
Camino de Santiago Portugués
Hoy por primera vez os vamos a contar una de nuestras experiencias en el Camino de Santiago. Lo hemos recorrido en bici y a pie, desde distintos puntos de la geografía española. Pero en esta ocasión os presentamos el Camino Portugués que organizamos a pie desde Tui.
Una aventura de cinco días donde nos acompañó nuestra perrita Kenya. Sí, las mascotas pueden hacer el camino; aunque con ciertos condicionantes que os explicamos a continuación.
¡Adelante! Esperamos que con esta breve crónica os enganchéis a la esencia de El Camino. Un Camino, que tiene un halo mágico que te envuelve y te acoge en sus entrañas, creando una realidad casi paralela a la vida cotidiana.
El Camino que nos conduce a unos hábitos diarios tan distintos que nos permite casi la pérdida la noción del tiempo. Nos cruza con personas «desconocidas»que al final del trayecto serán casi hermanos. Que nos pone continuamente a prueba, física y mentalmente, con decisiones en cada momento. Nos permite conocer mejor nuestro cuerpo, nuestra mente; nuestra persona. En definitiva, el Camino nos hace un verdadero y exhaustivo examen de conciencia. Eso es, el verdadero Camino.
Sería la sexta ocasión que personalmente lo realizaría; la segunda a pie junto con mis inseparables chicas. A pie y en albergues, como realmente se vive El Camino.
En esta ocasión tendríamos la inigualable compañía de dos insaciables aventureros. Amigos y compañeros que no dudaron de unirse en cuanto se les propuso el proyecto. Grata compañía la de Ester y Jaime que se adaptaron a la perfección a todas y cada una de las circunstancias que fueron surgiendo a lo largo del camino. Así da gusto compartir experiencias.

Los preparativos iniciales de meses previos con gestión de alojamientos (Keny nos condicionaba a ir a albergues que aceptasen mascotas), adquisición de material y preparación física, quedaba reducido a solo seis días. Y todo estaba a punto de comenzar.
El desplazamiento lo realizamos en coche privado que dejaríamos en Tui y la empresa taxiperegrino nos lo trasladaría a Santiago. El viaje fue ameno y cargado de ilusiones.
Arribamos a Tui de noche, y con lluvia como esperábamos, con el tiempo justo para acomodarnos, tomar unas cervezas, cenar y dar un pequeño paseo por sus estrechas y empinadas calles.
Pero ante todo siempre ir bien previstos de un buen seguro por lo que pueda ocurrir.
ETAPA 1: TUI – O PORRIÑO (18km)
Aún no asomaba el sol cuando mi cabezonería por iniciar el Camino desde tierras portuguesas nos obligó a dar marcha atrás y cruzar el puente internacional sobre el río Miño, para visitar la vecina localidad de Valença do Minho.

Una vez de vuelta a Tui, iniciamos la marcha desde su bella catedral con la esperanza de encontrar un bar para desayunar, cosa que no conseguimos y nos obligó a retroceder de nuevo sobre nuestros pasos, no sin alguna cara larga que otra. Jaime y Ester, sin rechistar (pobres).
Tras dar buena cuenta de un gran desayuno, ahora sí, iniciábamos la aventura definitivamente.

El sol se había desperezado y comenzaba a acariciar con sus rayos los verdes campos gallegos. Todo aquel lugar por el que pasábamos nos llamaba la atención, por muy común que pareciese. Los cinco sentidos salían de su letargo para disfrutar de esta bella experiencia con la máxima intensidad.
Una supuesta plantación de kiwis al inicio de la marcha, daba paso al bonito puente sobre el río Louro, cauce del cual seguiríamos durante este primer día. Allí también nos empezaríamos a encontrar algunos hitos que nos irían acompañando durante todo el recorrido que marcaban el itinerario de la Vía Romana XIX.

Durante el pequeño tramo de carretera, vamos siendo conscientes del volumen de peregrinos que han empezado el camino estas fechas tan señaladas como es la Semana Santa, a pesar de las malas previsiones meteorológicas provistas para la segunda mitad de la semana.
Tras estos breves kms de asfalto, el camino nos adentra por primera vez en los frondosos bosques gallegos. Pasamos sobre el puente de San Telmo. El paseo resulta muy agradable hasta llegar a la localidad de Ribadelouro.

