedad del salto nos da permiso para decir que nos ubicábamos dentro de la propia cascada. Los chicos pasan rápido para evitar mojarse, pero es «el lugar» del parque para disfrutar.

Un nuevo túnel excavado en la roca, esta vez recto y sin desnivel, nos saca del particular enclave. Una vez fuera, y desde abajo, podemos ver con perspectiva el impresionante sitio que acabamos de atravesar.
Tras esta pequeña dosis de adrenalina, tocaba rebajar pulsaciones. Unos aseos y algunas máquinas expendedoras nos recuerdan que es un lugar explotado. Dato que se nos había olvidado gracias a los rincones que estábamos visitando.
El agua, parece que también relaja sus pulsaciones en esta zona de piscifactoría que da paso al Lago Espejo. La Peña del Diablo controla desde su altura todo este remanso de paz. Dos pasarelas permiten la visita a este apacible rincón con efectos reflectantes que dan sentido al nombre del lago.

Una nueva cavidad nos invita a abandonar este segmento del trayecto para dejarnos en una zona de descanso para realizar un pic-nic, con columpios para los más pequeños de la familia. Martín disfrutó como un campeón. E India, que se había despertado pocos minutos antes, aprovechó para bautizarse con los toboganes.
Paralelos a la cascada de los Chorreaderos vamos recuperando altura, ya en busca del camino de salida. Un último túnel nos sitúa en el «lazo» del recorrido y poder recuperar la silla aparcada de Martín.
Alguna gruta y otra tímida cascada nos acompaña hasta la salida. Próxima a ella esta la exposición de vuelos rapaces que ni nos molestamos en ver su horario de actuación.

Los tornos y las fotos expuestas de la entrada nos devuelve a la realidad. Nos despierta de este bonito sueño que hemos estado viviendo durante las tres últimas horas.
Son las 14:00 y aprovechamos la terraza soleada del restaurante para comer unos bocadillos y un par de cafés antes de iniciar la vuelta a casa.
Nos quedaría en el tintero la visita del Monasterio y de su derruida iglesia. Pero los horarios de los peques mandan, y bastante bien nos habían dejado disfrutar de la mañana. No es cuestión de abusar de ellos. Cuando sean más grandes y conscientes de los lugares que visitan, volveremos; empezando por el Monasterio y siguiendo por esta joya de la naturaleza que es el Monasterio de Piedra.