Aquí se nos ofrece una primera parada, junto a la Casa Cultural de la localidad, pero nos resulta demasiado pronto en nuestro camino y decidimos continuar.
Es en la travesía de este núcleo urbano donde observo la presencia de trípticos informativos editados por la Asociación de Amigos del Camino de Santiago de Galicia. Tomamos uno donde se nos informa de la posibilidad de desvío en Orbenelle, de cara a evitar el paso por el gran polígono industrial de Porriño.

Así hicimos, y acertamos. El camino se adentra en un trazado laberíntico vertebrado por el río Louro, donde el agua toma un papel principal y el paso se salva con bellos puentes y corredoiras.
No sabíamos si el sol había desaparecido por las nubes o por la densidad de las copas de los árboles que rodeaban nuestro paso. Sea como fuere, ese detalle no nos importaba en absoluto.

Este bello pasaje, termina en un paso elevado sobre la A-9 que nos despertaría de este maravilloso sueño, que servía de carta de presentación para lo que nos esperaba en los días venideros.
Desde lo alto del puente, podríamos divisar a lo lejos, una mancha gris dentro del verde bosque que representaba al polígono industrial que acabábamos de esquivar.
De vuelta a uno de los pequeños núcleos urbanos, empezábamos a echar de menos una parada a la vez que observábamos la cantidad de casas que usaban granito para su construcción. Así, embobados con las construcciones unifamiliares, nos topamos con nuestro particular oasis.

Tras recomponer líquidos y descansar las piernas. Nos dispusimos a rematar la jornada, que estaba llegando a su fin. Una larga avenida nos adentraba en Porriño acompañados por el olor a goma y gasolina quemada que derrochaba su circuito municipal de cars.
Para entonces, Kenya ya había hecho amigos y había suscitado el cariño de las decenas de peregrinos con los que nos habíamos ido cruzando a lo largo de esta primera jornada.
Ya en Porriño, tomamos la optativa de coger el sendero que acompaña paralelo de nuevo al río Louro. Evitábamos así callejear por esta bonita, pero excesivamente industrial población pontevedresa. Justo cuando la lluvia comenzaba a hacer acto de presencia.
Un pequeño mal entendido a la llegada del albergue fue solventado con eficiencia por Afri. Así pues pudimos asearnos rápidamente, para comer y dar el paseo de cortesía. Tomar un par de gintonics y conocer a los que serían nuestro compañeros de fatiga para el resto de nuestro camino.
ETAPA 2: O PORRIÑO – REDONDELA (17 km)
Tras un buen desayuno en el restaurante «Paso a nivel», iniciamos la marcha para salir de esta gran urbe junto a la misma carretera nacional (N-550). El paso bajo la autovía nos desplaza hacia una zona residencial, que permite que poco a poco se vaya disipando la presencia urbana.
Un peligroso cruce sobre la propia carretera nacional nos sitúa al lado opuesto de esta. Seguiremos por asfalto. Por una zona salpicada de casitas rurales y pequeños huertos personales. Así, alternando aceras y asfalto llegamos a Mos con 6km de ruta.
Allí coincidimos con los amigos toledanos que habían parado en las tiendas de souvenir. Nosotros continuamos derechos a por la primera subida seria del camino. También por trazado urbanizado.
Una pequeña marquesina sirve de excusa para detener la marcha y retratar a Kenya, que poco más adelante se encontraría con su primer compañero canino. Un perro de agua que peregrinaba junto a sus dos dueños.

La subida nos regala un tramo corto de respiro, para continuar sin piedad hasta el alto de Santiaguino. Allí una pequeña capilla dentro de un bonito parque nos pide atención. Pero lo que nosotros buscábamos era otro tipo de atención en ese momento. Y… poco más allá del parque lo encontramos; Bar Casa Veiga, donde en su terraza con césped pudimos descansar los pies y tomar unas cervezas unos, unas coca-colas otros y un café los demás.
Allí, mientras disfrutamos del descanso, llegó otro compañero para Kenya, una pareja portuguesa con un bello can que portaba simbólicamente sus propias alforjas. También llegaron en aquel momento nuestros colegas toledanos.
De nuevo, puestos en marcha, era el turno del descenso. Una primeras fotos con miliarios romanos nos recordaban que este trazado que seguíamos ya fue usado hace dos milenios.

El camino sigue siendo urbanizado, con casas unifamiliares y algunos parques infantiles usados por otros que no lo son tanto. Jaime debió tener una debilidad de pequeño con las retroescavadoras…
Bares y churrasquerías nos animaban a parar y disfrutar de la magnífica cultura gastronómica gallega, pero debíamos continuar.
Adelantábamos a peregrinos y nos adelantaban. En uno de esos intercambios coincidimos con el grupo toledano con el que cruzamos el día anterior a la entrada de Porriño. Muy interesados en Kenya y su particular peregrinaje. Poco a poco todos nos íbamos conociendo, estrechando lazos más o menos fuertes. El camino nos estaba uniendo a todos los peregrinos.
Tocaba ahora realizar un descenso violento. Era un bello balcón que permitía ver Redondella al fondo del valle. Pero ese balcón había que descenderlo y las rodillas empezaban a sufrir por primera vez en el viaje. El recurso de la bajada marcha atrás aliviaba por momento las ligeras molestias.

Una fuente hizo las delicias de Kenya y su locura por el agua. A la vez, un grupo de militares pasaron corriendo por la zona, lo que nos hizo alucinar; más a unos que a otros.
Una vez en lo profundo del valle, las piernas ya se sabían cercanas al objetivo del día y el ritmo tomó alegría. Un ritmo que solo fue detenido por un grupo de chicos que de manera ambulante vendían pulseras y anillos artesanos a todos los peregrinos que por allí pasábamos.

Las flechas amarillas nos sacaron de nuevo a la N-550 por la que definitivamente entramos en Redondella.
Callejeando íbamos decidiendo el lugar para comer. El albergue no se abriría hasta medio día, lo que aprovechamos para comer en una terraza, tras la negativa del lugar donde nos habían recomendado nuestro amigos toledanos.
Tras la comida, la esperada ducha y la siesta en el albegue regentado por una particular señora. Por entonces, mi cabeza ya había planificado una excursión por la tarde. Debíamos visitar el castillo de Sotomaior, la playa de Cesantes, y sin falta, el poblado de Moreira.

Un simpatiquísimo y agradable taxista nos llevó a todos esos lugares como si uno más del grupo se tratase. Orgulloso de su zona nos iba explicando todos y cada uno de los detalles del lugar. Incluso nos «coló» en el castillo.
Tras la visita de los dos lugares más alejados. Nos quedamos paseando por la playa, tomando unas Estrellas de Galicia en un austero bar y relajando nuestros cuerpos.

La vuelta a Redondella, con nuestro amigo taxista fue muy amena y agradecida. Un paseo por la ciudad, unos dulces en la pastelería y cena en la pizzería donde hablamos con una gallega que fue de vacaciones a… Chozas de Canales.
La pizza sobrante la llevamos al albergue, donde su peculiar dueña lo compartió con un nuevo inquilino. Y es que mucha gente, realiza estas dos etapas en una misma jornada.
Solo quedaba descansar y recuperar fuerzas para el tercer día de esta bella aventura.
Albergue Rosa de Abreu.
ETAPA 3: REDONDELA – PONTEVEDRA (21km).
El desayuno con trato antipático a primera hora de la mañana, no sería un preludio del día de hoy. Tocaba etapa larga con dos ascensiones duras, pero con vistas al mar y a la ría de Vigo.
La salida de Redondela la realizamos por las calles donde el simpático taxista nos había indicado el día anterior. Cerca de la playa de Cesantes, pero sin llegar a ella. En continuo ascenso llegamos al cruce con la N-550 que nos viene acompañando desde el primer día para seguir hasta subiendo.

Las ropas de abrigo de la mañana sobran y se hace una parada para deshacernos de ellas. El camino no da tregua y seguimos con esfuerzo continuo ahora ya por un bosque de eucaliptos hasta llegar a la cima donde nos espera un altar que recuerda un hecho desagradable.

Siguiendo la pista, el bosque se abre por momentos, permitiendo una bonita panorámica desde lo alto de toda la ría de Vigo.
El descenso empieza a hacer mella en las rodillas. El peso de las mochilas es ya significativo. Era el tercer día y el esfuerzo empezaba a acumularse.

Una vez concluido el descenso, una vendedora ambulante nos recibe antes de salir al peligroso asfalto de la nacional. Allí ofrecía, vieiras, y recuerdos del Camino. Allí cogimos un par de detalles y recibí mi primer regalo de cumpleaños.

Llegábamos a Arcade, famosa por sus ostras. Callejeamos en busca de algún lugar donde disfrutar de ellas, pero era demasiado pronto para ello. No coincidió, o no debió ser. La cuestión es que pasamos sin pena ni gloria por este pueblo que había creado grandes expectativas culinarias.

Donde sí llegamos fue al bonito Puente Sampaio que da origen a la ría de Vigo. Tras su vadeo, paramos a nuestro descanso ya que el cartel informaba de que no habría más bares hasta la llegada a Pontevedra en los 13 km restantes.
Allí nos encontramos a los amigos toledanos, que siempre marchaban por delante de nosotros. Unas Estrellas, unos montados y a continuar con el segundo ascenso de la jornada.
Primero entre estrechas calles que después comienzan a ensancharse para terminar en un bello bosque donde el agua caía por las propias piedras del camino. Un tramo tan duro como bello, donde nos dimos el lujo de soltar a Kenya para que disfrutase con más libertad.

Una vez en lo alto tocaba descender un poco, donde de nuevo las molestias volvían a hacerse presentes. Conversaciones con ideas de futuro, y de nuevo Kenya suelta para verla corretear entre las hojas de los eucaliptos.
Poco más adelante el susto de la jornada con un perro perdido en medio del camino que asustaba a Keny y tuvimos que protegerla no solo nosotros, sino también un grupo de jóvenes peregrinos. Esto era el camino, unos ayudando a los otros.

Llegábamos a una nueva localidad. El cartel del Puente Sampaio, era relativamente verdadero. Porque en el mismo camino no, pero con un desvío de 500m teníamos una tienda de utramarinos y un bar.
Afri y yo nos acercamos en busca de cerveza mientras Jaime y Ester nos esperaban en el camino.
Allí volvimos con unas latas de cerveza para continuar con Pontevedra a tiro de piedra. Pero una variante nos llamó la atención. Seguiría paralelo el cauce del río Gafos. Alargaría levemente la longitud pero mereció la pena por lo oculto y bello del lugar.

Así, acompañando al río, llegamos a Pontevedra. Solo quedaba callejear en busca del hotel donde hoy descansaríamos. Un lugar céntrico para disfrutar de la buena tarde que nos regalaba el tiempo. Comida en las terrazas después de haber sido expulsado de una de ellas.

Limpieza de ropa en lavandería. Copitas por mi cumpleaños y a ver la goleada de España a Argentina en el Metropolitano. No sin antes ver la emocionante procesión de Semana Santa. Así acababa el día con una botella de crema de orujo vacía en la habitación del hotel.
ETAPA 4: PONTEVEDRA – CALDAS DE REI (22KM)
Tras la resaca de mensajes recibidos por el cumpleaños, continuamos nuestro camino hacia Santiago.
Empezábamos la segunda mitad del recorrido con molestias ya significativas en pies y rodillas. Además esperábamos que el tiempo cambiase radicalmente y apareciesen las lluvias.
La salida la realizamos por el puente que da nombre a la ciudad, el «puente de piedra», para ir poco a poco despojándonos de esta gran urbe.

Las amenazas de lluvia empezaron a confirmarse con una leve precipitación. Pero íbamos predispuestos y preparados con nuestros ponchos de «última generación». Así que una leve parada y a continuar.

El camino se iba abriendo paso entre pistas y carreteras que momentaneamente, y con la lluvia, se hacía peligroso. Más cuando en un momento concreto la precipitación se endureció encontrando cobijo en el garaje de una casa que ofrecía baños y una máquina de snacks. Paramos para refugiarnos y recolocar nuestro atos para continuar nuestra primera batalla contra el agua.
Iniciábamos aquí un bonito ascenso por una pista dentro de un denso bosque que nos protegía de la liviana lluvia que en ese momento caía. Los plásticos impermeables ahora eran molestos por el propio calor que nuestro cuerpo producía en el ascenso.

Cruzamos una vía de tren a nivel para continuar con la misma tónica en este bello paraje vertebrado desde nuestra salida de Pontevedra por el río Gandara
A los 9km de ruta, llegamos a un poblado con un cruce de caminos que aprovechamos para detener la marcha y tomar el desayuno que no habíamos realizado aún.

En la terraza, protegidos por una lona de plástico, lo mismo pedíamos un café que un montado de lomo. Pero era lo que tocaba, descansar y recuperar fuerzas para el siguiente tramo que sería más llano y a la postre monótono.
Salimos en descenso con un pequeño despiste en una desvío que solventamos sin muchos apuros. por delante, un entramado de caminos asfaltados y sin asfaltar nos iban guiando, con ayuda de las flechas amarillas y los mojones, hacia la localidad de Caldas.

El agua ahora había remitido pero el cielo se mantenía encapotado. Múltiples conversaciones entre los cuatro nos hacen evadirnos del paisaje. Los chicos por delante, la chicas por detrás.
Un cruce peligroso, un mojón para una foto y a continuar. El agua comenzaba a hacer presencia, esta vez con más fuerza, daba igual. Agachábamos la cabeza y a continuar. Pero en un momento pasamos por una marquesina. Era tal la fuerza con la que azotaba que casi caía horizontal. Decidimos parar resguardados en la marquesina para también descansar nuestras piernas.

Reanudamos la marcha, ahora de nuevo se permitían las conversaciones. Unos tramos de carretera se alternaban con bonitos parrales que hacían el paso interesante y bonito. Bajo la lluvia con el barro y los charcos en el suelo al cual debíamos ir pendientes para no mojarnos más aún, mientras sobre nuestras cabezas teníamos túneles vegetales.

Estábamos llegando a nuestro objetivo. Un hombre con dos mochilas (delante y detrás) ayudaba a su mujer descargándola de su lastre.
Un camino ancho, adecentado, nos conduciría los últimos 4 kms hasta Caldas con más pena que gloria. Un tramo que se hizo larguísimo, físico y mentalmente. De esos que ves el objetivo, pero que parece alejarse a medida que avanzas.
Un pequeño percance con otro perro de uno de los vecinos por donde pasábamos exalta a Afri y Ester para defender a Kenya.
Estábamos entrando en Caldas. Solo quedaba llegar al hotel que lo teníamos a las afueras, lejos del recorrido original. Bonito puente sobre el rio Umia. Y paso por las termas municipales que son un punto de encuentro entre peregrinos.

Acomodación, ducha, comida y siesta. Paseo por la vereda del río Umia, atención a Keny en una clínica veterinaria y charla en el punto de encuentro del Lavadero termal con otro peregrinos. Compra de comida en el súper y a tomar unas cervezas con nuestros colegas toledanos.
ETAPA 5: CALDAS DE REI – PADRÓN (20 Km)
Tras un buen desayuno en el buffet del hotel, emprendimos nuestra marcha a sabiendas que los primeros kms de la jornada de hoy serían duros en ascenso hasta llegar a Carracedo.
Así pues, siguiendo la vega del río Bermaña iniciamos esta subida, que en su primera parte sería leve y sencilla. La nieblina mañanera comenzaba a separarse del suelo creando unas bellas estampas con áureas de meigas.
La lluvia estaba respetando a pesar del encapotado cielo. Pero el ascenso se tornó duro en su parte final hasta el cruce de nuevo con la N-550. Arriba parecía que el sol hacía acto de presencia, pero nada más lejos de la realidad
Toda la furia que guardaba la nube tras el sol comenzó a caer sobre nuestras cabezas. El tramo por el entrelazado de caminos asfaltado nos guiaba hacia el norte, de donde venía la lluvia hasta casi calarnos.
Debimos parar al refugio de una caseta para recolocarnos los atos y no seguir hasta que la lluvia perdiese fuerza. Lejos de molestarnos, nos reíamos de la circunstacia. No teníamos otra opción.
Tras la tempestad, vino la calma. Calma que coincidió con un descenso y un tramo paralelo a la autovía A-9 donde íbamos saludando a los coches.
Llegamos a un cruce de caminos, en lo alto de un pequeño repecho. Decidimos parar a tomar nuestra cerveza de media jornada. Justo a los 10km de ruta, en un bar que esta de espaldas al camino y que era un bar de carretera. Concretamente de la N-550.
Allí pedimos permiso para entrar con Kenya, que no tuvo problemas. Unas cervezas una buena empanada gallega y la suerte de coincidir con un nuevo chaparrón en el exterior.
La reanudación se hace con un brusco descenso que hace pasar mal trago a las doloridas rodillas. Para seguidamente andar por uno de los sectores más bonitos de todo el camino junto al río Valga.
Una pista ancha y con un tupido bosque que cierra las vistas alrededor y que hace las delicias de todos los peregrinos.
A la salida de este bello pasaje nos esperaban unos voluntarios de Protección Civil para registrar datos del Camino y también un periodista de la Voz de Pontevedra que al día siguiente nos haría referencia en su diario (más bien a Kenya).
El sol había vuelto a salir, ahora casi picaba; lo que no era una buena señal del todo. Tocaba un tramo urbano donde podíamos disfrutar de las vistas abiertas a un verde valle antes de adentrarnos en un nuevo tramo boscoso en descenso donde la luz y el sol desaparecieron repentinamente.
No nos estábamos dando cuenta, pero fuera del bosque la tormenta era seria. Tan seria que al salir de ella, los granizos se apoderaron del camino. Solo podíamos seguir o seguir. Kenya en brazos de Afri y los demás, cabezas gachas y a avanzar.
El bar Chaves recomendado en Pontecesures estaba a punto de llegar. Las precipitaciones cesaron poco antes de encontrar tan buscado lugar.
Un bar particular, con una gran atención, familiar, de pueblo. Muy recomendable. Allí vimos a la legión sacar en procesión al Cristo de la Muerte.
Seguimos el camino, ya estábamos muy cerca de Padrón. El sol jugaba con nosotros. Cruzamos el puente sobre el río Ulla para entrar en Padrón y constatar que estaban en fiestas.
El albergue, a la salida de la localidad nos regaló un par de kms extra para luego tener una mala experiencia con el regente del albergue al no atender a las peticiones de Afri respecto de Kenya. Tras no poder solventar el problema, amablemente nos llevó con su coche particular a un hotel en la entrada, unos tres km mas atrás.
Allí comimos, nos aseamos, descansamos y tras llamadas telefónicas quedemos con los colegas toledanos para disfrutar de la fiesta del pulpo con unas cervezas y luego una cena donde el pan tuvo precio de oro.
Después de ello, unas copitas, y otras, y otras. Se nos fue. Pero el momento se dio así. Tan a gusto estuvimos. Taxi para el hotel y a descansar que mañana sería el último día.
ETAPA 6: PADRÓN – SANTIAGO (25Km)
Comenzábamos la última jornada con un poco de «trampa». Llamada al taxi para que nos dejase en el hostal de los colegas toledanos (donde acabamos la noche) para desayunar juntos e iniciar desde allí la salida.
Con algo de retraso salimos de Padrón por Iría Flavia y su iglesia de Sta María. La lluvia haría presencia de manera intermitente. Los primeros kms por asfalto entre callejuelas de pequeñas aldeas, pero también con un buen porcentaje de ruta junto a la N-550.
Pronto el grupo se disgrega, Jaime y Ester por delante, Álvaro tras ellos; nosotros a mitad del grupo y por detrás el resto de las chicas.
Nos vamos comunicando para saber la situación de cada uno. Pero el hecho de ser la ruta prácticamente en ascenso, hace que las rodillas no sufran tanto y todos llevamos un buen ritmo.
Pasamos un bar con una terraza y muy buena pinta, junto al Santuario de la Virgen de la Esclavitud en la misma carretera nacional. Allí saludamos a los peregrinos con los que coincidimos en el hotel de la noche anterior. Seguimos la marcha para coger un entrelazados de caminos que si no fuesen por las flechas amarillas y la confirmación del GPS casi nos podríamos haber perdido. Por allí aparecía Álvaro que había parado en el bar a tomar un vinito.
De nuevo un juego de caminos nos aleja de la transitada carretera. Seguimos en contacto con Ester y Jaime que van adelantados y a los que no les recortamos la distancia.
De nuevo salimos a la nacional, tramo peligroso por su arcén, pero pronto nos desviamos para parar a hacer el descanso de la jornada. Un bar repleto de gente nos obliga a continuar unos pocos metros más adelante.
Allí un café y una coca-cola, unas sillas en la puerta y a descansar para afrontar la subida que se empinaría más adelante.
Estábamos en Teo y por delante nos esperaba un conjunto de calles urbanizadas con una pista que ascendía sin piedad. Cada uno a su ritmo, unos más lentos otros más livianos. Pero todos llegaron al paso de la autovía en lo más alto.
Un par de cruces previos llevaron a la confusión por carteles que indicaban bares fuera de ruta, que se encontraron cerrados.
Un breve callejeo, aún en ascenso, nos situó en el punto más alto de la jornada de hoy; el Milladoiro.
Ganas imperantes de llegar cruzaban con los intereses del grupo. Unos pararon a descansar, otros ya lo habíamos hecho. Pero había que llegar juntos. Aunque el frío complicase la decisión.
Una parada en el bar, unas cervezas; otros bocatas. Esperamos, pero seguiríamos. Tocaba descender en una zona confusa de kilometraje e indicaciones para salvar un nudo de autovías que quedaban sobre nuestras cabezas.
El perrito portugués junto con sus dueños caminaban a nuestro son. Intercambio de sensaciones y deseos de buena suerte de manera mutua en un idioma mezclado entre castellano-portugués-francés.
Pero las sonrisas son internacionales. Nos despedimos. Y cuando todo parecía estar llegando a su fin, un nuevo chaparrón nos sorprendió en el supuesto acceso a Santiago.
Acceso que se hizo rogar, puesto que aún quedaba subir una buena pendiente embarrada desde el cauce de un río al que ya no prestamos atención. Queríamos llegar.
Una vez arriba, una bifurcación nos ofrecía dos entradas a Santiago. Optamos por la izquierda, sin saber si acertábamos o no.
El caso es que pronto salimos a una avenida donde ya sí, estábamos en suelo urbano de Santiago. Ester y Jaime que pararon en Milladoiro venían por detrás, una breve parada en el bar fue suficiente para llegar los cinco juntos.
«No había que ir de la mano todo el camino» Pero siempre y cuando la entrada fuese en grupo. Y así fue. A medida que nos acercábamos iban asomando las torres de la catedral. Un giro y las calles porticadas repletas de gente confirmaban que estábamos a punto de lograrlo.
Y allí estaba, la plaza del Obradoiro, con la catedral aún semisecubierta por esos 10 años de rehabilitación de su fachada. Nunca la vi sin andamios. Justo este año sería el último, justo hace 10 años llegué por primera vez. Por el mismo camino, pero en bici. Tendremos que volver para llegar y ver toda su belleza.
Allí fotos y emociones a flor de piel. Camisetas del Atleti. Compostelas en la oficina del peregrino y al apartamento. Descanso rápido y a comer. Ver la misa del peregrino. Tomar unas cervezas. Tapear. Y buscar a mi hermana que por allí se hallaba con sus amigas, habiendo realizado su primer camino, el Primitivo.
Conversaciones con los colegas toledanos, discotecas y ambiente único en la taberna. No queríamos terminar nuestro viaje.
Pero todo tiene su fin. Debíamos descansar. Quedaban por delante la vuelta a casa conduciendo, y ver los paisajes repletos de nieve tras el temporal de estos tres últimos días que habíamos sufrido en nuestras propias carnes. Pero como la vida misma. Hay que seguir adelante, siempre con un objetivo, siempre compartiendo, siempre ayudando.
Hicimos noche en el Red Apartament
GRACIAS CAMINO.

